Óscar de la Borbolla
25/12/2017 - 12:04 am
2018: Optimismo paradójico
De lo inesperado es de lo único de donde hoy puedo extraer la esperanza: de las sorpresas con las que el futuro nos desconcierta, no de lo que cabe esperar sino de su opuesto: lo inesperado, del azar que rompe los rieles de los desenlaces eslabonados causa-efecto.
Me han pedido que para terminar el año me refiera a algo que resulte esperanzador, "algo" que refuerce la moral, que reconforte. Y yo mismo he sentido como un imperativo el deseo de levantar la vista y fondear en un horizonte menos sombrío que aquel que ha impregnado mis últimas colaboraciones. Y por más que me gustaría ofrecer en algún derrotero una prospectiva capaz de alegrar, juro que no la encuentro.
Política, economía, ecología, juventud, alimentos, empleo, seguridad... por mejor que sea el ánimo con el que quiero encararlos advierto unos augurios que me quitan las ganas de que este año, aciago en muchos sentidos, termine y comience el inevitable 2018.
Pero si no hallo esperanzas en el mundo, sí las encuentro en mi experiencia, aunque representen una paradoja: he comprobado una y otra vez a lo largo de toda mi vida, que de manera sistemática, las cosas nunca salen de acuerdo con mis previsiones; que invariablemente mi capacidad de novelar falla cuando la aplico al mundo, pues mis más elaborados cálculos, vaticinio, expectativas siempre han sido burlados por lo inesperado.
De lo inesperado es de lo único de donde hoy puedo extraer la esperanza: de las sorpresas con las que el futuro nos desconcierta, no de lo que cabe esperar sino de su opuesto: lo inesperado, del azar que rompe los rieles de los desenlaces eslabonados causa-efecto.
Lo esperable de 2018 es no simplemente más de lo mismo, sino peor de lo mismo y, por ello, no puedo más que ofrecer un poco de optimismo paradójico: una esperanza fundada en lo inesperado. Cualquier otra me resulta tan ridícula como aquella de la que habla Gibran Jalil Gibran en su poema El mar mayor: ahí el optimista es un hombre que echa puños de azúcar al mar.
Mi optimismo no es del tipo: "no hay mal que por bien no venga", no es de terrones de azúcar, sino de paradoja auténtica: viene de saber por inveterada experiencia que las visiones prospectivas que me he hecho siempre fallan. De mis reiterados yerros es de donde deduzco que, contra lo que pienso, algo bueno vendrá. Vaya, pues, esta esperanza asentada en lo inesperado y esta seguridad que se apoya en lo inseguro de que el 2018 será bueno, pues el futuro nunca ha sido a la mera hora como parecía estar prefigurado. Salud a todos y que les resulte excelente este año que viene, a mí, al menos, el número 18 me ha dado suerte en la ruleta.
@oscardelaborbol
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