Los Muymuys

Mi mujer es inquieta y asombrosa. Puedo afirmar que reniega de la placidez de la inmovilidad. Cada cierto tiempo, que puede ser de un día para otro, el cuadro del embarcadero con las palmeras recostadas sobre el pueblo de pescadores puede cambiar de sitio cuatro veces al mes, encontrarse en el baño, en el pasillo, en la cocina y regresar a la sala. Esto sucede, en la práctica, con la mayoría de las cosas, incluyendo nuestra cama, las lámparas y los sillones.

            Cuando regreso del trabajo, por lo regular alrededor de las nueve de la noche, debo deshacer el plano de casa que dejé en la mañana y estar dispuesto a lo que llamo, quizá de forma  indebida, lo aleatorio, lo fortuito, aunque ella lo denomine “maneras de disolver lo cotidiano”.

Sus cambios incluyen novedades, nuevos inquilinos, desde miniaturas hasta corpulencias. Una vecina australiana, que salió de vacaciones a Puerto Vallarta, le encargó a su canguro adolescente. Durante esos diez días tuve que dormir en la sala, pues el pequeño tenía la costumbre de dormir con su ama y, en esta ocasión, lo hizo con mi esposa. La primera mañana me quedé sin pan tostado, pues Cowper, como se llamaba el muchacho, se comió de una mordida todo el paquete de mi pan. Tuve que desayunar unos wafles renegridos que mi mujer preparó de prisa, ya que Cowper casi se termina los aguacates que ella se iba aplicar ese día en el rostro para aminorar las arrugas de los ojos que ella llama, sin mayor pudor, patas de gallo.

            Lo único interesante del joven canguro era que, después de la cena, tenía disposición de jugar ajedrez conmigo, juego que no le agrada a mi esposa, pues opina que debería haber ajedreces con menos peones y más caballos, que las torres son horrendas y que bien le vendrían unas murallas y, al menos, dos reinas. Los reyes, y en esto su opinión sí es imperturbable, le dan urticaria, como ella dice; tiene la impresión de que se sienten los muymuys; cuando menciona esta palabra, que en verdad me divierte por su coloquialismo secretarial, me imagino a una tribu africana, llena de collares multicolores, en medio de un ritual, alrededor de un perol donde cocinan a mi madre, quien se lleva a las mil maravillas con mi mujer, a quien le presta de vez en cuando sus móviles columnas dóricas cuando a mi cónyuge le da por la antigüedad. Adoraría que un día llegaran, con sus faldas de hierbas secas, sus rayas de pintura roja y amarilla en los pómulos, sus collares sonoros en los tobillos, sus cuchillos afilados y sus dientes tan filosos como los puñales, adictos a la carne femenina, la Tribu de Los Muymuys.

3 Responses to “Los Muymuys”

  1. Chon sin Chano dice:

    ¿Serán de la misma etnia que los “Sacalepunta” ?

  2. jajaja dice:

    Me recordó a mi padres, cuando mi papá aún vivía! que lindo fragmento de su vida cotidiana! sin duda ha de ser usted un hombre muy feliz!

  3. La espectadora dice:

    Me encanto, la escencia de su esposa de necesidad de ruptura cotidiana y a ud el placer de presenciar esta.
    Excelente día!

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