Rigo, el hombre con alma de niño que quemaron vivo en Cuatrociénegas

Esta es la historia de 50 días de dolor y una muerte que sigue impune en la conciencia de un pueblo.

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Por Jesús Peña

Ciudad de México, 28 de Agosto (SinEmbargo/VANGUARDIA).- Fue como si lo hubieran quemado vivo. Haberlo rociado con ácido sulfúrico en el cuerpo, fue como si lo hubieran quemado vivo.

Como si le hubieran prendido fuego, porque el ácido sulfúrico, ese que usan los campesinos de la región para extraer la cera de candelilla, cuando te cae en la piel, irrita, inflama y quema, produce rubor y un ardor infernal.

Tanto que los gritos de Rigo cimbraron el vecindario a varias cuadras a la redonda.

Eran gritos de dolor.

Dicen los químicos que el ácido sulfúrico, en altas concentraciones, quema la madera, carcome la madera, la corroe, también el plástico y el metal.

¿Te imaginas lo que hará con la piel?

Tres meses después la gente del, antes tranquilo, pacífico, pueblo de Ciénegas, se sigue preguntando, ¿quién tendría el alma de rociar a Rigo con ácido?

“Me habla mi esposo y me dice “Rigo grita muy feo”, le digo “¿y yo qué puedo hacer, si yo estoy acá, yo no puedo ir?”, y como mi esposo es una persona discapacitada, le amputaron las piernas, pues… tampoco pudo hacer nada”.

Nada, dice Laura Carrillo Villanueva, una empleada de la municipalidad en Ciénegas, que habita en la calle Eliseo Mendoza, a un lado de la casa que Rigo y sus familiares alquilaban y en la cual ocurrió la desgracia.

Y es verdad, la gente ya no pudo hacer nada.

Foto: VANGUARDIA

El pueblo se acostumbró a ver a Rigo caminando sin sentido por las calles o pidiendo dinero para una coca, un cigarro. Foto: VANGUARDIA

Cuando los vecinos se agolparon en el patio exterior para auxiliar a Rigo, Rigo se había desnudado y saltado dentro de la alberca inflable con agua, era de Gina, su sobrina de seis años. Lloraba de dolor, su playera hecha chicle sobre el suelo y en el cordón de la calle el rastro blancuzco del ácido.

EL RASTRO DE LA TRAGEDIA.

Una vecina le preguntó que ¿quién, “Chiquito”?, que ¿quién había sido?

Rigo sólo alcanzó a balbucear que “un güey”, que “un culo”, que “un joto” lo había quemado y apuntó con el índice para allá, para la bocacalle.

Tanía 41 años, no había aprendido a hablar y, según un expediente fechado en 1996, encontrado en los archivos del Centro Estatal de Salud Mental, Rigo había sido diagnosticado con discapacidad intelectual de moderada a grave.

Lo cual significa, según los psiquiatras, que su comportamiento era el de un niño preescolar o escolar, cuando mucho.

“Él lo que hizo fue que se arrinconó ahí…Tratando, me imagino, de que le abrieran la puerta”. Dirá Álvaro Torres, 13 años, sobrino de Rigo.

Eran la 1:00 ó la 1:30 de la tarde del pasado 3 de junio, viernes soleado, la hora en que en Ciénegas las madres van por los nenes a la escuela y a la tienda por las cocas, las tortillas y lo que hace falta para la comida.

“Qué raro, pero pos nadie vio nada”, dice Juanita Maldonado, la última peluquera de Rigo.

“Yo le corté el pelo como unas… cuatro veces. Lo traía Griselda, la hermana y muy tranquilo. En mi casa nunca se aceleró”.

Álvaro venía de la secundaria, la combi paró justo enfrente de donde estaba Rigo, gritando:

“Lo vi que estaba sentado en la alberca y dije “yo creo que Rigo se está bañando, tendrá calor”, hasta que me dice mi tía Rosa ‘ve y córrele a avisar a tus tíos. Rigo se está quemando con ácido’.

Rigo fue diagnosticado por el CESAME, con discapacidad intelectual de moderada a grave. Foto: VANGUARDIA

Rigo fue diagnosticado por el CESAME, con discapacidad intelectual de moderada a grave. Foto: VANGUARDIA

Fui a buscar a mis tíos, pero no encontré a nadie en sus casas”.

