Óscar de la Borbolla
18/03/2019 - 12:03 am
Historia metafísica de un individuo en serie
El espejismo de entender dura mucho y solo a veces, cuando la muerte con su manotazo nos arrebata a alguien, nos percatamos de que nuestros hábitos, nuestras metas, nuestra fórmula.
Cuando llegamos a este mundo no comprendíamos nada. Nos sorprendieron el hambre, el frío; la calidez, la satisfacción; aprendimos a llorar, a sonreír y, poco a poco, las imágenes que captábamos fueron afinándose: comenzamos a reconocer los objetos, nos distinguimos de ellos. Había lo que nos gustaba y lo que no. Era un mundo breve, pues la inmensa totalidad nos resultaba indiferente o desconocida. Un día, por fin, nos vimos rodeados de amigos y enemigos; supimos que éramos parte de una familia o de un grupo y comprendimos que había otras familias y otros grupos; asumimos de inmediato las metas tras las que los demás corrían, nos vimos correr tras lo mismo que ellos y la vida adoptó algunos verbos: anhelar, alcanzar, fracasar. Los mismos verbos para todos aunque para cada quien objetos diferentes
Esos objetos son los que le han dado contenido particular a nuestras vidas, esos objetos siempre cambiantes y esos verbos siempre los mismos. En el fondo la vida es una ecuación muy simple: anhelar permanentemente, alcanzar a veces y fracasar con dolorosa frecuencia.
En algún momento todos llegamos a creer que ya entendimos, pues lo que se repite no sólo crea una sensación de familiaridad, sino que nos persuade de que estamos en lo correcto, y para cuando uno se pregunta por el sentido ya lleva demasiados años en algo, en la escuela o en el trabajo, conviviendo con otros que hacen lo mismo que uno, o sea, cuando ya está integrado en una manada que se encamina en una determinada dirección, hacia una meta: un sentido.
El espejismo de entender dura mucho y solo a veces, cuando la muerte con su manotazo nos arrebata a alguien, nos percatamos de que nuestros hábitos, nuestras metas, nuestra fórmula: “anhelar, alcanzar, fracasar" es literalmente un sinsentido y, en ocasiones, entre el alcohol o cualquier otro anestésico y una pregunta, elegimos la pregunta: ¿para qué? Es entonces cuando volvemos al principio, a ese comienzo en que no sabíamos nada ni entendíamos nada y, momentáneamente, perdemos el sentido.
El episodio de entender que no entendemos dura por lo regular muy poco, pues la rutina, la demanda de las necesidades, los otros que no han perdido el paso de la manada vuelven a coptarnos y, nuevamente, aunque con menos convencimiento, volvemos a creer que entendemos, pues "entender" consiste en que la vida siga, ¿para qué o hacia dónde? Eso no lo sabemos; pero eso sí, seguir adelante es el sentido.
Pero la muerte es persistente, terca, y vuelve a visitarnos con irritable frecuencia. Una y otra vez más cercana o más lejana, pero sin cesar. Y uno sigue en su manada aunque vayan menos miembros en ella y el entusiasmo haya ido decayendo en quienes, pese a todo, continúan. Y el anhelo amaina y uno se da cuenta de que lo que se alcanza vale menos de lo que uno creía y lo que no se logra tampoco es para tanto. La ecuación de los verbos se mantiene pero los objetos son más raquíticos cada vez. Y uno vuelve a preguntarse, si ahora sí entiende; pero esa ignorancia es la única que se mantiene como en el principio. Aunque, tal vez, uno llega a entender que no tenía ninguna importancia llegar a entender o que quizá no haya nada que entender. (Y con este texto he llegado a la reflexión número 200).
@oscardelaborbol
más leídas
más leídas
entrevistas
entrevistas
destacadas
destacadas
sofá
sofá