Óscar de la Borbolla
09/11/2015 - 12:00 am
Todos Esclavos
Es obvio, pero nunca lo había pensado detenidamente: en todo proceso cuando se rebasa un determinado punto se tiene que seguir se quiera o no. Puede tratarse de un negocio, de una relación amorosa, un compromiso político o de una estrategia mercantil; no importa la índole del asunto: en todo sucede exactamente lo mismo: después […]
Es obvio, pero nunca lo había pensado detenidamente: en todo proceso cuando se rebasa un determinado punto se tiene que seguir se quiera o no. Puede tratarse de un negocio, de una relación amorosa, un compromiso político o de una estrategia mercantil; no importa la índole del asunto: en todo sucede exactamente lo mismo: después de un punto no hay marcha atrás y los pasos siguientes se imponen con inmodificable fatalidad o, por lo menos, corregir el rumbo implica un costo tan elevado que casi nadie está dispuesto a pagarlo. En la práctica, o a la luz de los números gruesos de la estadística, cuando avanzamos lo suficiente en cualquier camino no queda sino seguir adonde el camino nos lleve nos guste o no, esté bien o no.
Unos ejemplos muy simplificados pueden ilustrar la gravedad de esta idea en apariencia obvia:
Hace ya tiempo que la programación televisiva comercial no la determina una persona o un comité de acuerdo con unas políticas buenas o malas, sino que los contenidos se establecen por mercadotecnia, es decir, a partir de sondeos que se llevan a cabo mediante los llamados focus groups que permiten descubrir el gusto de la audiencia; luego, dependiendo de las mediciones que arroja el raiting, esos contenidos se mantiene o no en la programación. Alguien lo hizo una primera vez, tuvo éxito y, en poco tiempo, todos tuvieron que replicar el modelo. Esquematicemos al máximo lo que ha ocurrido. Antes: un creativo tenía una idea, se la ofrecía al director de programación, lo convencía y la idea se realizaba. Hoy: se pregunta a los no creativos qué quieren, éstos responden, se obtiene la media y eso es lo que se realiza.
Y otro tanto ocurre en el mundo de las editoriales comerciales: antes había un editor que tenía un determinado gusto, los autores le llevaban sus manuscritos, éste los leía y publicaba el que tuviera algún valor literario. Hoy se sondea para averiguar qué se quiere leer, un comité encarga la obra a un grupo de personas (entre las que los más importantes son el que diseña la portada y el que genera el título), y tras muchas sesiones en las que se afina el producto, éste se lanza al mercado de forma atronadora.
Y un ejemplo más que particularmente me atañe: el mundo de la academia. Ahí hubo también un antes: cuando los profesores que eran conocidos y reconocidos por sus obras impartían su clase en la que vertían los conocimientos obtenidos de sus lecturas, investigaciones y experiencia y la administración estaba ahí para facilitarles todo. Ahora, los profesores siguen dando su clase, pero han de entregar, además, informes para el departamento al que están adscritos, informes para merecer algún estímulo, informes para ingresar al SNI y luego informes para permanecer en éste, o sea, ser profesor hoy implica en gran medida elaborar los informes que la administración de aquí, de allá y de acullá demanda.
No sé en qué momento o punto de inflexión armamos este mundo en el que los procesos se han insubordinado y nos controlan. Adonde quiera que dirijo la vista encuentro mecanismos que atan a las personas impidiéndoles hacer lo que quieren y forzándolas a hacer lo que no quieren pero tienen que hacer.
Tal vez una unas claves que puedan explicar el mundo de hoy sean el deseo de éxito y el endiosamiento del dinero, pues en el fondo se trata de una ecuación muy simple: "si hago lo que yo quiero lo más seguro es que los demás no lo quieran; pero si hago lo que los demás quieren lo más seguro es que los demás sí lo quieran". Parece absurdo renunciar a uno mismo, pero no lo es, pues si un sujeto renuncia a imprimir en su actividad lo que él desea, obtiene, obviamente, no ser él mismo, pero sí tener para sí muchas cosas.
Retomemos nuevamente los ejemplos mencionados e ilustremos de la manera más esquemáticas sus consecuencias:
El director de programación no dirige nada, solo ejecuta lo que los sondeos determinan. ¿Que obtiene? Fungir como director sin serlo. El editor no decide nada, pero está y cobra como editor. El escritor no escribe su propia obra, pero gana dinero por escribir lo que le dicen que escriba. Así, nadie es nada, pero todos están. Hasta el político, el hombre que busca el poder para poder, tampoco puede, solo tiene el cargo y, claro, las prerrogativas.
A estas alturas de los procesos la inmensa mayoría de la sociedad se comporta como ciertos adolescentes que a toda costa quieren ser populares entre los compañeros de su escuela y, para lograrlo, van aceptando exactamente lo que implica la frase "a toda costa", cueste lo que cueste, y el costo de tener es dejar de ser. ¿En qué momento a todo el mundo se nos fue de las manos?
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