Ocho semanas más tarde, el 26 de julio, Rigoberto Adame Mejía, Rigo, expiraba en el Hospital General de Saltillo, a consecuencia de que alguien, ignorado hasta ahora, le vaciara una botella con ácido sulfúrico en el cuerpo que le provocó quemaduras de tercer grado.

Había soportado más de 50 días de calenturas y dolor; sin piel, con la viva, después que los médicos le hubieron retirado la piel quemada.

Había perdido la oreja izquierda y parte del cuero cabelludo.

Tenía las heridas infectadas.

Después a Rigo le vino un dolor de estómago que lo hacía llorar, lo quebraba y luego una anemia.

Cuando Sonia Adame, una de las hermanas de Rigo, habló por celular con personal del DIF estatal, para decirle que necesitaban medicamento, la impresionó la respuesta al otro lado de la línea; “¿Señora ¿quieren todo gratis?”, le dije “no señor, no queremos todo gratis. El Gobernador dijo que nos iba a dar el apoyo, por eso los estoy molestando’. Dice “pos déjeme ver qué puedo hacer”, déspota el señor”.

Al rato Rigo se empeoró…

“Lo entubaron, estuvo entubado e inconsciente. Después ya falleció”, dice Griselda Adame otra de las hermanas de Rigo.

No era la primera vez que Rigo, conocido en todo el turístico pueblo de Cuatro Ciénegas, una localidad del centro de Coahuila que tiene unos nueve mil habitantes, era agredido.

“Le buscaban pleito, lo hacía enojar, le gritaban “el Rigo loco”, le aventaban piedras”.

–¿Quién?

–Los muchachos, la gente.

–¿Qué gente?

–Lo huercos, los huercos maldosos.

50 días de dolor fue el tiempo que Rigo duró hospitalizado con las heridas abiertas. No soportó y murió. Foto: VANGUARDIA

50 días de dolor fue el tiempo que Rigo duró hospitalizado con las heridas abiertas. No soportó y murió. Foto: VANGUARDIA

Dice Camila López, 13 años, que vive justo frente a la casa donde quemaron a Rigo.

Ella tampoco vio, no estaba.

Una tarde nubosa, fresca, en la casa familiar, calle Juan Salas de la colonia Benito Juárez, un manchón de viviendas bajas de block, con cercas de tabla; chicos paseando en bicicleta, muchachos parados en las equinas, albañiles revolviendo mezcla y perros pintos echados en las aceras, Griselda Adame Mejía, 37 años, la hermana de Rigo, está recordando:

“Siempre fue bien tranquilo, bien noble, siempre estaba sonriéndole a la gente y nunca tuvimos problema con él, que fuera agresivo, que fuera, nada. La gente, muchachitos, siempre lo atacaban, lo insultaban. Le decían que “Rigo loco”. Muchas cosas que a Rigo le molestaban, pero nunca los atacó, era muy indefenso y siempre fue dependiente de nosotros”.

A veces Rigo llegaba a la casa llorando, la cabeza abierta, el ojo morado, y se quejaba con Griselda de que allá “un güey” le había hecho.

Griselda lo llevaba a ver quién había sido, él le decía y ella se enojaba y reclamaba, pero siempre la sonrisa cínica de los culpables, que no era cierto, y ya no se podía hacer nada.

“Nunca nos podía decir quién, “¿quién fue?”, “uto”, decía. Siempre le pegaban, siempre venía de la calle golpeado”.

La tarde que a Rigo lo quemaron Griselda, Gris, “Li”, en el ininteligible idioma de Rigo, andaba en Monclova,

Le avisó su hermana Rosa:

“Me dice “atacaron a Rigo en la casa, le echaron un líquido que lo quemó, está en el hospital, vente para acá”.

Cuando Griselda llegó al sanatorio vio a Rigo con la piel cafesosa, quemada, acartonada, dijeron los médicos que se le había acartonado la piel por el ácido, y se conmovió.

“Porque no se merece nadie eso, menos mi hermano. Él no hizo nada para que le hayan pasado eso, para que lo hayan matado de esa manera. Y que estén los que lo hicieron, sueltos, imagínese el peligro que estamos corriendo todos”

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Foto: Vanguardia

–¿Qué habló con él?

–Le preguntábamos que quién lo había hecho, le dábamos nombres de personas, vecinitos y todo.

Él siempre agachaba la cabeza, que no. El ataque lo dejó traumado, me imagino. A parte él no hablaba, todo era con puras señas.

