La realidad siempre es más pesada de lo que uno pueda inventar: César Silva
PorObed Rosas
03/10/2021 - 10:00 am
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Sombras, nada más (HarperCollins), de César Silva Márquez, es una novela que mezcla la ficción con la violencia, que asola a todo el país, en este caso la de Ciudad Juárez, que además de ser el lugar donde convergen el mosaico de historias, es un personaje más.
Ciudad de México, 3 de octubre (SinEmbargo).– César Silva Márquez mezcla una serie de elementos fantásticos con la violencia e inseguridad en la que se ha sumergido el país, en este caso Ciudad Juárez, que es donde transcurre su más reciente novela Sombras, nada más (HarperCollins), una historia que tiene como protagonista a su ya conocido personaje Luis Kuriaki, quien tendrá que lidiar con la muerte de su amiga Verónica Mancera.
Aunque no se trata de la única historia que se desprende de esta obra de Silva Márquez, la cual en realidad está compuesta por un mosaico de tramas como de personajes, por ejemplo los agentes Julio Pastrana, Mariano Leyva y Álvaro Luna, quienes van involucrándose ya sea en un rescate de secuestro, en la persecución de una violador, y en el esclarecimiento del feminicidio de Verónica Mancera, todo ello mientras tratan de seguir con el curso de sus vidas.
“Uno le quiere ganar a la realidad con la ficción, pero la realidad siempre es más pesada de lo que uno pueda inventar. Es tan absurda la realidad que uno no puede controlar lo que puede pasar y ya cuando se lo imagina, ese absurdo tiene un sentido y no sabemos ni cómo manejarlo los que escribimos”, comentó el autor en entrevista con SinEmbargo.
Fiel a su estilo, Silva Márquez no abandona el elemento fantástico que lo ha ido acompañando a lo largo de sus cuatro novelas previas y ofrece en estas páginas un espléndido relato conspiranoico sobre cómo la muerte de los tres grandes de la canción vernácula: Pedro Infante, Jorge Negrete y Javier Solís, en realidad fue producto de un atentado que persigue uno de los investigadores que además tienen que lidiar con los crímenes cotidianos de la Ciudad.
A la par, en Sombras, nada más se desenvuelve un personaje más que se alimenta de la sangre de todas las atrocidades que se cometen en las noches: Ciudad Juárez, una referencia con la que César Silva Márquez hace un guiño a la Derry de Stephen King.
“Ciudad Juárez requiere comer y come a través de todos estos personajes que se van muriendo en la novela, y va descansando la ciudad hasta que le vuelve a dar hambre, como uno que está vivo y para mantenerse vivo tiene que comer. Así la ciudad. Siempre he tratado que en todas las novelas que he escrito, que son cuatro nada más, haya un elemento fantasmagórico”, compartió en la plática.
Esos mismos componentes se respiran desde la redacción que se retrata en la novela, en la cual el jefe de información pide a la reportera Susana Rodríguez hablar de secuestros perpetrados por extraterrestres y demás seres similares, en vez de retratar con fidelidad lo que sucede. “Es absurdo tratar de ocultar lo que está pasando. Antes no se podía, ahora se puede, pero hay gente que no quiere decir las verdades o lo que es. Los elementos que el periódico está aventando en este caso son las novelas de Stephen King, de hecho”.
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—Sombras, nada más es un mosaico de historias, todas ellas enfocadas en la violencia, la inseguridad, las drogas, y demás aspectos que se han vuelto parte de nuestra cotidianidad. En ese sentido, ¿hasta qué punto la realidad de esa Ciudad de Juárez que describes es nuestra realidad?
—Para empezar, Sombras nada más es ficción. Eso no significa que no sea real, sin embargo, muchas de las noticias que aparecen en los capítulos sí han sucedido y otras son inventadas. Lo que nos interesa son los rasgos de cómo van a funcionar y cómo van a reaccionar los personajes que pongo a trabajar en los casos que se van resolviendo o tratando de resolver como Luis Kuriaki, Julio Pastrana, Álvaro Luna, Botello y Taberna. Que anden por ahí rondando en este mundo que más o menos es similar a este. Pero qué tanto refleja yo creo que cada quien va a decidirlo.
No hay fechas, no hay nada y en dos o tres años quién sabe cómo va a ser esta novela para la gente que lo lea. Quién sabe quién vaya a decir que sí pasó eso, que recuerde algo similar. El caso de Verónica Mancera era completamente ficticio, hasta pensaba que estaba jalado de los pelos, que iba a ser una socióloga muerta por cuestiones de su trabajo. Resulta que terminando la novela, sí sucedió. No sé si en Veracruz, Ciudad Juárez o en algún lado de México se registró un caso contra una socióloga tal cual. Uno le quiere ganar a la realidad con la ficción, pero la realidad siempre es más pesada de lo que uno pueda inventar. Es tan absurda la realidad que uno no puede controlar lo que puede pasar y ya cuando se lo imagina, ese absurdo tiene un sentido y no sabemos ni cómo manejarlo los que escribimos.
