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Óscar de la Borbolla

14/03/2016 - 12:00 am

El porque sí

La vida, eso que es todo lo que poseemos y que se va haciendo con lo que hacemos, no debería ser un mero medio, un mortal trabajo.

La Vida Eso Que Es Todo Lo Que Poseemos Y Que Se Va Haciendo Con Lo Que Hacemos No Debería Ser Un Mero Medio Un Mortal Trabajo Foto Especial
La Vida Eso Que Es Todo Lo Que Poseemos Y Que Se Va Haciendo Con Lo Que Hacemos No Debería Ser Un Mero Medio Un Mortal Trabajo Foto Especial

Dice Schopenhauer -y es un gran consejo- que cuando la alegría se presenta no hay que hacerle preguntas, sino dejar que llegue, permitir que se instale. Las preguntas más hondas son: ¿por qué? y ¿para qué? El ¿por qué? indaga la causa, el origen, la razón de ser. Es posible que la alegría venga algo y sería interesante descubrirlo, aunque con seguridad la perderíamos si nos pusiéramos a averiguarlo. La pregunta ¿por qué? es viable frente a la alegría, aunque resulte necia si de lo que se trata es del disfrute de la vida. En cambio, preguntar ¿para qué la alegría? no simplemente es necio sino absurdo, pues la alegría no es un medio como lo es el dinero. Cabe preguntar ¿para qué el dinero? porque pueden darse múltiples respuestas; ¿para qué la alegría? no admite más respuesta que una carcajada de descalificación a quien haga esa tonta pregunta. Esto ocurre porque la alegría es un fin en sí misma; algo que no sirve para otra cosa, sino que se satisface en sí mismo.

He tenido que recorrer mi vida, larga ya y ajetreada en exceso, para venir a darme cuenta de que muchas cosas que he hecho o me han pasado eran fines y no medios. Por fortuna, nunca malentendí el amor o el placer, de ellos sí supe que no eran para nada más: desde el principio los admití y los sigo admitiendo sin buscarles otro beneficio. Pero a muchas otras cosas que eran plenas en sí mismas les anduve buscando consecuencias y, por un tiempo, desperdicie su goce implícito, por no decir que las eché a perder. Una de ellas fue escribir. Yo escribía por gusto, por el placer inmenso que me dan estas locomotoras de sentido que salen de mis manos y, craso error, esperaba que algo más pasará con lo que escribía: esperaba el éxito, el reconocimiento, la fama y hasta la gloria... Qué burro fui. Ahora escribo porque sí: por el gusto que me da hacerlo y me importa un bledo si mis palabras remachadas a fuerza de dedazos sobre el teclado son aplaudidas o vituperadas.

Y también esperaba que saliera algo más de la amistad. La Amistad, así con mayúscula, ese grato encuentro con el camarada entrañable, confidente y testigo y alter ego y hermano elegido y no biológico. Ese amigo o amiga al que da gusto ver porque sí, para pasar el rato, para pasar la vida entre chanzas y chismes y chistes, para echar la verdad de uno para afuera, y que es cómplice y compinche y compañero... Esperaba algo más de mis amigos: que pensaran en mí para alguna oportunidad, que contara con ellos para algún apuro, que fueran útiles para algo más; cuando eran ya de por sí absolutamente útiles sin darme nada más que su amistad. Hoy también reivindico la amistad como un fin y ya no como un medio.

Está bien trabajar, ahorrar, hacer miles de esfuerzos penosos para... Para conseguir con ellos ingresos, techo, comida, viajes, placeres, lo que sea que cada quien tenga que hacer para sobrevivir; pero pervertir lo que es fin en sí mismo convirtiéndolo en un miserable medio es la forma más triste de desperdiciar los gustos que uno puede darse en la vida.

No se lee un libro para... aprender, estar informado, opinar, ganar más dinero, dárselas de culto; se lee porque sí, porque es fascinante leer, meterse en otras vidas, entender otras formas de pensar... No se hace ejercicio para... mantener la salud, estar esbelto... Se hace ejercicio porque es divertido nadar o andar en bicicleta o perseguir una pelota.

No se filosofa para, ni se pasea para, ni se pinta para, ni se investiga para... Pero tampoco debería de cultivarse la tierra para, ni levantar un edificio para, ni pavimentar una calle para... Cuanto hacemos debería ser -aunque suene cacofónico- como la alegría: fin y no medio. La vida, eso que es todo lo que poseemos y que se va haciendo con lo que hacemos, no debería ser un mero medio, un mortal trabajo.

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."
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