Dicen que la muerte es como una sombra que se presiente y Rigo presintió la suya, porque el día que iba a ser traslado del centro de salud de Ciénegas, al Hospital General en Saltillo, sacó a Gris del cuarto, la llevó hasta un Cristo grande y se persignó.

“Me dice “ven”, le digo “¿a dónde me llevas?, nos van a sacar las enfermeras ¿Qué?, ¿me quieres decir algo?”. Le pregunté que si le quería pedir al Cristo que lo cuidara, porque íbamos para Saltillo, le dije “no tengas miedo, él te va a cuidar, pídele que nos cuide y nos va a cuidar y nos va a ayudar. No tengas miedo, él va a ir con nosotros”.

Después, siempre que llegaban a verlo al hospital Rigo soltaba la cabeza, sacaba la lengua y hacia un estertor.

Que se iba morir.

“Le decíamos “no Rigo, no te vas a morir, aquí te va a curar el doctor, nos vamos a ir a la casa” y decía “no, no’”.

Cuando los hermanos de Rigo fueron donde Rómulo Trujillo, el director del Hospital General, para reportarle que en el Área Quemados había moscas, que las camas no servían y que el cirujano plástico, un tal doctor Marcelo Ruiz, no acudía a pasar visita y revisaba a Rigo a través de las fotografías que le mandaba, por whatsapp, una enfermera, se quedaron estupefactos:

“Nos dijo que si teníamos IMSS lo más conveniente era que nos lo lleváramos”.

Griselda está sentada en la sala de muebles rústicos instalada en el arbóreo patio trasero de la casa con hamaca, auto blanco y al centro el cuarto de adobe con techos de carrizo de Rigo.

El traspatio no tiene barda, pero sí una amplia vista a la calle que esta tarde, y las que vendrán, se ha vestido de un otoño precoz.

Foto: VANGUARDIA

Foto: VANGUARDIA

Se han acercado Álvaro y Gina, los hijos de Griselda, dos niñas vecinas: Joselin y Mélany y Francisco, un amigo de la familia.

–Le aventaban piedras.

–¿Quiénes?

–Los de la esquina.

–¿Cuáles?

–Los cholos, le aventaban piedras y le decían cosas.

–¿Y tú no te metías defenderlo?

–No.

–¿Por qué?

–Por miedo.

Está diciendo Álvaro.

La pequeña Gina, sobrina de Rigo, que no había abierto la boca en toda la plática, está contando que a su tío le gustaba jugar con ella, y sus amigas del barrio, a las escuelitas.

UN HOMBRE TRANQUILO. Rigo era conocido en Cuatrociénegas, nunca se mostró agresivo con nadie, pero la gente en el pueblo le gritaban "Rigo Loco", lo hacían enojar, le aventaban piedras... Foto: VANGUARDIA

UN HOMBRE TRANQUILO. Rigo era conocido en Cuatrociénegas, nunca se mostró agresivo con nadie, pero la gente en el pueblo le gritaban “Rigo Loco”, lo hacían enojar, le aventaban piedras… Foto: VANGUARDIA

–Siempre me decía que quería pintar y yo lo ponía a escribir su nombre y él lo copiaba,

–Siempre iba a mi casa, como yo vivo aquí en frente, y nos pedía agua para el café, dinero, cigarros, dice Joselin, nueve años, amiga de Gina.

Son más de las 4:00 y el perro de los Adame, un chihuahua color canela, está de un empalagoso imposible.

Gris, dice que Rigo era muy cariñosos con sus sobrinos y afecto a los animales.

–Le gustaban los gatos, los perros y los conejos. Yo tenía un conejo y siempre lo quería tener abrazado. Se lo escondía en el suéter, es Gina.

–Le gustaba oír música, bailar. Nos hacía reír a todos porque era muy gracioso, muy chistoso. Se ponía a bailar y a todos encantaba viéndolo y riéndonos, dice Gris.

Rigo tenía la piel blanquita, medía, si acaso, un metro sesenta y seis, era flacucho, con el cabello negro y lacio, usaba bigote y le gustaba vestirse de botas picudas, pantalón de mezclilla, camisa, gafas oscuras y sombrero, cuando había fiesta, y salir a pasear por las calles de Ciénegas.

Ese era Rigo…

Con el tiempo, de tanto andar por las calles, Rigo se volvió el hombre más conocido del pueblo.

Una suerte de ícono.

Parte del inventario urbano de Ciénegas.

La gente lo saludaba, “Rigo, Rigo”.