—Los personajes, con sus diferentes personalidades, atributos y defectos, han aprendido a sobrevivir en ese mundo, el que tú plasmas. ¿Es una manera de mostrar cómo hemos normalizado la violencia o sencillamente ellos mismos son producto, de alguna y otra forma, de este mundo?
—La violencia siempre ha sido parte del ser humano. Nada más que ahora la literatura es distinta. Las drogas siempre han existido, pero mencionarlas en una novela no era común. De hecho, si nos vamos un poco hacia atrás, la novela de narcos era criticada. Las mismas novelas de terror en México no eran bien vistas antes. Ahora, de alguna manera, nos damos cuenta que son mercados y nos atrevemos a decirlo. La novela de Generación X es puntual, es de las que inician a mencionar los productos por nombre como papitas Sabritas, sándwich de tal lado. No se veía y cuando se hizo, se normalizó. La violencia intrafamiliar no es nueva, siempre ha estado. Uno ha aprendido a vivir donde está.
El asunto es que ahora, en este mundo en el que vivimos, se refleja y se señala mucho más rápido lo que está sucediendo y nos adentramos o vemos todo eso a través de noticias a cualquier hora del día. Con los celulares puede grabarse cualquier asunto de un perro maltratado, de una mujer maltratada, de un niño maltratado, de un hombre maltratado, de un joven maltratado. Ya es tan rápido y tan sencillo que no es que lo hemos normalizado, sino que siempre hemos estado viviendo así. El narco también; siempre ha existido. Pero se agudizó mucho en México por ahí de los años setenta.
Era muy impresionante que en los ochenta —en 1984 tenía diez años— jugaba con mi vecino a los Z, pero los Z eran los buenos, los que detenían a los malvados en aquella época. Luego el nombre de Z se transformó en lo que no quieres. Ahora los buenos son los malos. Ni siquiera se les decían narcotraficantes, se les decía traficantes porque las palabras van teniendo peso. Podían ser traficantes de armas, de drogas, de mujeres, de órganos. En este momento la sociedad permite hablar con un poco más de libertades. Creo que es lo que está pasando. Ya me atrevo a decir esto, si él se atrevió. Y alguien más dice que también lo puede hacer.
Ahora, sin perder de vista que es ficción, aunque, como digo, no significa que no sea verdadero. Luis Kuriaki no existe, pero está basado en Luis Chaparro que es un periodista. Julio Pastrana no existe, pero hubo un Pastrana en Juárez que era policía y que en una cuestión de violencia intrafamiliar quería ayudar a la víctima. No existen, pero sí existen si los pones juntos en una realidad alterna que se parece mucho a esa, como un milímetro más arriba del piso de todo. Ahí nosotros avanzamos junto con ellos de alguna manera.
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—A lo largo de tu novela, para el lector queda claro que Ciudad Juárez tiene vida por sí misma. ¿Es un personaje más en tu historia?
—Sí. Esto es un guiño a Stephen King y su ciudad Derry. Sobre todo en la novela de It, cuando a través de la ciudad está viva y cada 27 años sale a asesinar niños. Ya en la segunda parte de la novela ya son adolescentes. Siempre hay violencia y siempre se hace el pueblo que no ve por esta energía que está alrededor de Derry.
Llevándola un poco más allá, Ciudad Juárez requiere comer y come a través de todos estos personajes que se van muriendo en la novela, y va descansando la ciudad hasta que le vuelve a dar hambre, como uno que está vivo y para mantenerse vivo tiene que comer. Así la ciudad.
Siempre he tratado que en todas las novelas que he escrito, que son cuatro nada más, haya un elemento fantasmagórico. En una de ellas un hombre se transforma en mujer, hay otro personaje que se transforma en mujer en las noches como un hombre lobo. En otra novela tenemos a un personaje, que es el mismo Luis Kuriaki, que oye a fantasmas y en esta novela ya no los oye, sino que los ve a través de sueños.
Si existiera otra novela de Kuriaki por primera vez va haber fantasmas; es la evolución del mismo personaje. Esta característica fantasmagórica me gusta, me gusta esta onda fantástica. Hay gente que no cree en la literatura fantástica, pero puede ver que es la intuición de un periodista racio. Si cree en la literatura fantástica, sí son fantasmas. Como se quiera tomar. Por ahí va el asunto con mi querido Luis Kuriaki y la onda fantasmagórica de la ciudad.
