Hay padres que lo peor que pudieron hacerle a sus hijos fue quedarse: Hiram Ruvalcaba
PorObed Rosas
28/08/2021 - 10:00 am
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El escritor Hiram Ruvalcaba habla con SinEmbargo con motivo de su más reciente libro de cuentos Padres sin hijos (UANL, 2021), un texto que ahonda en el peso que tiene esta figura en la vida de cada uno de nosotros.
Ciudad de México, 28 de agosto (SinEmbargo).– ¿Qué es ser un buen padre? En torno a esta cuestión se agrupan un manojo de experiencias que se remontan a la relación que pudimos tener o no con nuestros progenitores. Una cuestión que difícilmente puede escapar a ciertos estereotipos que han marcado este rol en las familias, el cual puede ir desde el que es proveedor hasta el que sencillamente se ausenta.
El escritor Hiram Ruvalcaba se ha colocado frente a este vínculo y ha explorado la variedad de relaciones que existen entre un padre y un hijo a lo largo de los ocho cuentos que integran su libro Padres sin hijos (UANL, 2021), un recorrido por momentos doloroso que abarca diferentes tipos de paternidad, todos ellos marcados por algún grado de ausencia que alimenta esta relación.
“Qué significa ser un buen padre. Tenemos una noción, a lo mejor, es el que se queda. Pero resulta que hay unos güeyes que lo peor que pudieron hacerle a sus hijos fue quedarse. Así de compleja es la sociedad”, comparte en entrevista con SinEmbargo este joven escritor.
Ruvalcaba abarca en ese sentido el impacto que tiene sobre la vida de los hijos un padre feminicida, uno que es irresponsable, otros que eligen ser omisos, uno más que alimentan su vínculo filial a base de la violencia o el que busca escapar a este vínculo. Aunque también nos muestra a aquellos que enfrentan una pérdida con todo lo que esto implica.
Hiram también comparte en la plática el rol que tiene la paternidad en una sociedad en donde se ha normalizado el abandono de los hijos, una situación que considera que debe llevar a replantear el rol que muchos tenemos como padres.
“No quiero pensar que la mayoría de estos padres que abandonan son sinvergüenzas o que no les importa, pero creo que la falta de preguntarse qué me va a pasar si abandono a mi hijo puede ser una de las razones por las cuales hay tantos hogares sin figura paterna. Esa pregunta es personal. Yo como padre qué voy a sufrir si abandono a mi hijo. Pero también la pregunta viene como sociedad. Qué les va a pasar a estos padres. Qué clase de sociedad somos que hemos permitido que abandonar a los hijos sea tan normal”, menciona.
Ruvalcaba reflexiona además sobre cómo nombrar a aquellos padres sin hijos, quienes muchas veces en un acto determinado por sus progenitores enfrentan las secuelas de su orfandad. Para él, el abandono de los niños siempre abre una pregunta: qué pasó con los papás.
“Tengo la impresión de que abandonar a un hijo no debe ser nada sencillo. Por la razón que sea. Hay gente que deja todo atrás por irse a buscar una mejor vida y hay gente que simplemente dijo ‘no chingues, yo no quiero tener un hijo ahorita, me voy ir a hacer otra vida y a lo mejor después tengo otra familia’. Eso pasa frecuentemente. Hay personas que son padres muy jóvenes, abandonan esos hijos y regresan diez o quince años después con otros hijos que sí aman. Entonces, qué onda con los hijos que se quedaron atrás y qué onda con los padres. Qué efectos puede provocar en ellos esa relación que abandonan. Deberíamos tratar de, si no encontrar una palabra para designar a los padres sin hijos, sí tratar de perfilar que su existencia en nuestra sociedad es relevante porque son muchos”, refiere.
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—Lees tus cuentos y dejan una sensación de vacío, dolor y muchas otras emociones. ¿Cómo es que das origen a escribirlos y conducirlos bajo esta misma temática?
