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La escritora y periodista Verónica E. Llaca habla con SinEmbargo sobre su más reciente novela La Herencia (Planeta), en la cual reconstruye desde el plano de la ficción la historia de Felícitas Sánchez Aguillón, «la Ogresa de la colonia Roma», la asesina serial más famosa de México.

Ciudad de México, 26 de septiembre (SinEmbargo).– Felícitas Sánchez Aguillón, mejor conocida como «la Ogresa de la colonia Roma», una partera que en la primera mitad del siglo XX fue acusada de desmembrar niños y tirarlos por el drenaje de su casa, es el personaje que la escritora y periodista Verónica E. Llaca reconstruye desde el plano de la ficción con su novela La Herencia (Planeta).

“Era un personaje del que se podía tirar hilo y sacar muchas hebras. Además de poder hacer ficción porque se sabe poquito de ella. Salieron seis notas y no hay más. Lo que salió en la prensa es lo que hay. Daba la oportunidad a hacer ficción, inventar más sobre un hecho que sucedió en los cuarenta”, comentó la autora en entrevista con SinEmbargo.

En su obra, Llaca escribe una historia a dos tiempos. Una en el 95 y la otra en los 40. Una en la que Ignacio Suárez, un autor de novela negra que recibe fotos con varias escenas de crímenes que recrean lo que él escribe. Y la otra, la de «la Ogresa», a través de una especie de diario en el que se recrea, desde la ficción, su vida. Ambas historias están tejidas por los lazos de sangre y por una cuestión en la que Verónica manifiesta su interés: 

“El hilo que llevaba es justamente el título: La herencia. Ignacio al escribir sus memorias se pregunta si la infancia es destino, si de donde venimos nos hace ser lo que somos. Se vuelve periodista de nota roja y después escritor de novela negra. Eso me da un poco de juego para contar cómo es el camino de la novela negra en México. Lo que me gusta son los giros de tuerca que se van dando en la novela sobre no saber quién es el asesino, y que quede la duda”.

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En relación a qué elementos, además de la propia historia conocida de «la Ogresa», son verdad y cuáles no, Verónica E. Llaca indica que cuando hay poca información, el escritor tiene la libertad de ficcionar siempre y cuando advierta que aunque su historia está basada en hechos reales, es ficción.  

La autora expresa que al retratar estos asesinato en serie y las historias que se yuxtaponen también aborda otros temas como el infanticidio, el feminicidio y la violación, “que son crímenes que se han vuelto tan comunes y dentro del paisaje cotidiano de nuestro país que hemos perdido un poco de vista el significado de esas palabras”. 

“Están tan gastadas (estas historias) que crear unos personajes que vayan arrastrando al lector a esta circunstancia es de pronto un modo de hacer visible otra vez a las víctimas. Hemos caído en culpabilizar a las víctimas y nos olvidamos del victimario. Aquí hay que poner el ojo en la víctima para regresar a esta consciencia, que no se nos olvide, volver a tener empatía en lo que está sucediendo más allá de la palabra”, compartió.

La Herencia, de Verónica E. Llaca. Foto: Cortesía Grupo Planeta.

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—¿Por qué decides escribir una novela en torno a un personaje como lo fue «la Ogresa de la Roma»?

—Es un personaje que es muy novelesco, tiene todos los tintes para ser una novela negra, que es lo que por ahora escribo. No creo que me vaya a quedar toda la vida escribiendo novela negra, pero por lo pronto era un personaje del que se podía tirar hilo y sacar muchas hebras. En una novela que parte de un hecho verídico siempre uno se pregunta sobre los límites con la ficción, en ese sentido ¿qué elementos, además de la propia historia conocida de «la Ogresa», son verdad y cuáles no?, ¿cómo construir un personaje del que hay tan poca información? 

—Te da mucha libertad. Cuando hay poca información, a uno como escritor le da la libertad de ficcionar y avisando que está basado en hechos reales, pero es ficción. La investigación más profunda es la que se hace de época. Ver toda la circunstancia que rodea al personaje, un México de entonces, la atmósfera que tenía la Ciudad de México, que es muy importante en este género. Está contada en dos tiempos. Uno es el 95 y el otro los 40. Las dos épocas tenían mucho qué contar y en los cuarenta pasa la violencia que no pasa ahora. Ahora los asesinos seriales se pierden en la masa de asesinatos. Contar una historia en una época donde se veían los crímenes. Poco después de «la Ogresa», el mismo detective captura al Goyo Cárdenas. Era una época donde estos asesinos se vuelven un mito urbano, y hay que rescatarlo. Además de poder hacer ficción porque se sabe poquito de ella. Salieron seis notas y no hay más. Lo que salió en la prensa es lo que hay. Daba la oportunidad a hacer ficción, inventar más sobre un hecho que sucedió en los cuarenta.

—¿Por qué será que estos crímenes atraigan tanto la atención y sus historias trasciendan tiempos? ¿Será que nos causa sorpresa a qué niveles de crueldad puede llegar el hombre?

—En este caso porque se trata de asesinatos de niños y eso en cualquier época —bueno quizá no en la Antigua Grecia en que los niños no eran considerados ciudadanos hasta que crecían— es cruel. Que además es un mito; tengo mis dudas. En la novela planteo un monstruo, pero tengo mis dudas de qué tanto era verdad lo que contaba la prensa y qué tanto era tener un público cautivo esperando noticias sobre «la Ogresa». 

—¿En qué basas las dudas? 

