Óscar de la Borbolla
29/05/2017 - 12:00 am
La carta suicida
Obviamente, los suicidios no siempre ocurren tras una deliberación en la que se sopesan los pros y los contras de la vida, quiero decir, que no todo suicidio es un acto pensado, sino que muchas veces lo ocasiona el arrebato pasional, la depresión extrema o la simple desesperación y, en esos casos, si es que hay deliberación es muy poca. No todos los suicidios son resultado de pensar si la vida vale o no la pena: el suicidio filosófico es más bien raro.
Decía Camus que "el único problema filosóficamente serio es el suicidio", juzgar si vale o no la pena vivir, y es posible que tenga razón. Los problemas filosóficos, cualesquiera que sean, suponen que uno ha aceptado estar aquí y sólo luego uno puede intentar responderlos. Hay, sin embargo, un acto que no resulta del todo compatible con quien decide quitarse voluntariamente de la vida: la carta suicida.
Obviamente, los suicidios no siempre ocurren tras una deliberación en la que se sopesan los pros y los contras de la vida, quiero decir, que no todo suicidio es un acto pensado, sino que muchas veces lo ocasiona el arrebato pasional, la depresión extrema o la simple desesperación y, en esos casos, si es que hay deliberación es muy poca. No todos los suicidios son resultado de pensar si la vida vale o no la pena: el suicidio filosófico es más bien raro.
La carta suicida supone -y por eso me llama la atención- que se ha pensado, juzgado, reflexionado; estas cartas son muy variadas, con ellas puede quererse hacer sentir culpable a alguien, dejar constancia de lo cruel que el mundo ha sido o eximir de responsabilidad a los allegados con ese enunciado que se ha vuelto un cliché: "no se culpe a nadie de mi muerte..."
Las intenciones de estas cartas son innumerables, pero, paradójicamente, todas ellas revelan que a los suicidas epistolares la vida les sigue importando, y mucho, al grado de inmolarse por ella: ya sea para que alguien quede en la vida sintiéndose culpable, o para que quede en la vida la constancia de su repudio al mundo o para que quienes quedan en la vida no se vean envueltos en problemas policiacos...
Los suicidios, los que no son intempestivos, suponen si no necesariamente una deliberación, sí unos preparativos: la elección del método, de la oportunidad; el repaso de muchas cuestiones logísticas. Todo ello está referido a la muerte, no así la carta de despedida que apunta a la vida y a quienes quedan aquí.
Escribir una última carta y luego matarse muestra que la vida vale la pena, que lo que queda de este lado importa o tiene muchísimo sentido. La carta suicida me recuerda Vidas imaginarias de Marcel Schwob donde aparece la primera filósofa: Hiparquia, una discípula de Diógenes, quien criticaba que el desprecio de su maestro a la sociedad no fuera auténtico, pues Diógenes recorría el ágora diciendo que habría que vivir como un perro, cuando, según ella, para demostrar realmente ese desprecio, había que vivir como perro y ya, sin andar proclamándolo. De igual manera la carta suicida por negar el sentido de la vida lo afirma.
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