—Siempre he tratado de buscar algunos aspectos de la humanidad que no me parecen del todo correctos, aunque no sé si sea la palabra. Diría temas problemáticos en la sociedad como la violencia, la incapacidad de la comunicación interpersonal —un asunto cotidiano en estos tiempos— y sobre todo las relaciones en las familias. Son temas muy complicados. En lo particular a mí el tema de la paternidad me ha llamado mucho la atención, porque he visto a mi alrededor muchas relaciones paternales fallidas. En mi barrio, por ejemplo, una calle estaba llena de mujeres abandonadas por los maridos por irse a Estados Unidos. Unas siete u ocho familias que se fracturaron porque el marido se fue y nunca volvió. Algunos mandaron dinero hasta que los hijos fueron grandes, pero la gran mayoría simplemente se desvaneció y ellos encontraron otra pareja. Eso deja acá en México una fractura que, como la vemos con tanta frecuencia, creemos que es normal. ‘Mira, otro niño abandonado por su papá’. Pero detrás de ese abandono se esconde un trauma y es muy difícil de sobrellevarlo.
En mi caso yo tuve una buena relación con mi padre, pero eso no quita que hayamos tenido desencuentros a lo largo de nuestra vida. Digo que es una buena relación porque todavía nos hablamos y nos queremos. No todas las familias pueden decir lo mismo. Hace tres años y medio, cuando me enteré que iba a ser papá, todas estas preocupaciones regresaron a revolotear en la cabeza como una parvada de cuervos. Sobre todo había preguntas que me hacía frecuentemente. La primera: qué significa ser un buen padre. Tenemos una noción, a lo mejor, es el que se queda. Pero resulta que hay unos güeyes que lo peor que pudieron hacerle a sus hijos fue quedarse. Así de compleja es la sociedad. La otra pregunta que revoloteaba también por ahí es cuáles son las circunstancias que producen estas fracturas en las relaciones paterno-filiales; cuáles son todas las caras que puede tener el fracaso. Creo que por ahí se fue gestando el libro. Los miedos, las preocupaciones, las posibilidades obsesivas. Soy un escritor que escribe desde la obsesión. Hay ideas que de repente se llevan todo mi tiempo y el miedo a fallar como padre es una de estas.
—Plasmas el sentido de la paternidad, la ausencia de la misma y las fallas. Has planteado ser un hijo sin padre, pero qué es un padre sin hijo.
—Esa pregunta incluso la tengo en el epígrafe. La hace Margarita García. Si los hijos sin padres son huérfanos, cómo llamamos a un padre sin hijos. Esa orfandad, el abandono de niños en el barrio, siempre abre otra pregunta: qué pasó con los papás. Tengo la impresión de que abandonar a un hijo no debe ser nada sencillo. Por la razón que sea. Hay gente que deja todo atrás por irse a buscar una mejor vida y hay gente que simplemente dijo ‘no chingues, yo no quiero tener un hijo ahorita, me voy ir a hacer otra vida y a lo mejor después tengo otra familia’. Eso pasa frecuentemente. Hay personas que son padres muy jóvenes, abandonan esos hijos y regresan diez o quince años después con otros hijos que sí aman. Entonces, qué onda con los hijos que se quedaron atrás y qué onda con los padres. Qué efectos puede provocar en ellos esa relación que abandonan. Deberíamos tratar de, si no encontrar una palabra para designar a los padres sin hijos, sí tratar de perfilar que su existencia en nuestra sociedad es relevante porque son muchos. Hablo específicamente de padres porque, aunque también hay madres que abandonan, el porcentaje es mínimo comparado con el número de los padres que abandonan el hogar y los hijos.
Si te metes a estas páginas de Facebook donde se llevan a cabo los juzgados familiares —yo soy mucho de estar viendo memes—, es sorprendente la enorme cantidad de gente que pone sus capturas de pantalla de padres que no quieren dar pensión, que hasta que les meten demanda empiezan a preocuparse por los hijos. No quiero pensar que la mayoría de estos padres que abandonan son sinvergüenzas o que no les importa, pero creo que la falta de preguntarse qué me va a pasar si abandono a mi hijo puede ser una de las razones por las cuales hay tantos hogares sin figura paterna. Esa pregunta es personal. Yo como padre qué voy a sufrir si abandono a mi hijo. Pero también la pregunta viene como sociedad. Qué les va a pasar a estos padres. Qué clase de sociedad somos que hemos permitido que abandonar a los hijos sea tan normal.
—Otro de los componentes es la violencia. ¿Cómo crees que haya impactado en el entendimiento de la paternidad?