—En lo que ha pasado siempre con los medios, sobre todo antes cuando era lo que más atraía. La gente esperaba la continuación de la nota roja. El reportero que cuenta toda la historia se involucra al grado de tomarlo personal, porque después de que sueltan a «la Ogresa» —porque querían evitar que ella hablara de sus clientas de clase alta— manda una carta al juez preguntándole sobre cómo era posible que la haya soltado. Hay una parte muy pasional del reportero y no sé si es por dejar a «la Ogresa» en la cárcel o por continuar la historia. Pueden ser las dos cosas. Entonces eran las grandes noticias que hacían famosos a los reporteros.  

Llaca escribe una historia a dos tiempos. Una en el 95 y la otra en los 40. Foto: Cortesía Grupo Planeta.

—Todos estos hallazgos que hacen en su casa crees que se hayan magnificado hasta llegar al grado de crear el mito de «la Ogresa».

—Era partera y abortista. Como era rudimentario lo que hacía seguramente se le murieron niños que iban a nacer de nueve meses de término, y lo mismo en los abortos. Había muertos todo el tiempo. El problema era el modo en que ella se deshacía de los cuerpos. Los desmembraba y los echaba al caño. Eso fue lo que empezó a llamar la atención del vecino.  

—En la novela tenemos además la otra historia en paralelo, la de Ignacio Suárez, un novelista que recibe fotos con varias escenas del crimen que recrean lo que él escribe ¿Es esta otra manera en la que buscas plasmar cómo piensa un asesino serial?

–Sí. El hilo que llevaba es justamente el título: La herencia. Ignacio al escribir sus memorias se pregunta si la infancia es destino, si de donde venimos nos hace ser lo que somos. Se vuelve periodista de nota roja y después escritor de novela negra. Eso me da un poco de juego para contar cómo es el camino de la novela negra en México. Lo que me gusta son los giros de tuerca que se van dando en la novela sobre no saber quién es el asesino, y que quede la duda. 

Esta búsqueda de si la maldad es hereditaria o tiene que ver con las circunstancias, con cómo fueron los padres, con cómo fue tu vida. Hay un montón de estudios, pero nadie ha llegado a una conclusión de cómo descubrir a estos asesinos antes de que se conviertan en asesinos. Evitar los crímenes antes de que sucedan, antes de que el asesino sea el asesino. Hay estudios sobre el gen maldito que dicen que los CEOs de grandes empresas lo tienen. El mismo que un asesino serial. Por qué uno es un CEO y el otro es un asesino serial. Es un poco esta exploración.   

—Leyendo ciertas partes, lo mencionas en la primera parte, en el caso de «la Ogresa» también hay una cuestión de pobreza, de falta de oportunidades, que una vez que se presentan se hace lo posible para no perder estas oportunidades. ¿Tú entiendes esta cuestión así?

—Hay una parte de la novela que es muy sútil donde está el marido de «la Ogresa», quien se aprovecha de ella. Él tiene un brazo que no le sirve. Quería pintar al personaje con ciertas limitantes para que se notara que también existe la parte del patriarcado que obliga a la mujer a trabajar y él a explotarla. No quisiera decir que todo lo que pasó con «la Ogresa» fue porque era una asesina, sino era una suma de circunstancias. 

—¿Qué me puedes decir sobre el otro asesino serial que manejas? 

—El libro de Ignacio Suárez se basa en asesinatos reales (reales en la novela) y cuando le llegan las fotografías parece que es un copycat (imitador) de su propio libro. Pero sí existieron dentro de la historia del libro estos asesinatos que eran de las pacientes de la madre. En la historia de «la Ogresa» la sueltan porque sino hablaría de sus clientas, que eran las más influyentes y esposas de políticos. Quería tener esta liga y ver también a las pacientes. De algún modo hablar también del infanticidio, del feminicidio y de la violación, que son crímenes que se han vuelto tan comunes y dentro del paisaje cotidiano de nuestro país que hemos perdido un poco de vista el significado de esas palabras. Están tan gastadas que crear unos personajes que vayan arrastrando al lector a esta circunstancia es de pronto un modo de hacer visible otra vez a las víctimas. 

Hemos caído en culpabilizar a las víctimas y nos olvidamos del victimario. Aquí hay que poner el ojo en la víctima para regresar a esta consciencia, que no se nos olvide, volver a tener empatía en lo que está sucediendo más allá de la palabra. Era mostrarlo. Hacer escenas crudas que arrastraran al lector y que lo incomodaran. Es una lectura que llega a incomodar. Pero al mismo tiempo que el hilo conductor fuera tan potente que aunque incomode, se continúe. Así como continuamos en este país con tantas historias que nos incomodan. 

—Por último, a partir de tu experiencia y de lo que plasmas en tu novela, ¿qué hay detrás de un asesino serial, por qué vemos que su existencia es una constante en el tiempo, ya sea en México como en el resto del mundo? 

—Hace poco Liliana Blum y yo tuvimos una presentación donde decía Lili una frase de que los hombres tienen miedo de que las mujeres se burlen de ellos, pero las mujeres tenemos miedo de que ellos nos maten. Este poder que tienen los hombres simplemente por género, por fuerza. Hace una semana me enteré de la vilolación de una muchachita que trabajaba con unos amigos. Fue al azar. Iba pasando en el momento equivocado justo cuando se apareció un hombre que la golpeó, que casi la mata, que la violó, ella le mordió un dedo y se detuvo. Era al azar, la que va pasando. Me parece terrible que sea así. Es una cuestión de fuerza. 

Obed Rosas

Es licenciado en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón de la UNAM. Estudió, además, Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras.

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