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Paulina Flores, ganadora del Premio Roberto Bolaño, habló con SinEmbargo sobre su novela Isla Decepción, una historia en donde convergen el encierro, el escape, la cotidianidad de la desesperanza y el lado más salvaje del hombre.

Ciudad de México, 13 de octubre (SinEmbargo).– Isla Decepción (Seix Barral), la primera novela de la escritora chilena Paulina Flores, recorre a través de la historia de tres personajes la ansiada huída, el éxodo vital, y al mismo tiempo es un retrato del esclavismo y del capitalismo más voraz que acaba con la esencia del hombre. 

La historia corre en un primer tiempo a través de los ojos de Miguel, un hombre que en una salida al mar de la Patagonia chilena se ve involucrado en el rescate de un hombre, Lee, cuyo origen apunta a un barco factoría, un lugar donde el encierro lo impone la unión infinita entre el océano y el cielo.

El mosaico de las historias se complementará con el arribo inesperado a Punta Arenas de Marcela, la hija de Miguel, que decide romper con su día a día en Santiago en una búsqueda interior. Los tres construyen una nueva cotidianidad en donde los silencio de Lee, son ocupados con otras pericias del lenguaje.

“Los tres diría yo que son impulsivos, se dejan llevar, cumplen esta fantasía; creo que todos hemos tenido la fantasía alguna vez, cuando nos equivocamos o nos hacen sufrir de mandar todo al demonio y escapar y empezar de nuevo, pero uno no lo hace, uno sigue con la vida y va al trabajo en la mañana. Claro tiene que ver con una especie de cobardía, heroísmo absoluto porque es escapar, pero ser valiente para serlo”, comentó Flores, ganadora del Premio Roberto Bolaño con su libro de cuentos’ Qué vergüenza (Seix Barral), en entrevista con SinEmbargo.

En la misma vía de la huída, la autora chilena sumerge a sus personajes en el encierro, una desesperanza que tiene su clímax al momento de contar la historia y motivos que llevan a Lee a dejar el barco factoría, un sitio en donde la podredumbre que se respira convive con las esperanzas de los tripulantes y la realidad del esclavismo y el capitalismo más cruel.

“A mí me importaba mucho retratar a la tripulación, decir, estas personas existen, tienen una historia, tienen un nombre, digamos en términos simbólicos, pero como mostrarlos y presentarlos, mostrar un día entero de trabajo que no termina, por ahí darme el gustito de hacer escenas clásicas”, explicó Paulina Flores.

Junto a la narrativa fluida y la inmersión en las atmósferas más desoladoras, Flores acompaña el texto con una serie de referencias pop que le dan a la historia un distintivo y una fidelidad a su propio estilo:

“De repente paso como un tipo de escritora clásica o algo así, la literatura en general es un arte bastante clásico, pero yo escribo escuchando música y me veo muy influenciada por eso”.

Isla decepción.

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—Isla Decepción, tu primera novela, es una historia que parte de se alimenta, por una parte, de estos barcos factorías en las que las personas viven en condiciones inhumanas. ¿Cómo conociste el tema y cómo fue que te adentras a ese mundo?

—Llegué a esto por un reportaje del 2014 que hablaba de estos casos en la Patagonia, en Punta Arenas, y en esa época, era 2016 cuando yo quise escribir la novela,  2017 más o menos, andaba pensando temáticamente en la huída, en la escapada y me pareció que trabajarlo desde la ficción funcionaba muy bien. Después fue investigar mucho sobre esta industria, en particular pesquera, que son barcos factoría que están como dos años en alta mar. Luego ir a Punta Arenas hablar con la gente de Gobernación Marítima, también entrevistar a prácticos que se habían subido a estos barcos, leer muchos testimonios, al final menciono al Asia Institute de Nueva Zelanda que tiene una recopilación importante de testimonios y al libro de Benjamin Skinner, él se dedica en general a toda las industrias esclavistas contemporáneas. También entrevisté a mucho marino mercante como para meterme a este mundo, pescadores artesanales.

Pero, claro, después fue entender que era una novela, que era ficción, que era fantasía, y que si quería yo podía decir que el cielo era verde y en ese sentido fue como explorar una voz más poética que me permitiera comunicar toda esta información y estas ideas que yo tenía en la cabeza. La novela apunta como a despertar un poco a esta industria esclavista, pero también es una metáfora de que condiciones como esta existen en todos lados, sólo basta en pensar en la gente que trabaja en Ubereats, repartiendo comida, que son condiciones que también trabajan 17 horas seguidas muchas veces, reciben malos tratos, no tienen seguridad, claro no tienen el peligro de alta mar, ni quizá abusos sexuales, pero también es como despertar a que el capitalismo es un lugar bastante cruel y es algo que no ha cambiado, y no es casualidad que sean migrantes la gente que se dedica a este tipo de trabajos más peligrosos.

