Óscar de la Borbolla
01/02/2016 - 12:00 am
¿De qué se trata?
La niebla de la costumbre hace que uno no perciba las aristas, las puntas filosas, el olor pútrido que despide el cadáver que sigue agonizando. ¿De qué se trata? es una pregunta subversiva, que sacude, que se atraviesa, que puede descarrilar un tren de vida que ya no va a ninguna parte. Y ojalá que bastara con enunciarla; pero en el proceso uno se habituó a esa inercia y uno racionaliza y se dice: "no es tan malo; tiene sus ratos rescatables", "ya invertí mucho tiempo", "la vida no es perfecta", "debo"...
Cuando uno es capaz de preguntarse ¿de qué se trata? tiene ya una ventaja nada desdeñable: haber cobrado la distancia suficiente como para poder si no definir el problema, sí, al menos, haberse desprendido de la melaza en la que uno se hallaba confundido con él. Preguntarse ¿de qué se trata? es situarse a unos pasos, tomar perspectiva, poder teorizar (que es lo que significa teoría etimológicamente: ver desde lo alto).
¿De qué se trata?, ¿cuál es el caso?, o ¿qué sentido tiene? Son fórmulas que apuntan en una misma dirección: revelan que uno no ha entendido algo pero que, al menos, ya se percató de que no es obvio.
En sentido filosófico son pocos los asuntos que merecen esta gran pregunta: ¿qué sentido tiene que exista lo que existe?, ¿y cuál es el caso de que haya seres autoconscientes como nosotros? Sin embargo, si en algún territorio es útil preguntarse por el sentido es en el de la vida personal: de cara a ciertas inercias que de tan inveteradas ya parece naturales y no libremente elegidas. ¿Cuál es el caso de una relación amorosa en la que el aspecto sexual no funciona? ¿Qué sentido tiene una amistad en la cual el quehacer de uno no le importa al otro? ¿Para qué se pasa uno las tardes con alguien que bebe hasta perderse si uno es más sobrio y racional que el álgebra booleana? ¿Para qué empeñarse en mantener a flote el compromiso que una vez existió pero que la gravedad de las cosas ocurridas carcomieron hasta dejarlo en los puros huesos del resentimiento?
Es obvio que la respuesta a todas estas preguntas es quitarse, y esta obviedad, esta claridad, es sospechosa, pues si verdaderamente fuese así de fácil, uno se apartaría sin dilación de todo aquello que lo molesta. Sin embargo, uno se queda ahí, uno vive ahí, uno resiste. Los pequeños desajustes que han llevado las cosas a ese desenlace ocurrieron tan paulatinamente que cuando se está en el corazón de la desgracia ni siquiera se la percibe. Pasar bruscamente del paraíso a la ignominia provoca una reacción de rechazo inmediato, pero cuando el paraíso tarda años en deteriorarse y años en edificarse el infierno uno no se percata. Por eso es tan importante esa distancia que supone el preguntarse: ¿qué sentido tiene, cuál es el caso?
La niebla de la costumbre hace que uno no perciba las aristas, las puntas filosas, el olor pútrido que despide el cadáver que sigue agonizando. ¿De qué se trata? es una pregunta subversiva, que sacude, que se atraviesa, que puede descarrilar un tren de vida que ya no va a ninguna parte. Y ojalá que bastara con enunciarla; pero en el proceso uno se habituó a esa inercia y uno racionaliza y se dice: "no es tan malo; tiene sus ratos rescatables", "ya invertí mucho tiempo", "la vida no es perfecta", "debo"...
¿De qué se trata? Evidentemente no lo sé. Pero se me ocurre que de vez en cuando habría que desempolvar la casa, el trabajo, las relaciones familiares y sentimentales; tirar paredes, abrir puertas, arrasar lo enmohecido y darse una tarde frente a la pregunta: ¿de qué se trata?
más leídas
más leídas
entrevistas
entrevistas
destacadas
destacadas
sofá
sofá