—La familia es una institución básica en toda la sociedad. Una familia incluso pequeña es el reflejo de la sociedad en la cual se desarrollan. Y, como en toda institución, hay una lucha de poder interna, quién será el padre que llevará la batuta. También hay una lucha de los padres contra los hijos. Usualmente el hijo hombre se pelea con el papá y la hija con la mamá, aunque no siempre. En mi caso, siempre he pensado que las relaciones con mi papá estaban sustentadas por esta lucha. Es una lucha violenta. No nos agarrábamos a trancazos, pero sí era verbal. Confrontaciones, ‘tú estás ruco qué vas a entender’, ‘tú estás chavo y estás pendejo’. Son manifestaciones violentas porque no hemos aprendido a comunicarnos como sociedad. No hemos aprendido a establecer el diálogo como un mecanismo de resolución de conflictos. No sé si pasa en todos los hogares, pero a vuelo de pájaro puedo notar que así funciona en muchas partes.
Si a esto le agregamos que hay una violencia estructural, ese estrés que llega de afuera llega a afectar en las relaciones familiares. Recuerdo una imagen —no la puse en ningún cuento, pero a lo mejor después sale— en que yo iba con mi papá, tenía unos 15 años, caminando por una calle de Zapotlán (el Grande, Jalisco) y de repente vemos a dos cabrones agarrándose a trancazos machín. Golpe macizo a matarse. Entonces una señora llegó y le dijo al más chavo: ‘deja a tu papá, no le pegues’. Ah chinga, lo que uno no esperaba ver nunca, ahí estuvo. Aunque no me sorprende. Estas luchas de padres con hijos son antiquísimas. Es un tema bíblico, incluso. Viéndome un poco mocho, hasta Jesucristo renegó de su Padre cuando estaba crucificado. ‘No chingues, por qué me estás haciendo esta fregadera’.
Hay un cuento en este libro que a mí me gusta mucho y es el que más trabajo me costó que se llama ‘Cómo mueren los pájaros’. Un padre y un hijo van al bosque porque quiere enseñarle el paisaje de sus recuerdos de la infancia. En el camino se encuentran con que el paisaje ya no existe porque fue devorado por el gran monstruo contemporáneo que es la violencia. Es un cuento que le tengo mucho cariño, porque me acuerdo cuando mi papá nos llevaba al Cerro de las Peñas o el Cerro de los Calanques, muy famosos en Zapotlán. Las últimas veces que hemos intentado hacer este paseo, el paisaje ha cambiado mucho. Incluso ya no puedes ir a todos los lugares porque no son de acceso abierto o te puedes encontrar alguna chingadera, un ejecutado o ver una ejecución. Te puede tocar ver algo que ponga en peligro tu integridad. Esos paseos ya no son posibles.
La sociedad misma ha propiciado que los niños se enfrenten con imágenes de la violencia. Estos ahorcados que de repente aparecen en los puentes, que son caminos a primarias, a kinder, a secundarias. Son tramos por donde circula la infancia. Nunca me he visto en esa necesidad de decir como papá: ‘hijo, eso que tú acabas de ver te puede pasar’. Porque te puede pasar. No tienes que estar metido en el crimen organizado para que el crimen organizado te aplique la justicia del hierro. Por cierto, pensaba en el hijo de Javier Sicilia. Este poeta que empezó un movimiento pacífico para tratar de detener la gran vorágine de violencia. Su gran pecado fue andar en una carretera de noche, no saber que te pueden matar en cualquier carretera de noche. A mí me han tocado cosas muy cabronas. Me ha tocado que me encañonen, ver levantones a tres, cuatro metros de mí. Me tocó ya grande. Mi primera balacera fue como a los veinte años. Cuántos años van a tener mis hijos en su primera balacera. ¿Ocho?, ¿diez?, ¿doce? El pasado está sumergido en esta nueva realidad tan espantosa.
—Hace poco, con motivo de la entrevista de otro libro, algunas personas que eran violentadores que han dejado esas prácticas coincidían en la falta de una figura paterna. ¿La falta de compromiso de quienes ejercemos la paternidad es cada vez más una constante?