—Una de las partes más impactantes de tu libro es precisamente la parte en la que Lee, este joven que es rescatado tras dejar uno de estos barcos factorías. ¿Cómo fue la tarea de recrear lo que sucede en un barco que pesca moluscos, en donde el tiempo se detiene y la única constante es el cansancio y el resistir?

—El capítulo del barco fue el capítulo que más me costó, que fue un desafío en realidad. Muchas cosas: por una parte, el primer capítulo del barco que tiene esta sensación de encierro, como de estar encerrado en lo infinito que es el mar, bueno lo trabajé estudiando muy bien el proceso industrial de pesca de calamar, incorporé muchos testimonios de violencia que yo leí, que daban los marineros de la tripulación, eso lo mezclé con otras entrevistas que yo hice. Para mí fue muy importante entender que, claro está este lado como horrible, pero también hay una rutina diaria entre 33 personas que conviven, claro con unas condiciones horribles porque no hay baño, nada, pero también se relacionan y tienen intimidad y hacen cucharitas, cierto, entonces había, para mí, la necesidad de expresar esta cotidianidad, esta ternura, esta resistencia a través de la amistad que se va generando, de los chistes, del humor, y a mí me importaba mucho retratar a la tripulación, decir, estas personas existen, tienen una historia, tienen un nombre, digamos en términos simbólicos, pero como mostrarlos y presentarlos, mostrar un día entero de trabajo que no termina, por ahí darme el gustito de hacer escenas clásicas, como la escena de la pelea, que es como yo decía: no puedo narrar un barco y que no haya una pelea, es como un clásico, y jugar con eso fue una experiencia total. Lo del lenguaje también, entender que había filipinos, indonesios, chinos, coreanos, entonces meterme por ahí, un chamán además. 

El otro capítulo del barco es más poético, todas las cosas están pasadas por las percepciones sensoriales de Lee y también con esta idea quería yo transmitir como esta idea circular o espiral de volver al inicio y trabajar un poco más el lenguaje en un sentido más poético, como que hay una necesidad mía porque en esa época estaba, y bueno todavía, estoy leyendo mucha poesía.

—También hablas en otra parte del maltrato que sufren los pueblos mapuches. ¿Fue también una cuestión de mirar lo que sucede en Chile con estos pueblos?

—Para mí siempre fue como empezar a descubrir que cada vez que Lee y Marcela conversaban o estaban juntos, siempre estaban espiando un tipo de acción. Ellos no hacían nada, pero algo sucedía, o estaban los zorritos jugando o veían al guanaco o caminaban por el cementerio o estaban como con fantasmas, eso por una parte. Y necesitaba este final como extático, como de éxtasis, entonces yo tengo un amigo que se llama Pablo Lincura, y él me habló de un ritual mapuche en el que había participado y yo quedé así como guau, esto es maravilloso, qué material hay acá y lo encontré alucinante.

Y también me parecía que tenía que mostrar la violencia policial que hay en esa zona, es algo real, y que a mí me impactó mucho desde el 2018 en adelante, porque pese a vivir en Chile era algo de lo cual no tenía tanto conocimiento, no era tan consciente, entonces necesitaba como decirlo, como manifestarlo, y también como una forma de decir: bueno, nuevamente este espejo medio falso de ver los trabajos tercermundistas, cuando Chile es un país tercermundista y cuando pasan cosas terribles en el territorio también, hay otras violencias, hay otros cuerpos, pero que también tiene que ver con cuerpos que su identidad es problemática para lo oficial.

—Por otra parte tienes a dos personajes fascinantes, Miguel, quien vive en el último rincón del mundo, junto a su perrita Julia, y a su hija Marcela, Tita, quien deja su vida en Santiago para ir con su padre. Tus personajes, como tú misma lo dices, están en esta dinámica de escapar de huir, pero al mismo tiempo intentan renacer, sin darse cuenta que arrastran un pasado que lo tienen muy presente, ¿este es su punto de encuentro o cuál es su relación?