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Foto: Vanguardia

Y la respuesta favorita de Rigo para las muchachas era que las chuleeba, un piropo: “guaaaapa”, “aaaapa”, en su habla,

A los hombres “joto”, “coto”, en su dialecto.

–Le hablábamos ‘Rigo’ y él ‘joto’, era la palabra de él, ‘joto’, nomás.

–Afuera de Soriana cuando íbamos nos decía ‘tiquita’, a la que le gustaba y ‘guapa, guapa’. Se la pasaba ahí sentado, pero que fuera grosero no. Sentimos coraje porque pos él no le hacía mal a la gente.

Dice una pareja encargada de un bar en las ruinas de la zona roja de Ciénegas, uno de los lugares que, según los vecinos del barrio, Rigo solía visitar.

“Le decían las muchachas “vas a ser mi viejo eh, tú Rigo”, y decía “no, noja mamá”. Pero sí, aquí platicábamos con él, jugábamos con él. Bromas. Ya le dábamos que una coca, un cigarro”.

Lo cuenta una noche la cantinera de un salón, que casi se cae a pedazos, en la vieja zona de tolerancia de Ciénegas.

El pueblo se acostumbró a ver a Rigo caminando sin sentido por las calles o sentado afuera de los comercios y edificios públicos, pidiendo dinero para una coca, un cigarro, que cuando no lo vio más lo echó en falta.

Dice Griselda:

“Le gustaba estirar la mano y decirle a la gente que para la coca. Se la pasaba en Soriana, en los Oxxos, en las gasolineras, en la iglesia. Eran los lugares donde a él le gustaba pedir dinero, una moneda”.

Últimamente la gente de Ciénegas lo miraba en la entada de Soriana, sentado debajo de la cortina de aire o sobre las tarimas.

“No pedía dinero, nosotros mismos nos ofrecíamos. Le comprábamos un pan, un refresco, un agua, a veces taquitos. Lo invitábamos a comer o le dábamos dinero para que él comprara lo que a él le gustara. No era una persona agresiva, era una persona muy tranquila”, dice Kassandra Escobedo, empleada del área de farmacia de este centro comercial.

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Foto: VANGUARDIA

Rigo, el sexto de nueve hermanos había nacido con discapacidad intelectual un 30 de diciembre de 1974, pero fue hasta después de sus 21 años que la mamá, Francisca Mejía, fallecida en marzo pasado, lo llevó al entonces Hospital Psiquiátrico de Saltillo para que le realizaran un diagnóstico.

La gente de Ciénegas describe a Francisca, la madre de Rigo, así: una mujer de buen temperamento, luchista, campechana, guasona

“No sé, así pasó. Mi mamá siempre trabajó, era sirvienta aquí en pueblo, siempre estuvo sola con nosotros, no tuvo apoyo de nuestro papá”.

–¿Dónde estuvo el papá?

–Él siempre estaba de gira.

Dice Griselda, la sonrisa forzada.

La mamá trató de inscribir a Rigo en la escuela, cuando Rigo tuvo edad para ir a la escuela, pero lo rechazaban.

Desde entonces Rigo pasaba el tiempo en casa, sin hacer otra cosa que ver la tele, oír música, comer, estar sentado.

Ya después agarró el vicio de fumar, vaya saber cómo, viendo a la gente, tal vez.

Gris no sabe.

Pedía cigarrillos y así.

Luego del ataque, Rigo se desnudó y saltó dentro de una alberca inflable con agua que estaba en este patio, era de Gina, su sobrina de seis años. Narran los vecinos que lloraba de dolor. Foto: VANGUARDIA

Luego del ataque, Rigo se desnudó y saltó dentro de una alberca inflable con agua que estaba en este patio, era de Gina, su sobrina de seis años. Narran los vecinos que lloraba de dolor. Foto: VANGUARDIA

Ya después, cuando Rigo tuvo 35 años, la mamá y los hermanos lo llevaron al Centro de Atención Múltiple, (CAM), de Ciénegas, que entonces era algo novedoso en el pueblo, en el pueblo nunca había habido CAM hasta recién.

Allí duró un tiempito, asistiendo al grupo de formación laboral, junto con otros alumnos con discapacidad intelectual, motriz, debilidad visual y autismo.

Pero quién sabe qué pasó después, que Rigo se desanimó y ya no quiso ir más.

