El reloj circadiano marca la pauta para los ritmos de las variables fisiológicas. La función cardiovascular no escapa a esta regulación y casi todas las variables cardiovasculares, como la frecuencia cardíaca, la presión arterial o la coagulación sanguínea, tienen un patrón diurno/nocturno.

Por María de los Ángeles Rol de Lama
Profesora Titular de Universidad. Codirectora del Laboratorio de Cronobiología, Universidad de Murcia

Madrid, 28 de marzo (The Conversation).- Nuestra vida está enormemente influida por nuestro reloj circadiano, que, con ayuda del ciclo de luz/oscuridad y otras señales, permite a nuestro organismo sincronizarse con el día y la noche. Para ello genera ritmos en diferentes variables fisiológicas, incluyendo los latidos del corazón. Y es que, aunque solemos pasarlo por alto, nuestro corazón late un poco más deprisa durante el día que durante la noche.

¿Por qué? Muy sencillo. Una de las funciones del sistema circadiano consiste en preparar a nuestro organismo para ponerse en marcha cada mañana después del descanso nocturno. Por ejemplo, al arrancar el día nuestras glándulas adrenales segregan cortisol, y con él se inician distintos procesos fisiológicos orientados a activar todo aquello que ha estado silenciado durante la noche.

La función cardiovascular no escapa a esta regulación y casi todas las variables cardiovasculares, como la frecuencia cardíaca, la presión arterial o la coagulación sanguínea, tienen un patrón diurno/nocturno. Eso explica que el corazón lata un poco más deprisa durante el día. Además de que la presión sanguínea, si todo va bien, debería seguir un patrón similar, con valores más bajos durante la noche.

Al despuntar el día se produce un aumento del tono simpático que implica una mayor vasoconstricción, resistencia arterial periférica, frecuencia cardíaca y presión arterial.

La función cardiovascular no escapa a esta regulación y casi todas las variables cardiovasculares, como la frecuencia cardíaca, la presión arterial o la coagulación sanguínea, tienen un patrón diurno/nocturno. Foto: EFE

Estas fluctuaciones diarias son el resultado de los cambios ambientales y comportamentales, pero también de la actividad del propio sistema circadiano. Siendo ventajosas en individuos sanos, también podrían estar implicadas en la precipitación de un problema cardiovascular en personas susceptibles.

De hecho, los datos epidemiológicos nos muestran un importante aumento matutino de los eventos cardiovasculares adversos como el ictus, el infarto de miocardio, las arritmias ventriculares graves y la muerte súbita cardíaca.

EL RELOJ EN EL CORAZÓN

El reloj circadiano, como cualquier reloj de los que llevamos en la muñeca, consta de una serie de piezas que configuran un engranaje. En este caso se trata de un engranaje molecular que, en última instancia, da lugar a la regulación temporal de las distintas variables fisiológicas, celulares y moleculares de nuestro organismo. Las piezas del reloj molecular van apareciendo y desapareciendo en una suerte de bucle autorregulado en el que participa un sofisticado sistema de regulación génica.

Pues bien, un componente muy importante dentro de ese entramado es la molécula Rev-erbα/β. Todo apunta a que regula una amplia gama de procesos metabólicos, con un papel clave en la regulación del metabolismo en el corazón. Es lo que ha puesto de manifiesto un equipo de investigadores en su trabajo recientemente publicado en la revista Circulation, en el que vincula la alteración de esta molécula con un mayor riesgo de insuficiencia cardiaca.

Lo curioso es que parece que Rev-erbα/β, que se expresa durante las horas de sueño, dirige un ritmo metabólico en las células que componen el corazón (cardiomiocitos) en ratones, haciendo que elijan los lípidos como fuente de energía durante el tiempo de reposo del animal (el día, en el caso del ratón). Estos investigadores probaron a eliminar la expresión de Rev-erbα/β y comprobaron que se reducía la capacidad de los cardiomiocitos para utilizar los lípidos en el periodo de reposo. Esto, a la larga, provocaría una miocardiopatía dilatada progresiva y una insuficiencia cardíaca letal.

Las piezas del reloj molecular van apareciendo y desapareciendo en una suerte de bucle autorregulado en el que participa un sofisticado sistema de regulación génica. Foto: Sáshenka Gutiérrez, EFE

GRASA PARA LATIR EN LA FASE DE REPOSO

Los investigadores sospechan que en los ratones sin Rev-erbα/β, el corazón no puede quemar los ácidos grasos de forma eficiente en la fase de reposo, por lo que no dispondría de suficiente energía para latir. Deducen que esa deficiencia energética probablemente provocaría cambios en el corazón que darían lugar a una miocardiopatía dilatada progresiva.

Este trabajo tiene varias implicaciones. Por un lado, el estudio no solo involucró al ratón, sino que también se analizaron muestras de tejido cardiaco tomadas a distintas horas en pacientes con cardiomiopatía dilatada. Ello permitió establecer una correlación entre la gravedad de la dilatación y el cronotipo cardíaco.

Por otro lado, los autores también indican que con este hallazgo se da una aparente paradoja. Y es que la obesidad y la resistencia a la insulina, factores de riesgo conocidos, podrían proteger frente a la insuficiencia cardíaca en determinado periodo, probablemente debido al mayor aporte de ácidos grasos en la fase de reposo.

LA HORA DE LA MEDICINA

Otra implicación importante que ponen de manifiesto es la necesidad de considerar el aspecto temporal en los tratamientos farmacológicos. Si bien algunos fármacos podrían ayudar a restaurar las vías metabólicas alteradas, es importante administrarlos a la hora adecuada, de acuerdo con el ritmo circadiano interno de esas vías.

En el experimento que realizaron, si los fármacos se administraban desincronizados (a destiempo) con la vía que debían restaurar, el tratamiento no mejoraba la afección cardíaca.

Los autores también indican que con este hallazgo se da una aparente paradoja. Foto: Salvador Meléndez, AP

Aunque la relevancia de este trabajo está fuera de discusión, recordemos que no siempre es fácil extrapolar los resultados obtenidos en un modelo animal nocturno, como es el ratón, a lo que ocurriría en el ser humano. En cualquier caso, una cosa está clara: cuidando nuestro reloj cuidaremos también nuestro corazón.

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