—No soy psicólogo, pero soy de esos que les gusta ver series de asesinos seriales y gente que se sale de la norma. Una de las características que tienen es que no hay una figura paterna y por tanto carecen de una de las figuras de autoridad. No digo que tiene que ser mamá y papá en todos los hogares necesariamente, pero creo que tener dos figuras de autoridad que sepan lidiar con los problemas intrafamiliares a partir del diálogo debe ser fundamental para que el niño aprenda a resolver sus problemas. Cuando no existe este tipo de convivencia, difícilmente el niño aprenderá a convivir. Eso creo, pero no lo sé y no me gustaría meterme en temas que no conozco plenamente.
La lógica de un país donde el 40-50 por ciento de los hogares no tiene figura paterna es que los hijos se sientan rechazados y nada menos que por uno de sus padres. Es un trauma que no es tan fácil de sobrellevar. Agrégale que no somos un país que se preocupe por su salud emocional y mental. Cómo sacas el trauma de ese rechazo, de esa conciencia de que uno de tus dos padres no te quiso. Debe ser difícil de sobrellevar. Los psicólogos lo pueden explicar mucho mejor, pero si a mí me hubieran dicho que mi papá me abandonó, probablemente hubiera tenido problemas en mi relación con otros hombres adultos. Hubiera dicho que son unos culeros como mi papá.
La parte emocional que trae un hogar con dos figuras paternas o maternas es necesaria. Incluso si no son figuras paternas, lo que tiene que ver en el crecimiento de la infancia es el amor. Una o dos figuras que críen desde el amor es sumamente importante, porque los niños abandonados por el padre no digo que no encuentren en la madre una situación de amor, pero hay que pensar que muchas de estas madres son muy chicas con 19 o 14 años, porque estamos en un país con embarazo infantil. Cómo les dices que tienen que educar a un crío cuando ni siquiera han terminado de educarse a sí mismas. Es un porcentaje alto que vale la pena considerar al hablar de casos de abandono. Es muy complejo. En estas últimas entrevistas sobre el libro me he puesto a pensar en lo difícil que es el tema de la paternidad en México y de lo urgente que es atenderlo.
—Hay un elemento constante en tus cuentos: la irresponsabilidad de la figura paterna. En un cuento está el padre feminicida o en otro el padre despistado que no se da cuenta que mata a su hijo. ¿Qué piensas sobre esto?
—No lo había notado así como lo mencionas, pero ciertamente cada uno de los personajes de mis cuentos tiene un defecto moral que tiene que entender, superar o padecer. El padre que está en la cárcel tiene un par de momentos en los cuales busca redención. Incluso su gran objetivo es conectar con su hijo. En el segundo cuento, cuando ya se ve más sinvergüenza, también busca conectar. Quiere salir de la cárcel y verlo. El hijo, por otra parte, va a tener diferentes objetivos a lo largo de la historia, pero de todas maneras va a entender este intento de conexión. Una amiga me preguntaba por qué al final ayuda al papá. El hijo estaba solo. Era un ser no querido por su familia plenamente, no era querido por su mamá por los recuerdos que le da sobre el papá. Sólo tenía a su padre y él tampoco era una posibilidad de conexión. Cada uno de los personajes de este libro está tratando de buscar conectar humanamente con sus hijos. Qué somos capaces de hacer para encontrar esta conexión.
En el segundo cuento —ese pinche cuento no lo he vuelto a leer desde que lo terminé porque me afecta mucho—, ciertamente la irresponsabilidad paterna es un asunto que vale la pena discutir. Es un poco cliché. No creo que todos los padres sean tan irresponsables como a veces se maneja. Pero el pedo es que la irresponsabilidad en determinadas circunstancias no tiene vuelta atrás. Hay una página en Facebook que se llama ‘Memes para que regrese tu papá’. Es un chingo de banda que comparte la historia que tienen con sus padres abandonadores. Uno dice que un día su papá lo llevó al fútbol a verlo jugar, se le olvidó que lo llevó, se fue a pistear y lo dejó en el estadio. Hay un chingo de casos en el parque, por ejemplo. Hay una imagen que dice: ‘oye hijo, necesito tu edad y tu nombre completo para hacer un trámite’.
