Óscar de la Borbolla
18/01/2016 - 12:00 am
El Último Recurso
Hoy comprendo -tampoco es la gran cosa, lo confieso- que Descartes concibió esas reglas cuando el mundo y su propia existencia estaban puestas en duda, cuando no sabía a ciencia cierta si lo que todos tomamos como real era en efecto tan real como parece.
Recuerdo que la primera vez que escuché la frase cartesiana "moral provisional" me dio regocijo, pues en aquellos años iniciales de mi adolescencia todo lo que fuera en contra de los establecido me generaba una inmediata simpatía. Fui a asomarme al Discurso del método y, por supuesto, no entendí gran cosa: las reglas de esa moral provisional me parecieron retrógradas y por completo banales: respetar las leyes del lugar donde uno se encuentre, mantener firme la decisión que se ha tomado y preferir cambiarse a uno mismo en vez de pretender cambiar el mundo.
Ya luego entendí que esos consejos no eran tan malos si uno procuraba conservar la vida y, sobre todo, pasar inadvertido en una sociedad que castiga lo que no se pliega a sus designios. Este nuevo nivel me lo hizo ver la circunstancia histórica del filósofo, pues, cuando Descartes escribía esas reglas todavía en el aire flotaba el olor a chamusquina de Giordano Bruno, quemado en la hoguera por la Inquisición veneciana acusado de blasfemo y herético.
Pero lo años siguieron pasando con su caudal de lecturas, experiencias y reflexiones, y cuando volví a las reglas de la Moral Provisional descubrí lo que estando ahí no había advertido a causa de mi pueril ceguera adolescente. Cuantas cosas no comprendí de entonces y seguramente sigo sin conseguir verlo todo, pues a uno no se le cae la imbecilidad silvestre fácilmente.
Hoy comprendo -tampoco es la gran cosa, lo confieso- que Descartes concibió esas reglas cuando el mundo y su propia existencia estaban puestas en duda, cuando no sabía a ciencia cierta si lo que todos tomamos como real era en efecto tan real como parece. Es decir que las concibió en medio del escepticismo más extremo que pueda imaginarse. No confiar en que existe lo que existe y, no obstante, actuar como si sí existiera; tener fuertes sospechas de encontrarse en un sueño, con la vivencia de irrealidad y futilidad que se tiene en los sueños y, sin embargo, concederle al mundo realidad por si acaso.
"No puedo mantenerme irresuelto en mis actos, mientras la razón me obliga a mantenerme irresuelto en mis juicios", dice Descartes en las Meditaciones metafísicas.
Qué lección de vida más formidable extraigo hoy de la Moral Provisional y, principalmente, del gesto vital de Descartes de afianzarse a la vida, pues yo por un laberinto diferente del cartesiano he llegado a una suerte de escepticismo semejante, y no porque ponga en duda la existencia ontológica del mundo, sino porque tengo para mí por muy cierto de que nada tiene sentido, que los esfuerzos no cuentan, que el mérito no hace mella en un mundo corrupto como el nuestro y que se haga lo que se haga el desenlace para todos es el mismo: un montón de polvo que alguna vez fue enamorado y que flotará por el viento hasta que el Sol diga: ¡Basta!, e improsine.
Dudar de la existencia de lo real o estar decepcionado radicalmente son, para los efectos morales, lo mismo: para ninguno de los dos "esto" tiene sentido y, no obstante, Descartes se inventó unas reglas para vivir como si, y yo sin más moral provisional que una consigna que me repito a diario: "Debo mantener una incongruencia: hacer como si las cosas valieran la pena", también me mantengo. Puede que nada tenga un sentido trascendente y tampoco inmanente; pero ese gesto cartesiano me recuerda un poemínimo de Efraín Huerta que me alegra: La contra:
Nomás
Por joder
Yo voy
A resucitar
De entre
Los
Vivos.
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