—Precisamente en la novela abunda lo fantástico, una periodista escribiendo sobre zombies y extraterrestres, algo que ya habías retratado en La Balada de los Arcos Dorados, aquí lo haces de manera distinta, ¿recurres a estos elementos para volver menos cruda la realidad o lo haces a manera de crítica?
—Es absurdo tratar de ocultar lo que está pasando. Antes no se podía, ahora se puede, pero hay gente que no quiere decir las verdades o lo que es. Es absurdo, entre crítica, pero sí es absurdo. Los elementos que el periódico está aventando en este caso son las novelas de Stephen King, de hecho. Ahí tenemos a Juan Torres que es Jack Torrance de El Resplandor que asesina a su familia en un hotel. Aquí sí se las están inventando. En la primera nada más van reflejando lo que está pasando con un tigre o un zombie. Aquí sí el jefe de información dice que se lo invente. Susana Rodríguez se avienta las noticias de lo que va leyendo y le gusta Stephen King. A ver qué se me ocurre para que siga lo absurdo en la otra novela, esta manera de querer tapar lo que es, de no mostrar a la ciudad lo que está sucediendo en esta sociedad que no solo es Ciudad Juárez, sino en este país violentado por ciertos grupos que quieren dinero y poder.
—¿De dónde sale esta historia de conspiración en torno a la muerte de los tres grandes de la canción vernácula, Jorge Negrete, Pedro Infane y Javier Solis?
—Javier Solís es uno de mis músicos favoritos, de mis cantantes favoritos. Lo conozco por mi madre y es un tributo a ella. Esta novela la escribí de noche, que es un elemento también que está muy presente en la novela. Igual que la primera, siempre pasa de noche. En Sombras nada más la mayor parte sucede de noche, excepto cuando sale la mamá de Kuriaki que es de día. El resto es nocturna.
Recuerdo que estaba escribiendo esta historia en la barra de la cocina viendo hacia la oscuridad después de la diez de la noche. En una de esas pensé que si los tres se murieron qué tal si a Javier Solís lo mata alguien. Y qué tal si no nada más a Javier Solís, qué tal si hago que sean amigos (Solís, Pedro Ifante y Jorge Negrete). Me inventé una historia que tenga que ver con otro detective para que sea un descanso a mitad de la novela, como lo que llaman el jardín de la novela para sentarte a relajarte un poco de todo lo terrible que está pasando a sabiendas de que eso sí no fue verdad. Cuando se me ocurrió la idea dije sí, sí. La estaba escribiendo y hasta sonreía. Me gusta mentir. En una novela hay que mentir y mentir bien. Espero que me haya salido.
—Por último, Juárez es una ciudad, como muchas otras, que ha quedado marcada indudablemente por la violencia. ¿La violencia llegó para quedarse? ¿Crees que a medida que avance el tiempo seguiremos volviéndola parte de nuestro día a día, o este tendrá un fin?
—Mientras los gobiernos —no quiero sonar político, pero estamos en un sistema político— no quieran desembarazarse con estrategias para poder limpiar lo que está sucediendo en México, vamos a seguir igual o peor. Tenemos el caso de Colombia que a veces se compone y luego se vuelve a descomponer. Aquí han llegado al grado de matar a gobernadores. Antes no se mataban y ahora ya. A veces ni te extraña que los maten por dónde andan inmiscuidos. Puede ser más doloroso si te pones a pensar una salida fácil. Soy pesimista, por no decir realista, y no veo ningún avance. El único avance que vi fue que cuando salió el Ejército de Ciudad Juárez de alguna manera la violencia volvió a bajar, porque a mi papá le tocó una vez que las balas se oían a lado. Oía los balazos. En Xalapa yo oigo balazos. No es Ciudad Juárez, pero está marcada. Allá en Juárez atrás de la casa había un sembradío de algodón y en las noches se oía ta-ta-ta-ta-ta-tan. Era extraño. Al inicio eran dos o tres y luego cada noche como ladridos de perro. Se oían a lo lejos, pero no eran ladridos de perros, eran balazos.Uno tiene que sobrevivir, no se normaliza, se adapta a esas situaciones. Siendo de una ciudad grande, con cuadras grandes, de niño me dijeron que si veía a alguien caminando por la cuadra, me cambiara a la calle de frente. Es lo que me enseñaron de chiquito y es lo que voy a enseñar a mi hijo. Se camina menos ahora que antes, pero ya tendrá que caminar en algún momento. Le enseñaré lo mismo que me enseñaron a mí por seguridad y defensa propia. Siempre habrá malos, siempre habrá buenos y siempre habrá grises. Sino, no seríamos la raza humana.
Obed Rosas
Es licenciado en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón de la UNAM. Estudió, además, Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras.
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