Imagínate. Es cultural el hecho de que a los padres nos pasen estas cosas. No fuimos criados como para decir que un día te vas a ocupar de una vida que dependa enteramente de ti. Estamos aprendiendo nuestra parte de responsabilidad, por eso es tan común escuchar a cuates de nuestra generación diciendo que ‘yo ayudo’ en la crianza de mi hijo. Eso está cabrón, porque no es una ayuda sino una responsabilidad. Estamos en un proceso de que esa irresponsabilidad sea cosa del pasado, y un proceso no dura un año. Pero nos conviene porque cuando el hombre sea reconocido como una parte indispensable en la crianza de los hijos, al rato hablaremos de permisos por paternidad. Esto ya está ocurriendo en los países de primer mundo. Tengo un profesor que pidió su año sabático para estar con su hijo. Se me hace algo extraordinario. Así como hay permisos para que la mamá esté seis meses con su hijo, por qué no hay para que el papá también pueda.
—¿Qué crees que diferencie a un buen padre de uno que no lo es?, ¿deberíamos replantear nuestra paternidad?
—Definitivamente sí. La pregunta que haces es difícil y voy a esquivarla porque está cabrona. Pero sí voy a decirte algo que es importante en todo evento social. Hay que cuestionar lo que creemos que está bien, lo que creemos que funciona. Porque a veces lo que funciona no es porque sea lo correcto. Suele funcionar porque es lo más fácil, porque es a lo que estamos acostumbrados o es lo visiblemente positivo. Me ha costado un chingo de trabajo no darle nalgadas a mi hijo. A veces es tan sencillo darle una pinche nalgada para que deje de hacer el desmadre que está haciendo, pero ese es el camino fácil y ofrece resultados inmediatos aunque no necesariamente positivos. Alguna vez lo hice, cuando estaba muy chiquito. Pero pensé que debe haber otro camino. No sé cuál sea, y estoy en esa búsqueda todavía.
En la paternidad es una búsqueda constante, todos los días te lleva a interrogarte si lo que estás haciendo está bien, si le ayudará a ser un ser humano integral o le causará un problema después. La mejor paternidad es la que se asume con ese compromiso. Yo me comprometo a tratar de hacer las cosas bien, pero no sé si pueda. Tú estás enseñándole a tus hijos a vivir en un mundo que ya no existe, porque te criaste con unas ideas de hace unos 20 o 30 años. Tu hijo crecerá en un mundo que tú no vas a comprender y no tendrás tiempo de comprenderlo por la chamba, las obligaciones o porque te vale madre.
Me sorprende que en el caso de los millennials tenemos una identidad jodida porque no nos dejaron vivir nuestra identidad. Escuchabas a los Backstreet Boys o a Britney Spears, llegaba tu papá y te decía no escuches esas chingaderas, eso no es música, ahí te va Pink Floyd, Caifanes, AC/DC, la madre. A mí me pasó, y a mucha gente, que nos impusieron su pinche música de los años 70 u 80 que no es de nuestra generación. Ahora ves a los centennials que escuchan a Bad Bunny, reguetón en general. Estos güeyes están viviendo su generación. A mí me costó muchos años admitir que mi generación es la de Britney. Un poquito Radiohead.
Tenemos que admitir que la sociedad a la que los encaminamos es una que no comprendemos y no alcanzamos a ver. Hay preguntas que nos tenemos que plantear, que son urgentes y que son terribles. Qué va a pasar cuando en diez años la pinche agroindustria logre acabarse las reservas hidrológicas de México. Qué va a pasar cuando en 15 años la crisis climática sea irreversible, sino es que ya lo es. Cómo le voy a explicar a mi hijo que yo lo traje a este mundo sabiendo que esas cosas podían pasar. Son preguntas a las que yo espero tener respuestas, pero espero no tener que responderlas. Ojalá que los gobiernos, como han hecho en Europa, intenten aminorar la crisis ambiental. Vamos a decirle a Musk y a Bezos que están pendejos y no necesitamos llegar a Marte, sino cuidar la Tierra.
La paternidad, y hablo de la maternidad también, es una de las pruebas más difíciles y más duras que se puede pasar por esta vida. No estamos preparados para serlo por más que veas cursos, preguntes y tengas un chingo de hijos. No estás preparado porque cada hijo es diferente. Si uno asume que las cosas que hace van a estar bien, lo más probable es que fracase. Entonces hay que estar constantemente auditándonos nosotros mismos. Es mi impresión con lo poco que conozco del tema. Llevo 33 años siendo hijo y apenas casi tres siendo padre.
Obed Rosas
Es licenciado en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón de la UNAM. Estudió, además, Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras.
https://dev.sinembargo.mx/author/obedrosas/