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Óscar de la Borbolla

21/09/2015 - 12:00 am

La estupidez de los diccionarios

Si voy al diccionario a buscar una palabra que desconozco, el diccionario me indicara la acepción con otras palabras; si esas nuevas palabras también las desconozco, buscaré sus definiciones y si en éstas me encuentro una vez más con términos que desconozco, seguiré busque y busque sin encontrar nada más que otras palabras que desconozco […]

Los Diccionarios Son Estúpidos Porque Para Entrar En Ellos Ya Tiene Uno Que Estar Adentro Foto Tomada De Internet
Los Diccionarios Son Estúpidos Porque Para Entrar En Ellos Ya Tiene Uno Que Estar Adentro Foto Tomada De Internet

Si voy al diccionario a buscar una palabra que desconozco, el diccionario me indicara la acepción con otras palabras; si esas nuevas palabras también las desconozco, buscaré sus definiciones y si en éstas me encuentro una vez más con términos que desconozco, seguiré busque y busque sin encontrar nada más que otras palabras que desconozco hasta que, en algún momento, por fuerza, toparé con la palabra que buscaba al principio, o sea que los diccionarios son circulares, o si se prefiere, tautológicos.

Esta tara de los diccionarios no la notamos porque cuando buscamos la definición de una palabra desconocida, el diccionario nos la define con unas palabras sí conocidas; lo que significa que si no estamos ya dentro de la lengua no hay manera de entrar en ella gracias a los diccionarios.

Para hacer más claro mi punto pondré como ejemplo un diccionario chino para chinos. Aclaró que de chino no sé ni jota. Es más, ni siquiera sé si la jota sea lo más elemental del chino. Me asomo al diccionario chino para buscar el sentido de un ideograma y me encuentro con que es explicado por otros ideogramas que tampoco entiendo y cuando quiero entender éstos, el diccionario vuelve a mandarme a otros ideogramas que igualmente me resultan indescifrables. Así, nunca consigo entrar al chino, salvo que ya sepa chino.

Generalmente no descubrimos inmediatamente lo estúpidos que son los diccionarios porque el vocabulario que incluyen es muy amplio, pero por muy bastos que sean si busco y busco yendo de una palabra a otras, tarde o temprano, descubro que los diccionarios son tautológicos. Dicha tontería sería evidente si hubiera una lengua que solo constara de dos palabras y tuviéramos en las manos el diccionario de esa lengua: una palabra seria definida por la otra y viceversa. Los diccionarios son estúpidos porque para entrar en ellos ya tiene uno que estar adentro.

Esta tremenda paradoja no es exclusiva de los diccionarios. La propuso Gorgias para el conocimiento (para conocer es necesario buscar. Y solo podemos buscar lo conocido o lo desconocido. No tiene caso buscar lo conocido puesto que ya se conoce, entonces solo queda lo desconocido. Pero si lo desconocido es, en efecto, absolutamente desconocido, ¿cómo buscarlo, cómo no pasar de largo en la búsqueda..?) y, por ello, para solucionar el problema gorgiano, Platón sostiene que el conocimiento se obtiene recordando y que las ideas son innatas, o sea, el conocimiento es posible porque ya se tiene en la memoria, ya se está adentro.

Y vuelve a darse en el origen del lenguaje: si imaginamos un momento de cero lenguaje, entonces para comunicarnos por primera vez necesitamos ponernos de acuerdo en que un determinado sonido o seña o gesto va a significar lo mismo para ti y para mí, pero, ¿cómo podríamos ponernos de acuerdo acerca del sentido de un sonido o seña o gesto sin haber celebrado un acuerdo previo? Resulta que también para poder comunicarnos tenemos que ya estar adentro de la comunicación.

Para muchas cosas, por lo visto, hace falta estar ya adentro para poder entrar. Pensar en ello me da vértigo. Me deja mudo imaginándome una banda de Möbius en la que el anverso es el reverso, y los dos costados de la banda son el mismo costado; o la inconcebible botella de Klein que no tiene adentro ni afuera.

Qué fácil es ir al diccionario a buscar una palabra y salir contento después de haber resuelto una duda ortográfica o ampliado el vocabulario, y que abismante, en cambio, es preguntarse más, inquirir...

 

Twitter @oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."
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