Óscar de la Borbolla
13/06/2016 - 12:02 am
¿Qué hago aquí?
¿Qué hago aquí?, ¿de dónde llegué?, ¿de qué se trata? Son las preguntas típicas de quienes han perdido la línea de continuidad que les explica su presencia en algún sitio.
Viven como si no lo supieran...
Albert Camus
¿Qué hago aquí?, ¿de dónde llegué?, ¿de qué se trata? Son las preguntas típicas de quienes han perdido la línea de continuidad que les explica su presencia en algún sitio. Las formulan los amnésicos, los borrachos, quienes, por la razón que sea, no reconocen o no recuerdan cómo es que aparecieron en un lugar. Pero, también, son las preguntas más hondas que puede formularse un ser humano cuando se aparta de esa peculiar inconsciencia en la que generalmente nos encontramos: la vida cotidiana: un nivel de conciencia en el que nos damos cuenta pero solo de aquello a lo que estamos encarados: las ocupaciones, las preocupaciones, los proyectos, una conversación, las incomodidades de un traslado, la molestia o el dolor del hambre, la rabia ante la venalidad de la justicia, el sabor de un flan... Nuestra conciencia por lo regular está ocupada con estos contenidos, y la vida como una fuerza centrípeta nos sumerge por completo en sus afanes. Solo a veces, nos ocurre un alto en el camino y con la pregunta ¿cuál es el caso de la existencia? la conciencia da un salto y adquiere otro nivel: ¿por qué existo?, ¿por qué existe el mundo?, ¿qué sentido tiene estar aquí?
Y la analogía con el alcohol no es mala, pues, en efecto, es como si despertáramos de la borracheara de la vida, de ese estado de vivencia intensa y locuaz en el que estamos neceando una y otra vez con lo que sentimos que es importantísimo: nuestro trabajo, nuestra familia, nuestros logros, nuestros fracasos: nuestro asuntos. Trabajo, familia, logros y fracasos que en cien años no tendrán ninguna importancia para nadie. ¿Cuál es el sentido de las cosas que tengo y que me ocupan si soy un ser cuya duración es tan breve y que anda dando de vueltas, con otros como yo, sobre un planeta que viaja alrededor de un sol, al que en menos de 5 mil millones de años se le acabará el combustible?
O sea, como preguntó Nezahualcóyotl, ¿a qué venimos sólo un rato aquí?, ¿cuál es el caso si yo, tú, él, todos nosotros un día, un mal día, estaremos tirados ahí a tan solo unos minutos de morir.
Todo el mundo ha tenido alguna vez esta conciencia -conciencia límite, como se la llama- y nadie quiere mantenerla; todo el mundo sale huyendo de ella y se mete en la primera cantina para volver a engancharse con alguno de los miles de sentidos etílicos que la vida nos brinda para perdernos. Conciencia molesta que no queremos escuchar y que preferimos callar con el amor, con la importancia, con el dinero, con el poder, con un programa de televisión, con un libro o platicando en el Metro con un desconocido acerca del día sin auto o de la lluvia...
¿Qué hacemos aquí? ¡Qué pregunta más inquietante!, y para la que hay tantísimas religiones que nos ofrecen su respuesta fácil: un papá racional o caprichoso que nos creó... Como si el que Alguien nos hubiese creado explicara el sentido de que estemos aquí, sólo un rato aquí. Y para la que también hay muchas respuestas complicadas: la Teoría de la Evolución o el Big Bang... Como si la plasticidad de la materia viva y la selección natural hicieran comprensible la existencia de ese individuo que cada quien es solo un rato aquí.
Esa conciencia de estar sin saber el sentido de la estancia y, simultáneamente, sabiendo que solo nos durará un rato, es la que nos arroja al paso las preguntas: ¿qué hago aquí?, ¿qué hacemos aquí? No lo sé, nadie lo sabe; aunque sean las preguntas más hondas de la literal lucidez, de quien no está embriagado por los asuntos de la vida. Son preguntas incómodas, chocantes, que nos ponen en contacto con la angustia sólida, y de las que también yo, en seguida, voy a apartarme.
Twitter: @oscardelaborbol
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