Óscar de la Borbolla
23/05/2016 - 12:00 am
Los delirios de la razón
Siempre sabemos tan poco de lo que nos rodea, siempre es tan breve la fracción que podemos vislumbrar, siempre son tan esquemáticos nuestros razonamientos que, insisto, más nos valdría por lo menos decidir lo que la vida nos fuerza a decidir sin esos desplantes fundamentalistas de quienes convencidos de que su verdad es La Verdad se cierran a otros planteamientos.
Hay una lección que da la ciencia contemporánea --ese conocimiento comprobado mil veces, riguroso, metodológico y, encima, eficaz-- que no se ha apreciado lo suficiente: la cautela con la que se relaciona con la verdad. Un científico de hoy no dice: "Esta teoría es verdadera"; lo que dice es: "Una teoría sigue en el juego mientras no se falsifique". Su afirmación parece desconcertante y contradictoria, pues venimos de una tradición en la que la episteme destronaba a la doxa y se encumbraba como La Verdad; de una tradición que llegó a creer en que Ser y Pensar son la misma cosa y en la que se había aceptado que "la verdad es la adecuación del intelecto con la cosa" y, por ello, durante siglos la tarea fue y sigue siendo perfeccionar los instrumentos epistemológicos para así llegar a La Verdad.
Desde esa tradición resultan pertinentes las preguntas: si ya no es la verdad, ¿qué ventaja tiene, entonces hoy, la afirmación científica frente a otras afirmaciones: la poética, la religiosa, la subjetiva personal, etc? Si la ciencia no ofrece la verdad, sino "una teoría que sigue en el juego mientras no se falsifique", entonces, ¿todas las opiniones son igualmente válidas? Para muchos la respuesta es sí y ello explica el relativismo posmoderno en el que nos encontramos. Para otros, en cambio, me incluyo entre éstos, la pérdida de la fe en la verdad científica lejos de devaluar su discurso lo vuelve más apreciable que cualquier otra aproximación al mundo.
La ciencia se ha percatado, por fin, de que su peculiar acercamiento al mundo arroja resultados que dependen del método con el que va a él, y que ese pretendido mundo siempre es mucho más complejo e intrincado de lo que se había supuesto, pues, a la larga, hay algo que aparece y que viene a echar por tierra lo que creíamos verdadero. Esta cautela de la ciencia contemporánea no la hemos pensado lo suficiente, pues, si así fuera, la habríamos adoptado para explicarnos nuestra vida cotidiana.
En la vida diaria seguimos usando el viejo modelo de ser y pensar son la misma cosa, seguimos creyendo ciegamente en que las conjeturas lógicas a las que arribamos son La Verdad. Contamos con pocas pistas, datos fehacientes, y en un esfuerzo por entender lo que nos pasa, integramos esas pistas con las herramientas que tenemos a la mano y llegamos a unas conclusiones que nos convencen y estamos seguros de que así como entendemos las cosas, así son. Cuando no logramos el ascenso laboral para el que, según nosotros, éramos los mejores, y más cuando efectivamente éramos los mejores; o cuando cegados por nuestros cálculos perfectos invertimos en un inmueble que en poco tiempo, según todos los indicios, duplicará su valor; o cuando evaluamos la conducta de una persona porque creemos saber todo acerca de ella y llegamos a la conclusión de que no vale la pena; o incluso cuando concluimos que alguno de nuestros padres no nos quiere... Damos por ciertas, por absolutamente verdaderas nuestras razones y no tenemos la cautela de la ciencia contemporánea: dejar nuestras "verdades" en vilo hasta que sean falsificabes.
Qué cantidad de errores cometemos por obrar a la antigua, por creer que nuestra particular razón coincide con el mundo. A la larga descubrimos que el puesto que le dieron a otro se lo dieron por algo que ni sospechábamos: porque nuestra solicitud se perdió en el camino; y si nuestro inmueble se devaluó fue porque era impredecible, desde todos los puntos de vista, que el dislate urbanístico terminara colocando un puente inútil precisamente ahí...
Siempre sabemos tan poco de lo que nos rodea, siempre es tan breve la fracción que podemos vislumbrar, siempre son tan esquemáticos nuestros razonamientos que, insisto, más nos valdría por lo menos decidir lo que la vida nos fuerza a decidir sin esos desplantes fundamentalistas de quienes convencidos de que su verdad es La Verdad se cierran a otros planteamientos. Y por ello, para mí la ciencia actual lejos de devaluarse por su distanciamiento de La Verdad me parece más saludable.
@oscardelaborbol
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