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Óscar de la Borbolla

12/10/2015 - 12:00 am

Radiografía de la Envidia

La envidia es de esos sentimientos que todos hemos experimentado alguna vez, o muchas, pero que preferimos no confesar, pues socialmente es mal visto. Uno engola la voz y dice: "¿Yo?, pero ¡cómo crees!" Lo cierto es que nadie se libra de ese dolor que nos provoca el bien ajeno -que es la definición que […]

Intentemos Una Radiografía De La Estructura De La Envidia El Comienzo como En Casi Todo Es El Deseo La Falta éste Nos Mueve Hacia Algo Nuestra Meta Foto Tomada De Internet
Intentemos Una Radiografía De La Estructura De La Envidia El Comienzo como En Casi Todo Es El Deseo La Falta éste Nos Mueve Hacia Algo Nuestra Meta Foto Tomada De Internet

La envidia es de esos sentimientos que todos hemos experimentado alguna vez, o muchas, pero que preferimos no confesar, pues socialmente es mal visto. Uno engola la voz y dice: "¿Yo?, pero ¡cómo crees!" Lo cierto es que nadie se libra de ese dolor que nos provoca el bien ajeno -que es la definición que de envidia dio Santo Tomás y que repite el diccionario de la RAE.

Ese "dolor por el bien ajeno" tiene una expresión inversa: "alegría por el mal ajeno" que también es un sentimiento harto frecuente y, aunque muchos sostienen que no hay palabra española que lo refiera y por eso recurren a la voz alemana: shadenfreude; sí tenemos, y de hecho, varias palabras en nuestro idioma: regodearse es una; delectación es otra (con delectación lo miraba retorcerse) y también está fruición (lo golpeaba con fruición).

Ambos sentimientos: envidia y shadenfreude fueron identificados por Spinoza en su Ética (III, Proposición 24) donde decía que la envidia no es más que el odio que dispone al hombre a gozar por el mal ajeno y a entristecerse por el bien de los demás. Sin embargo, si se observa la estructura de dichos sentimientos se descubre que no es la misma, aunque, en efecto, ambos estén bien englobados en el universo de la envidia.

Intentemos una radiografía de la estructura de la envidia: el comienzo -como en casi todo- es el deseo, la falta; éste nos mueve hacia algo: nuestra meta. Si la alcanzamos, nos satisfacemos y quedamos muy contentos. Si no la alcanzamos, descubrimos las dificultades que entraña el mundo, las cosas no nos son propicias: nos sentimos frustrados; pero (y este pero es importante) si otro sí alcanza lo que queríamos se produce en nosotros ese dolor característico, el dolor por el bien ajeno. Aquí pueden suscitarse varios sentimientos: si nos parece que el otro no es digno de ese bien, sí consideramos que a todas luces no lo merece, lo que se aflora en nosotros es Indignación. Sí consideramos, en cambio, que sí lo merece (aunque por supuesto digamos que no) entonces es envidia; nos volvemos obsesivos y aparecen las ganas de destruir al otro o, por lo menos, desprestigiarlo.

Vale la pena insistir en esta diferencia: si no hay reconocimiento se da la indignación y lo que se siente es rabia. Si hay dolor y se experimenta minusvalía, impotencia, pues entonces es, nos guste o no, envidia: envidia de la buena, es decir, de la auténtica que es el resultado de admitir que el otro es mejor que nosotros, pues nos medimos en el mismo camino y nosotros no llegamos y el otro sí.

Por su parte, en la radiografía de shadenfreude, el comienzo está en la amargura, en esa amargura que la vida va depositando en cualquiera que no una, sino muchas veces, se ha quedado sin alcanzar el objeto de sus deseos y, en consecuencia, se ha vuelto un veterano de la envidia. Ahí empieza o se va cocinando el sujeto que se alegra ante la desgracia del otro. Y aquí también se da una disyuntiva: si el mal que le ocurre al otro es merecido, lo que se sucinta en nosotros es compasión o misericordia; pero si el mal que lo daña y nos alegra es porque se trata de un mal inmerecido: eso es shadenfreude.

Lo curioso de la envidia y de la shadenfreude, si se piensa, es que ambos tienen en común un gusto por la disminución del otro, una vocación de caída. En un caso, el envidioso desprestigia para minar la altura del envidiado y en el otro, el mal de quien estaba arriba también implica un rebajamiento. La envidia y la shadenfreude no son más que la muestra de que lo mejor se hunda en el barranco. Es un muy feo pecado, y no estoy pensando en lo religioso, sino en el ámbito social.

Twitter: @oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."
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