“Siempre muy respetuoso y tranquilo, tanto con los niños, los profes. Ya por la edad no mostraba el interés. Como ya es grande su entorno es más a la comunidad, de estar en casa, no es tanto la responsabilidad de que hay que venir, entonces se pierde…”.

Dice Rodrigo Mazuca, que fue el profesor de formación laboral de Rigo y hoy es el director del CAM de Ciénegas.

Griselda dice otra cosa:

“No muy bien lo querían las maestras por la edad, pero sí, nos dijeron que lo dejáramos ahí y que iban ellas a enseñarlo a ser independiente. Que le iban a enseñar algún trabajo, por ejemplo de lavar carros, de barrer… Pero no, como mi hermano no estaba acostumbrado a que le dieran órdenes que ‘lava carros’ y que esto y lo otro, nada más fue una semana. No le gustó que lo pusieran a trabajar. La maestra dijo que la mamá de Rigo tenía que estar al pendiente de llevarlo todos los días y estar ahí con él hasta que se acabara la clase. Mi mamá como siempre estuvo ocupada pos no tuvo el tiempo, aparte mi hermano ya no quiso ir”.

 

El último censo del DIF de Ciénegas, dice que en este pueblo hay entre 100 y 120 personas con distintos tipos y grados de discapacidad intelectual, motriz, visual, síndrome de down y autismo.

“Hemos temido en las comunidades rurales situaciones de maltrato hacia los niños con discapacidad, bullying por parte de otros niños e incluso de la misma familia”, dice René Francisco Manrique Chávez, director del DIF de Cuatro Ciénegas.

“La pasábamos muy bien en la infancia. Nos divertíamos, jugábamos.

Está diciendo Saúl Adame, 43 años, albañil, el hermano de Rigo.

Solo que, cuando se trataba de jugar futbol con los plebes del barrio, nadie quería tener a Rigo en su equipo porque Rigo no sabía jugar bien.

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Griselda, su hermana, cuidó de él hasta el final en el hospital y comparte su experiencia. Foto: VANGUARDIA

“Generalmente lo segregábamos. Buscábamos la amistad de personas que tuvieran las mismas capacidades que nosotros. Por ejemplo, para jugar futbol, uno busca a alguien que sepa y él como estaba limitado lo hacíamos, digamos, de lado. Tal vez eso lo afectó al ir creciendo y ya en su vida adulta también. Es una necesidad de todo ser humano sentirse aceptado, ser parte del grupo, del ámbito familiar y cuando no se cubre esa necesidad supongo que afecta”.

Saúl habla como un psicólogo, pero en realidad es un Testigo de Jehová que asiste a la escuela de oratoria del templo y le gusta darse a la lectura.

La casa de Saúl, “Bul”, en el lenguaje de Rigo, es bonita, con pisos relucientes, paredes claras y bien cuadradas.

Saúl es albañil, como el resto de sus hermanos varones.

Su casa no se parece en nada a las casas de renta, de dos o tres piezas, en las que vivieron de chicos, cuando dormían de a tres en una cama angosta.

“En ese aspecto siempre estábamos muy juntos, muy unidos”.

Dice Saúl y su comentario suena como una broma de mal gusto, pero no lo es.

Cuando llegaron la Benito Juárez era una colonia pacífica, bonita tranquila.

Le decían “el ranchito”, por ser una de las últimas, por estar a las afueras de Ciénegas.

Con los años las cosas cambiaron.

“Se ve gente agresiva, hay muchos niños de secundaria que no estudian, muchos. La mayoría no va a la escuela y se la pasan pos… aquí nomás, de vaguitos, tomando cerveza, haciendo pleito. Es lo que vemos. Vemos pleitos, que se andan peleando entre ellos mismos. No, ya está muy feíta esta colonia”.

De vaguitos, dice Griselda, la hermana de Rigo.

 “Pos oiga ¿cómo lo van quemar hombre?, chingada madre” Fidencio Ruiz, albañil. Foto: VANGUARDIA

“Pos oiga ¿cómo lo van quemar hombre?, chingada madre”
Fidencio Ruiz, albañil. Foto: VANGUARDIA

Un informe de la coordinación de Juventud de Cuatro Ciénegas, dice que en este lugar no hay indicadores de adicciones fuertes, solo casos aislados de jóvenes que han sido canalizados al DIF o la Secretaría de la Juventud e incluidos en programas de reinserción social.

“Aceptamos que, como en todos lados, tenemos alcoholismo, tabaquismo, pero hasta ahí”.