—Que bueno que nombres a Julia porque me encanta, porque para mí es la cuarta mosquetera, siempre ahí está ayudando, está mediando toda la situación. Para mí son personajes que están huyendo constantemente. En el caso de Marcela y Miguel son un poco más parecidos… bueno los tres diría yo que son impulsivos, se dejan llevar, cumplen esta fantasía; creo que todos hemos tenido la fantasía alguna vez, cuando nos equivocamos o nos hacen sufrir de mandar todo al demonio y escapar y empezar de nuevo, pero uno no lo hace, uno sigue con la vida y va al trabajo en la mañana. Claro tiene que ver con una especie de cobardía, heroísmo absoluto porque es escapar, pero ser valiente para serlo. Para mí son personas que tienen secretos y que son conscientes de que tienen secretos y son muy perceptivos al respecto de los otres. Me da la impresión de que Miguel siempre sabe que Lee guarda un secreto y Lee sabe que Miguel guarda un secreto y eso les permite relacionarse, entenderse, verse más allá del lenguaje que no comparten, pero de crear esta dinámica de comunicación.

Marcela y Miguel son muy neuróticos y hablan hasta por los codos, y le hablan y le hablan a Lee de todo lo que son, pero también este es un momento pausado, ellos están escapando, pero están también en una pausa. Para mí lo que significa, es que los tres están muy conscientes del presente, de esa pulsión constante y que va por debajo porque están muy huyendo y necesitan ver todo lo que pasa: si vuela una mosca, si pasa una hormiga. Esto es algo que Lee hace porque yo creo que está como haciendo budista o algo así para encontrar, qué sé yo, su renacer, o en el caso de Marcela entendiendo que puede no ser tan fuerte como ella cree.

—Incorporar además parte de este mundo de la cultura pop Coreana y Japonesa con bastantes referencias a anime con las que uno se identifica. ¿De qué manera estos elementos alimentan a tu novela?

—A mí me gusta mucho el ánime y siempre me he relacionado con lo pop. De repente paso como un tipo de escritora clásica o algo así, la literatura en general es un arte bastante clásico, pero yo escribo escuchando música y me veo muy influenciada por eso. No sé, sale mencionada Rihanna o ASAP Rocky también, un trapero. Para mí me sale muy natural, me gusta hacerlo, como que en el fondo la Literatura no sea esto como pomposo y elitista, sino que sea algo que en verdad va a entretener a las personas y que puede conectar con lo que la gente está viendo, mirando.

Y en definitiva como que soy un poco yo, como que soy así, un poco contaminada, como que puedo estar leyendo la Ilíada y veo una historia en Instagram, y veo un anime, One Piece, escucho lo último de Dua Lipa, entonces como que soy muy desprejuiciada y me gusta como que todo este desprejuiciado y medio contaminado porque para mí son las nuevas formas de leer; para mí es muy difícil leer sin música o hacer casi nada sin música, entonces meter canciones a los libros me sale muy natural, o lo que estoy viendo, las películas, hay muchas referencias de películas.

—Por último, me decías que tu iniciaste el proyecto en 2016-2017, en unos tiempos pre pandemia, ¿cómo viviste el proceso creativo, la formación de tu novela, en el encierro por la COVID?, incluso al inicio haces una referencia a la pandemia

—Sí, sí, era como un chistecito. La verdad es medio terrible lo que voy a decir, pero la pandemia igual me ayudó, justamente, a estar encerrada en un momento en el que por una parte necesitaba editar el libro, aunque finalmente terminé editando en Barcelona lo último… como nunca terminaba de editar, yo creo que podría seguir incluso, y fue como obligarme a encerrarme y también en un momento después, me acuerdo sobre todo en ese encierro fuerte, como a descansar y estar sin hacer nada, sin poder salir porque bueno no había fiestas, no había nada, uno tenía un poco de miedo, pero como que podía encerrarme en mi mundo y nada… no fue muy distinto a lo que venía haciendo a excepción de que, claro, generalmente cuando estaba escribiendo mis amigos me ayudan mucho, escribo todo el día y después termino como muerta, entonces siempre es como verlos, hablar con ellos y hablar mucho del texto. Y ahora, claro, no estaba eso porque había que estar encerrados, pero igual logramos hacer cosas por zoom.

Igual fue para mí curioso pensar, oh, estoy escribiendo sobre el encierro como en esta fábrica, en esta factoría y estar en un barco es como estar encerrado en lo infinito, ¿cierto? como no poder salir. O sea, decía qué heavy que ahora las personas van a tener como una proximidad más cercana de lo que significa estar encerrado, de lo que significa sentir que no pasan las horas, que no pasan los días, que siempre es el mismo día, que siempre es igual a otro.

Obed Rosas

Es licenciado en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón de la UNAM. Estudió, además, Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras.

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