Óscar de la Borbolla
26/08/2019 - 12:04 am
La legítima protesta de las mujeres
La marcha de las mujeres destapó una cloaca moral que ha envenenado a la sociedad mexicana y tal vez mundial.
La semana pasada, las mujeres ya hartas e indignadas de la violencia que padecen salieron a la calle. El motivo fue una larga lista de atrocidades recientes y pasadas (feminicidios, violaciones, acoso) ante las que no se hace nada o se hace tan escasamente que siguen sucediendo. La desaparición de pruebas, la revictimización de una jovencita ultrajada fue lo que derramó la rabia que las llevó a las calles y, como en todas las concentraciones convocadas por la indignación, hubo pintas y destrozos, sin que, por supuesto, faltaran los provocadores infiltrados.
Todo ello fue exhibido por los medios y si me animo a tocarlo hoy no es para insistir en lo que se ha dicho y redicho por unos y por otros, sino para tratar de entender algunas reacciones que ese episodio produjo y que terminó por acalorar los ánimos y, en consecuencia, de polarizar más las posiciones.
Había unas demandas incuestionablemente válidas: la exigencia de justicia y la creación de unas condiciones donde las mujeres pudieran ir a la escuela, al trabajo, al cine, al Metro, a un restorán, a la calle, en una palabra, a donde se les diera la gana sin sufrir acoso, ser violadas o asesinadas por ser mujeres. Y también, hay que destacarlo, para exigir unas condiciones que le permitieran despertar a este mundo sin que en sus propias casas estuvieran expuestas a los mismos peligros que en el exterior; pero, en este caso, provocados por sus seres cercanos: familiares y amigos. Un mundo público y privado donde pudieran vivir sin la permanente amenaza de los hombres; un mundo que no fuera una jungla de animales dominado por la fuerza y el instinto.
El número de violaciones, de secuestros para la trata y de feminicidios, así como el inmedible acoso cotidiano, lanzó a las mujeres a las calles para protestar, para denunciar el clima de infierno en el que viven, y eso debería haber bastado para que todos, sociedad y Gobierno, revisaran profundamente sus prácticas: las políticas públicas de seguridad, de educación, de contenidos mediáticos, y también, para que en las familias se replanteara la manera en la que cada madre y cada padre educan a sus hijos. Pues lo que es claro es que entre todos hemos hecho esta sociedad animalizada y no una sociedad civilizada: propiamente humana.
En vez de esta conciencia de vergüenza ante el fracaso de los esfuerzos civilizatorios de México ocurrió, lo que pasa en el cine cuando ante una escena de horror terrible soltamos una risa nerviosa, esa risita nerviosa que sirve para evadirnos saliendo por la tangente con cualquier asunto secundario. En este caso, el golpe artero que recibió un periodista y la pintarrajeada que sufrió el Ángel. Hacia estos asuntos reprobables, pero secundarios, se desvió la atención, y el asunto de fondo: la gravedad del mundo animal en la que viven las mujeres quedó eclipsada.
La marcha de las mujeres destapó una cloaca moral que ha envenenado a la sociedad mexicana y tal vez mundial: esos incómodos secretos que guardan las familias, ese apetito instintivo que no sabe encauzarse humanamente y que aflora cuando ve su oportunidad, la incompetencia de la educación para formarnos realmente como seres humanos… Nos gusta vivir en el kitsch del “aquí no pasa nada” o “no es para tanto”; pero sí pasa y es un escándalo para más.
@oscardelaborbol
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