Óscar de la Borbolla
28/09/2015 - 12:01 am
El suicidio y la "voluntad"
Siempre he concebido el suicidio como un atajo para alcanzar un desenlace que de cualquier modo llegará. Y por ello, entiendo que el dilema del suicida no es entre morir y no morir (entre morir y vivir), sino entre morir ahora o morir después, entre morir por voluntad o morir porque, cualesquiera que sean las […]
Siempre he concebido el suicidio como un atajo para alcanzar un desenlace que de cualquier modo llegará. Y por ello, entiendo que el dilema del suicida no es entre morir y no morir (entre morir y vivir), sino entre morir ahora o morir después, entre morir por voluntad o morir porque, cualesquiera que sean las causas, la vida se acaba. Así, aunque el desenlace de los seres humanos siempre sea la muerte no es igual morir por elección que morir porque somos mortales.
He elegido este tema no porque Albert Camus haya comenzado su libro El mito de Sísifo diciendo: "Solo hay un problema filosóficamente serio: el suicidio", sino por una información que me ha dejado consternado: el suicidio es la segunda causa de muerte en México en la población que va de los 15 a los 24 años, o sea, la segunda causa de muerte entre los jóvenes mexicanos, según el INEGI.
Hay muchos ángulos para reflexionar sobre el suicidio, pero me centraré tan sólo en el que he propuesto: si el suicidio introduce el factor de la voluntad para abreviar un desenlace natural, entonces resulta pertinente pensar, dado lo grave del asunto, al menos si esa voluntad es auténtica y por ello la he entrecomillado en el título de este artículo.
El contexto en el que hoy muchos se suicidan, principalmente jóvenes, me hace considerar que aunque su acto sea voluntario, está inducido por las circunstancias. Estamos en un mundo, y sobre todo en un país, que no ofrece muchas ni muy halagadoras posibilidades para prefigurarnos gustosos el futuro. Creo que jóvenes que se matan lo hacen empujados por la desesperanza, una desesperanza diferente de la de un viejo que opta por el suicidio a causa de una enfermedad terminal. En un caso, el suicidio se relaciona con la injusta circunstancia, en el otro con una imposibilidad marcada fatalmente con la biología. Ambos, el joven desesperado y el viejo desahuciado juzgan que la vida, lo que a cada cual le reste, no merece la pena vivirse. Sin embargo, mientras que la decisión del viejo me resulta pese a todo, en alguna medida, razonable, la del joven suicida para nada. Quiero decir que la del viejo me parece una decisión ante el destino y la del joven un asesinato que él ejecuta pero quien lo comete es la sociedad.
Ya que no es lo mismo matarse porque la vida, entendida biológicamente, ya solo nos reserva el tiempo del desastre, que matarse porque la realidad social, ese mundo del que todos somos responsables, parece no tener ni puertas ni ventanas.
Creo que cuando el suicidio alcanza los primeros lugares entre las causas de muerte de la población juvenil de un país es necesario replantear muchas cosas. El suicidio no es una epidemia que pueda atacarse con un programa de salud; es, cuando alcanza estos primeros sitios, la revelación inocultable de que todo está mal.
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