Óscar de la Borbolla
14/12/2015 - 12:00 am
Por el entusiasmo voluntario
Yo creo que sí y la clave se remonta a una idea de Pascal. Una idea a cuál más extraña en un filósofo religioso que además conocía muy bien a Santo Tomás. "Si quieres creer en Dios, arrodíllate y reza", dice Pascal o, en otras palabras: la fe puede autoproducirse.
Cuando los trovadores de la Edad Media recorrían los poblados llevando su poesía y su canto era un acontecimiento tan excepcional que quienes tenían la fortuna de escucharlos quedaban "encantados": literalmente llenos del canto que los había extasiado. Y antes de ese tiempo, en la Grecia clásica, ocurría un fenómeno semejante: una voz ajena se apoderaba de algunos privilegiados y los convertía en poetas, entonces se decía que esos inspirados estaban "entusiasmados", literalmente insuflados por los dioses (en nuestra palabra "entusiasmo" resulta fácil descubrir el término theos que la conforma).
Estar encantado o entusiasmado es estar invadido por otro, literalmente enajenado, lleno de alguien ajeno; no estar uno solo sino con alguien más: con otro dentro de uno. De ahí que estar enajenado o alienado sea equivalente de estar loco; aunque ciertamente se trate de una locura especial, pues quién está encantado o entusiasmado es aquel cuyo estado emocional se caracteriza por la viveza. El entusiasta es animoso, está frenéticamente interesado y -esto es lo que me atrae de este tema- muy lejos de no hallarle sentido a la vida; todo lo contrario: el entusiasta posee la vivencia de que la vida tiene pleno sentido y se experimenta feliz, contento: precisamente entusiasmado.
Parecería ser que el entusiasmo siempre nos viene de otro: del juglar, de las musas o del enamorado (también el amor es una manía, recuérdese a Platón); pero, ¿qué pasa cuando no hay otro que nos dé el sentido, el brillo, las ganas, el entusiasmo? ¿Qué pasa cuando uno no tiene la suerte de topar con otro capaz de entusiasmarnos? ¿Se tendrá que esperar esperanzado a que ese otro aparezca; o podremos nosotros mismos producirnos entusiasmo? ¿Será posible la autosuficiencia: autoentusiasmarnos?
Yo creo que sí y la clave se remonta a una idea de Pascal. Una idea a cuál más extraña en un filósofo religioso que además conocía muy bien a Santo Tomás. "Si quieres creer en Dios, arrodíllate y reza", dice Pascal o, en otras palabras: la fe puede autoproducirse. Esta idea es extraña, pues de acuerdo con una amplia tradición que se remonta a Tomás, la fe es concedida por otro, nada menos que por Dios: la fe es una gracia, un don y no se obtiene por voluntad, por voluntad se llega, cuando mucho, a lo que Tomás llamaba: "los preámbulos de la fe".
¿Qué contiene esta idea pascaliana que incluso sirvió de epígrafe de un libro marxista: Para leer el Capital de Louis Althusser? Pues contiene, la indicación de que los actos terminan por propiciar en nosotros los estados emocionales congruentes con esas prácticas. Yo no sé si la fe o el amor puedan despertarse, pero sí estoy seguro de que uno puede generarse entusiasmo de manera autónoma, es decir, sin la cooperación de otro, que con una voluntad práctica uno puede autoinducirse el entusiasmo. Así, en vez de esperar pasivamente a que ocurra el milagro de una aparición benéfica, podemos nosotros solos, poniéndonos manos a la obra, terminar por encantarnos y entusiasmarnos.
Parecería un asunto trivial, pero no lo es tanto si uno se percata de lo raras que son las ocasiones en las que uno por fin encuentra a alguien o a algo capaz de entusiasmarnos, y luego lo poco que ese entusiasmo dura frente al tiempo que todo lo encochambra. Ese alguien o algo se desgasta, se rompe y uno se queda hundido en el desánimo. "Arrodillarse y rezar" es la metáfora de cualquier curso de acción al que uno puede entregarse, inicialmente con inevitable desgano; pero a fuerza de practicarlo terminará por encontrarle la gracia o, mejor aún, produciendo en uno el entusiasmo que nos libre de la depresión, del desencanto. "Arrodillarse y rezar" es literalmente hacer algo y la receta es buena... No lo sabré yo que que hasta pegando palabras he encontrado una forma de encantarme.
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