Dice Sergio Alejandro Zúñiga Torres, coordinador de Juventud en Cuatro Ciénegas.

–¿Hay pandillas en la Benito Juárez?

–Que nosotros tengamos detectadas, no. Sabemos de que hay en otros sectores, un poquito más marginados, como es la colonia Magdalenas, que está relativamente cerca de esa colona (la Benito Juárez), pero es raro, son grupos de pandillas no tan agresivas. A lo que más llegan es al grafiti.

–¿Y lo que pasó con Rigo?

–Es un caso totalmente aislado, es la primera vez que vemos algo similar en Cuatro Ciénegas.

Otro reporte del Centro de Atención e Integración Familiar, (Ciaif), de Cuatro Ciénegas, dice que los fenómenos sociales que más abundan por acá son los problemas de conducta en infantes y adolescentes, violencia intrafamiliar y agresiones sexuales a niños.

“A veces hay algunas ansiedades en los niños a causa de algunos problemas conyugales o pérdida de los padres. A veces viven con las abuelas y eso va generando que la conducta de los niños cambie”.

Dice Betzabee Muñoz, la coordinadora del Caif Cuatro Ciénegas.

–¿Qué sentimiento le genera lo de Rigo?

–Un poco de indignación…

Un poco de indignación, dice Betzabee.

A la gente de Cuatro Ciénegas, le dio rabia.

“Pos oiga ¿cómo lo van quemar hombre?, chingada madre”.

Dice Fidencio Ruiz, 88 años, albañil, un mediodía caluroso, sentado en una banca de la plaza principal del pueblo, por donde Rigo se paseó tantas veces.

El niño por siempre, así vivió Rigo toda su vida. Le gustaba bailar, pintar con su sobrina y abrazar a los gatos. Foto: VANGUARDIA

El niño por siempre, así vivió Rigo toda su vida. Le gustaba bailar, pintar con su sobrina y abrazar a los gatos. Foto: VANGUARDIA

“Es que era muy raro porque no todo el tiempo salió. Hubo un tiempo, muchos años, que él siempre aquí. Después agarró un tiempo que ya nomás quería andar en la calle. Amanecía en la calle y llegaba ya en la noche. Venía a veces a comer y se volvía salir y en todo el pueblo andaba. Por eso mucha gente lo conocía, le hablaba por su nombre, ‘Rigo’, lo saludaba”, dice Griselda.

–A mí me decía guapa y eso, pero yo nomás me reía.

–A mi mamá también y ella le seguía la corriente.

–También a mi abuelita.

–”Chaha guapa”, nos decía y nosotras “eh Rigo, adiós”.

Está contando un grupo de chiquillas del barrio, una tarde que han salido a jugar a la puerta de su casa.

Para llegar a la zona roja de Ciénegas, hay que tomar por la calle de Juan Salas, donde vivía Rigo y su familia, ir hasta el fondo y andar un camino fangoso desde donde se divisan los restos de dos bares y al final, lo que queda del restorán de Isidro Barrios López, Chilo:

“‘No – decía Pancha, su mamá – hijo de la tiznada. Por más que lo amarro, Chilo, se me pela. Le escondo los zapatos y se pone los míos o de los hermanos y ái viene’, pero nomás. De que yo tuviéramos un mal récord de él, no, Era un muchacho muy noble”.

Dice Chilo.

Entonces los vecinos del barrio lo miraban pasar endomingado, con su camisa vaquera limpia, sus jeans limpios y sus botas picudas, limpias.

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Foto: Vanguardia

“Se acercaba con uno y te platicaba, a señas, que “mira traigo botas, traigo pantalón nuevo” y “dame pal cigarro y pa la coca’”.

Dice Érika Reyna.

Ella acababa de llegar de su rutina cuando la estremecieron los gritos de Rigo, la tarde aquella que lo quemaron con ácido.

Otros días la gente veía deambular a Rigo sin rumbo por el pueblo, sucio, barbón, greñudo, oliendo a orines.

Es otra mañana otoñal a finales del verano en San Buenaventura, Coahuila, En el jardín de su casa estilo campestre, Sonia Adame, hermana de Rigo, dice que sí, que Rigo sufría de incontinencia urinaria:

“Se orinaba, mojaba su cama, su ropa. Le decía mi mamá “ya no te andes orinando”. No, otro día amanecía todo orinado”.

