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Óscar de la Borbolla

07/12/2015 - 12:02 am

Hecho de frases

Hay objetos como el David de Miguel Ángel que se hicieron a fuerza de marrazos; otros, como las playas de arena súper fina, que las forjó la empecinada necedad del mar. Entre las personas, hay también quienes se hacen a golpes, Cassius Clay es quizá el mejor ejemplo y los hay, además, que se hacen […]

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Hay objetos como el David de Miguel Ángel que se hicieron a fuerza de marrazos; otros, como las playas de arena súper fina, que las forjó la empecinada necedad del mar. Entre las personas, hay también quienes se hacen a golpes, Cassius Clay es quizá el mejor ejemplo y los hay, además, que se hacen pero a golpes de ingenio: el caso más reciente fue Steve Jobs. No todos sin embargo son un resultado de los golpes figurados o reales. Yo quiero confesar que soy el producto de unas cuantas frases. Soy lo que soy por lo que he leído; pero no todo, solo unas cuantas frases. No sé qué sería de mi vida si esas sentencias no se hubiesen atravesado en mi camino de manera tan oportuna. Afortunadamente no fueron frases hechas como "ni modo" o " no le hace".

He recibido golpes como los arrecifes que se pulverizaron y también he tenido algunas ocurrencias ingeniosas, pero revisando escrupulosamente mi destino, los golpes han contado poco, lo mismo los dados que los recibidos. En mi caso, sinceramente, todo se lo debo a unas cuantas frases. Quizá por eso soy, principalmente, un hombre de palabras; no de palabra, sino de palabras. Vivo de las palabras y para las palabras. Las palabras son mi elemento; por ellas soy y quiero y siento lo que siento.

Y como ocurre siempre, lo primero es lo que más cala. Está uno tan desarmado en los inicios que los impactos suelen ser fatídicos. Creo que entre todas las frases que me han hecho mella ninguna ha tenido después la suficiente fuerza como para troquelar mi vida. Me refiero a cuatro simples líneas, una estrofa con dos preguntas en endecasílabo; fueron escritas por un poeta mexicano de los comienzos del siglo pasado: Antonio Plaza, y forman parte de un poema en el que le habla a la Virgen: "¿Si siempre he de vivir en la desgracia,/ por qué entonces murió por mi existencia?/ ¿Si no quiere o no puede hacerme gracia,/ dónde está su bondad y omnipotencia?" Tendría siete años y el impacto de estas preguntas demolieron mi infancia y me encaminaron a la filosofía y a la literatura: las dos sendas por las que he me he adentrado desde entonces.

Otra frase que me dio estructura se la debo a Giovanni Papini; viene en su libro El hombre acabado y yo tendría doce o trece años cuando la leí: "Sí, fracasé; pero habría que juzgarme por mi propósito: quise ser Dios y casi lo logro." Qué ambición más profunda generó en mí, qué deseos más megalómanos, qué metas más inalcanzables, que incurable insatisfacción me procuró. La mira de mis anhelos apunta tan alto desde entonces que nada de lo que he podido conseguir me ha dejado contento, satisfecho, paralizado.

Pero no todas las frases que me han hecho me han hecho tanto daño. Algunas, me han prevenido y ayudado a escapar o, en el menos útil de los casos, a elegir la risa. A los dieciocho años leí varias obras de Samuel Beckett y en la mejor de la todas: El final de la partida, en medio de unos diálogos deprimentes, derrotados y aberrantes, topé con mi frase salvadora: "Y toda la vida uno espera que 'esto' no haga una vida". Me he encontrado con tantos 'esto' que si no hubiese estado advertido estaría justamente como Hamm, sin "siquiera un perro verdadero".

Son muchas las frases que me han ayudado, dañado, alegrado, amargado, aclarado, oscurecido... Quisiera para terminar este recuento de los huesos en los que me yergo referirme únicamente a dos: una de Hölderlin, que primero leí citada por Heidegger y luego en su contexto: el Poema de Sócrates y Alcibiades, y otra de Quevedo, cuyo tardío mensaje lamento no haber encontrado a tiempo. La de Hölderlin dice: "Quien ha pensado lo más profundo/ ama lo más vivido". Esta sentencia va encendiendo (y el gerundio no es un mero accidente) poco a poco más lucidez en mí; conforme mi existencia meditativa se encanece la hallo más acertada: una especie de lema cotidiano que me permite no sólo no desperdiciar, sino apreciar en su valor pleno "lo más vivido".

Y la de Quevedo llegó tarde, pues antes me había enamorado de una frase del joven Albert Camus escrita en El revés y el derecho, su primera obra: "Ese hombre se mató porque un amigo le habló distraídamente". Por ésta he prestado atención, procurado y acudido, quizá demasiadas veces, al llamado de muchas personas... La de Quevedo que leí tarde es más dura, más sabia, más triste: "Vive sólo para ti si pudieres, pues sólo para ti si mueres, mueres".

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."
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