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Óscar de la Borbolla

21/12/2015 - 12:03 am

No todo es racional

Nunca he creído que la Razón refleje sin más la racionalidad de lo real; para mí: ser y pensar no son la misma cosa, aunque a veces concuerden. Y, por ello, en ocasiones me deleito asomándome a otras visiones: no tanto al pensamiento mágico o al religioso, pues frente a estos sí retrocedo hasta volverme un racionalista a ultranza.

De Mulá Nasrudín Llegan a Nuestro Tiempo Una Serie De Cuentos Dichos Opiniones Anécdotas Foto Óscar De La Borbolla
De Mulá Nasrudín Llegan a Nuestro Tiempo Una Serie De Cuentos Dichos Opiniones Anécdotas Foto Óscar De La Borbolla

Me gustaría declarar que -formado en la tradición Occidental- he sido siempre fiel a la lógica; que la razón invariablemente me ha parecido clara, precisa y confiable; que jamás he dudado de fórmulas como: si C es mayor que B y B es mayor que A, entonces C es mayor que A. También me gustaría decir que soy partidario decidido de la fuerza de las estructuras silogísticas, pero --aunque me desesperan las conclusiones derivadas de premisas que no comparten un término medio, las discusiones de borrachos-- la verdad es que solo me gusta razonar y nunca he admitido ciegamente las certezas a las que llegó por pasos argumentativos, aunque sí las tomo más en serio que las "certezas" que de pronto me arrojan mis corazonadas, mis sueños o mis meras intuiciones.

Tengo por la razón la estima de cualquiera que ha mantenido un largo trato con la poesía, que se deja invadir por ella y se da cuenta de que muchas verdades, sobre todo las relacionadas con el corazón del hombre, se encuentran más acertadamente en las letras que en los tratados o en los estudios. No me apena; me enorgullece apreciar y tener por absolutamente verdaderos muchísimos versos que se contrapuntean con el Principio de no contradicción; pongo como muestra estos de Quevedo: "Soy un fue, un seré y un es cansado/ que hacía la muerte corre desbocado."

O sea, que nunca he creído que la Razón refleje sin más la racionalidad de lo real; para mí: ser y pensar no son la misma cosa, aunque a veces concuerden. Y, por ello, en ocasiones me deleito asomándome a otras visiones: no tanto al pensamiento mágico o al religioso, pues frente a estos sí retrocedo hasta volverme un racionalista a ultranza; pero hay muchas otras visiones que me encantan y hoy quiero tocar muy brevemente una de ellas: la de los sabios derviches y, particularmente, la de un personaje simpático que pudo haber tenido su existencia histórica entre los siglos XIII y XV en la Península Anatolia: Mulá Nasrudín.

De Nasrudín llegan a nuestro tiempo una serie de cuentos, dichos, opiniones, anécdotas y uno de los compiladores de esa rica tradición oral, quizá el más destacado, ha sido Idries Shah. ¿Quién no conoce, por ejemplo, la anécdota del viejo sufí que una noche a cuatro patas daba de vueltas a una lámpara encendida en mitad de la calle y cuando le preguntan: ¿Qué haces?, responde: Perdí mi anillo allá en lo oscuro. ¿Y por qué la buscas aquí? Porque aquí hay luz. Es una instantánea, como muchas de Nasrudín, que es absurda a primera vista y hace sonreír; pero luego de un rato se va generando la impresión, al menos me pasa a mí, de que no es tan absurda, pues si acaso existe alguna posibilidad de encontrar el anillo es porque éste allá rodado hasta el círculo de luz.

Como ésta, hay centenares de breves historias que me dejan pensando en la relatividad de mi punto de vista occidental, obvio, lógico, pragmático con el que suelo interpretar las cosas. A veces la estrategia del sufí consiste en cambiar el sentido de una palabra, el modo como suele tomarse, y se produce en el interlocutor un desasimiento de sentido ocasionando risa: "En el desierto una vez hice que corrieran cuatrocientos forajidos. ¿Cómo? Detrás de mí. O también, finge que cree lo que le dicen al pie de la letra y luego lo aplica al pie de la letra, por ejemplo: unos vecinos quieren que Nasrudín mate su cabra para que los invite a comer, Nasrudín se rehúsa hasta que lo convencen de que al día siguiente es el fin del mundo. Se comen a la cabra y mientras duermen, Nasrudín hace una pira con todos los abrigos de sus invitados y cuando éstos le reclaman, él responde que mañana tampoco necesitarán sus abrigos pues habrá ocurrido el fin del mundo.

Son varias las estrategias que emplea, pero debajo de todas hay un mismo propósito: mostrar que hay otra forma de ver, producir en el otro un cambio de enfoque. Es, por lo menos, un método magnífico para curar de su cerrazón o dogmatismo a ciertas personas. Pero, para mí tiene un aspecto que destaca de modo muy notable y quiero terminar esta reflexión con el asunto en el que más profundidad encuentro: Nasrudín muestra una suerte de racionalidad que concatena los hechos y NO ES a la manera como se presenta en la visión occidental: citó dos anécdotas para aclarar mi punto.

Una noche Nasrudín al ver venir a dos hombre se espanta y huye, los hombres se preocupan y lo siguen, él se esconde en un cementerio, en una fosa abierta y los hombres llegan y le preguntan que si se siente bien, que qué está haciendo ahí. El sufí responde que toda pregunta tiene muchos niveles pero que en uno: él está ahí por causa de ellos y ellos están ahí a causa suya. Viendo como radiografía esta anécdota podría entenderse que la respuesta a la pregunta qué hacemos aquí: una falsa impresión que, a su vez, es malentendida, desarrolla un curso de acción donde lo uno causa lo otro y viceversa: que cada término es causa y efecto del otro a la vez.

Y mi favorita: la paradoja de la horca: para entrar a un reino debe decirse a qué se va. Si alguien miente se hace acreedor a la horca y Nasrudín declara que va a que lo ahorquen. Los guardias se quedan desconcertados, pues el sufí les explica que no lo pueden colgar, porque entonces habría dicho la verdad, ni pueden dejarlo ir, porque entonces habría mentido. Ellos responden que es verdad y, entonces, Nasrudín agrega que no es LA verdad, sino SU verdad: la verdad de esas reglas lógicas.

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."
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