Un día un vecino del barrio vino hasta la casa de Saúl, para reclamarle el vidrio de su camioneta que Rigo había roto de una pedrada por tratar de defenderse de un grupo de plebes que le habían gritado loco en la calle.

“Dice “oye, pos es que pasó Rigo y me quebró el vidrio de la camioneta”, le digo, “pero ¿por qué?”, dice “pos es que venía por la calle, lo hicieron enojar unos muchachos y pos aquel traía la piedra en la mano, la tiró y pos le dio a mi camioneta”, dice “yo ni en cuenta con él ni él conmigo, nomás que la piedra fue a dar a la camioneta mía”. Le pagamos el vidrio”.

La historia de los vidrios rotos, se repetiría varias veces a lo largo de la vida de Rigo.

“A veces andaba de malas, pero porque alguien le había dicho o hecho algo”, dice Saúl.

Los vecinos de Ciénegas mencionan el 13 de marzo pasado, día en que murió la madre de Rigo, como el principio de su desgracia.

“Ella lo sobreprotegía mucho por su discapacidad. Siempre lo tenía muy cobijado, muy cerca de ella y él se acostumbró a estar siempre en la casa, hasta que murió mi mamá”, dice Saúl.

El sol cae en picada entre las nubes.

Los vecinos del barrio sacan las sillas a la calle para refrescarse.

Uno de ellos es Vicente González.

“Después que falleció la mamá como que andaba más dejadón, más descontrolado”, dice de Rigo.

Griselda dice que a Rigo le afectó la muerte de la mamá:

“El día que murió mi madre lo anduve buscando, me lo encontré en la calle, lo subí al carro y le dije “Rigo, vamos a ir a un funeral. Tú mamá se acaba de morir, vamos para que la veas”, nomás me decía, ‘no, no’. Nunca quiso verla en su caja. Cuando ya la llevamos a enterrar nunca se acercó.”.

Es otra mañana en el despacho de Mario Alberto José de los Santos, el director del Centro Estatal de Salud Mental, (Cesame), en Saltillo.

La oficina de Mario Alberto es solmene, con muros impolutos y olor a hospital.

Sobre su escritorio hay un expediente de tapas amarillas que dice Rigoberto Adame Mejía.

Según este documento, la primera vez que Rigo pisó el Cesame fue en 1996, cuando tenía ya 21 años.

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Su familia lo recuerda como alguien que siempre los hacía reír. Foto: VANGUARDIA

Lo acompañó la mamá.

El diagnóstico:

Discapacidad intelectual de moderada a grave.

Y hay no más datos.

Parece que la familia acudió poco o no volvió más al Cesame y la historia clínica de Rigo pasó al archivo muerto y de ahí al incinerador.

Se incineró.

20 años después, tras la muerte de la madre de Rigo, los hermanos volvieron a traerlo al Cesame para una revisión.

Ocurrió el 11 de abril pasado.

El diagnóstico no cambió:

Discapacidad intelectual de moderada a grave.
Lo cual significa que, aunque Rigo tenía 41 años, su mentalidad correspondía a la de un prescolar o escolar, pero con problemas de conducta.

“Y esto lo convierte en alguien inimputable, que no es responsable de sus actos, que obviamente requiere de cuidadores, de apoyo porque hablamos de un sistema nervioso central, de un cerebro, enfermo por discapacidad y esto lo hace más vulnerable a otras complicaciones conductuales“, dice Mario Alberto José.

–¿Por qué lo trajeron?

–El motivo de consulta es, principalmente, inquietud psicomotora. Él había perdido recientemente a un familiar cercano, quizá su principal cuidador, su mamá y esto le genera gran inestabilidad en su conducta. Si nos la genera a cualquiera que estamos en buenas condiciones, a alguien que es dependiente de su principal cuidador…

En el expediente de Rigo se lee:

“Han observado que ha presentado irritabilidad, pobre control de los impulsos, con errores de juicio, hipersomnia (sueño excesivamente prolongado y profundo) diurna, insomnio total con inquietud psicomotriz”.

La última vez que Rigo acudió a consulta al Cesame fue en mayo. Unas semanas antes de que le pasara, lo que le pasó.

“Se inició un tratamiento para controlar sus conductas irritables, se programó una cita para hacer una historia clínica y es la última noticia que tenemos de él”.

–¿Qué opina de este hecho?

–Es muy deplorable y tenemos que manifestar, quienes nos dedicamos a la salud y a la salud mental, nuestra inconformidad ante estos hechos sociales.

