Óscar de la Borbolla
08/02/2016 - 12:00 am
Conócete a ti mismo
Todos pensamos, en mayor o menor medida, que nos conocemos; creemos saber lo que nos gusta o nos disgusta, las ideas o los ideales que tenemos, lo que sentimos por otra persona...
Se ha advertido mucho -no sé si lo suficiente- del peligro que para nuestra seguridad e intimidad entraña la información que hay de nosotros en las redes sociales y, en general, en Internet. Es una memoria que cada quien va construyendo día con día y, a veces minuto a minuto, de todo lo que hace, piensa, opina, valora, en una palabra, de lo que cada quien es. Y ese banco de información donde se halla desde lo más importante hasta lo más nimio acerca de nosotros está ahí al alcance de los servicios de inteligencia, de las empresas comerciales e incluso de la delincuencia, pues no hay ningún encriptamiento por más sofisticado que sea que nos proteja de un buen hacker.
Nosotros alimentamos ese banco; ya no hacen falta espías que nos vigilen y que pasen un reporte de nuestros actos, ni encuestas para saber que nos gusta, pues nosotros mismos, engañados por la soledad desde la que escribimos un mensaje o enviamos una carta, somos quienes nos delatamos confiando en la secrecía del inbox. Se ha dicho mucho -insisto, no sé si lo suficiente- del peligro que entrañan las redes sociales, los mensajes de texto, los Emails, etc. Hoy quisiera, no obstante, ver esas bitácoras de nuestra vida desde un ángulo ventajoso: hablar del lado bueno del asunto, pues por primera ocasión en la historia, podemos cumplir con el mandato del templo de Delfos, con aquella famosa consigan que marcó la vida de Sócrates: "Conócete a ti mismo", hoy cualquiera armado de paciencia y tiempo puede hacerlo.
Todos pensamos, en mayor o menor medida, que nos conocemos; creemos saber lo que nos gusta o nos disgusta, las ideas o los ideales que tenemos, lo que sentimos por otra persona... En suma, tenemos una idea de nosotros; pero esa idea suele estar trastocada por la buena o mala relación que tenemos con nosotros, por lo que nos apreciamos o recriminamos, por lo que nuestra memoria rehace cada que recordamos, por el estado de ánimo desde el que volteamos a vernos, en fin, por tantos factores con los que nos engañamos, para bien o para mal, que muy difícilmente sabemos quiénes somos realmente.
Pero ¿quiénes somos? No somos más que los que hemos sido: lo que hemos sido día tras día al margen de quienes quisimos ser, pudimos ser, fingimos ser y ese pasado está mejor que en ninguna otra parte en el banco de datos donde cada quien ha ido documentado todo: el registro de todos nuestros mails, fotos, comentarios, inboxes... es la gran puerta a la autognosis. En esos respaldos hay ya, para muchos, un espesor de varios años que permite poder darse cuenta del proceso que ha sido, de lo contradictorio, falso, consistente, terco, superficial, veleidoso, persistente, insistente o lo que cada quien resulte ser.
No puede compararse el antiguo diario con las redes sociales: en el diario se escribía lo importante, se maquillaban las palabras, se rebuscaban. La inmediatez de la actual comunicación tampoco es equiparable a la antigua costumbre espistolar, pues, ni siquiera la copiosa correspondencia que sostuvo Flaubert con Louise Colet es tan intensa, variada y espontánea como la que ahora cualquiera va forjando gracias a la facilidad que permiten las tabletas y los teléfonos. No digo que los mensajes de hoy valgan más la pena, en modo alguno, sino que son más fieles para dejar constancia de la penuria que quizás seamos o de la gloria, nunca se sabe. Que cada quien se conozca a sí mismo, creo que hoy es posible.
Tw @oscardelaborbol
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