La tarde del viernes 3 de junio, como a la 1:00, Rigo, (nadie vio, pero se imaginan que así ha de haber sido), caminaba por la calle rumbo a la casa de renta en que vivía con su hermana Gris y sus sobrinos, cuando alguien lo alcanzó y le roció una botella con ácido sulfúrico por la espalda, de ese que usan los campesinos de la región para extraer la cera de candelilla.

Sus gritos cimbraron el vecindario a varias cuadras a la redonda.

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Foto: Vanguardia

En la calle se quedaron marcadas las gotas del ácido, como un recuerdo indeleble de la tragedia
Una mañana, lejos de allí, Janet Ventura, doctora en biología experimental, adscrita al cuerpo académico del departamento de Ciencia y Tecnología de Alimentos, de la Facultad de Ciencias Químicas, de la UAdeC, habla de lo sencillo que puede resultar para cualquiera conseguir ácido sulfúrico.

“Vas, lo pagas y te lo dan”.

Janeth dice que este ácido, el ácido con el que rociaron a Rigo, se utiliza, principalmente, en la industria textil, de metales, tintas, fertilizantes, pero que también es un aditivo alimentico, que sirve para regular el ph.

“Nos lo comemos. Vamos a desatanizar al ácido, porque el ácido no es el malo”.

El ácido sulfúrico viene en distintas concentraciones.

La más alta es del 95 por ciento y es la que usan los campesinos de Cuatro Ciénegas, y de otras regiones candelilleras del país, para fabricar la cera.

Y el ácido sulfúrico es un líquido transparente que puedes confundir con agua.

Al contacto con la madera, quema la madera, al contacto con el plástico, quema el plástico y hasta el metal.

Janeth dice que haber rociado a Rigo con ácido sulfúrico, fue como si le hubieran prendido fuego.

La gente de Ciénegas se pregunta, ¿quién tendría el corazón de hacer una cosa como esa?
Cuando los vecinos se acercaron para ver lo que pasaba, Rigo se hallaba agazapado, con la cabeza baja, dentro de una alberca inflable llena de agua, estaba desnudo y llorando de dolor.

Sucedió en el patio de su casa.

Una señora, Érika Reyna, que había salido corriendo cuando escuchó los gritos de Rigo, trató de auxiliarlo echándole agua con una manguera.
40 minutos después llegó una ambulancia del Centro de Salud y se lo llevó.

Rigo no regresó más…

Hace un calor espeso en el salón parroquial de la iglesia de San José de Cuatro Ciénegas.

El padre Israel Orduña Gudiño, vicario, quien se encargó de darle los santos óleos a Rigo, dice que al pueblo le falta alguien:

“Ya no va a haber quién les diga “eh joto”, “adiós guapa’”.

ESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON AUTORIZACIÓN EXPRESA DE VANGUARDIA. Ver ORIGINAL aquí. Prohibida su reproducción.

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3 Responses to “Rigo, el hombre con alma de niño que quemaron vivo en Cuatrociénegas”

  1. Martín Lozano. dice:

    Las personas con retraso mental de leve a moderado no es posible integrarlas al mercado laboral y de hecho ocupan supervición en distintos grados. Es una lastima porque pese a que encuentren al asesino – que no lo van a hacer – si este es un menor de edad igual no va a pasar nada. Esta fantasía humanista de que los menores de edad son inimputables es incongruente, condenamos a psicópatas adultos a pesar de que se compruebe en ellos alteraciones cerebrales y pese a que tengan antecedentes de maltrato extremo en su infancia. Las manzanas podridas no se corrigen y a mi opinión no merecen segundas oportunidades.

  2. Kari dice:

    Bullying? Ven a lo que llegan los jóvenes? Y todos haciendose tarugos cuando lo golpeaban descalabraban etc… Hasta que lo mataron. Pero sigan defendiendo lacras en derechos humanos…..

  3. Eddy dice:

    Supongo que una acción preventiva Hubiera sido que las autoridades en salud mental no hubieran dejado a la deriva el caso de Rigo. Debió haberse recluido en un sanatorio mental. Creo que quien lo atacó debe ser un conocido pues se percibe la premeditación del caso. Puede investigarse en las tiendas locales de productos químicos. Espero atrapen al responsable que según entendí debería ser del género masculino para que reciba su merecido castigo y se indemnice a su familia. Qué tristeza tanto por la víctima y su familia como por el criminal.

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