Óscar de la Borbolla
16/05/2016 - 12:00 am
El vocabulario del silencio
Existen quizá tantos silencios como palabras: hay un silencio cuya acepción evidente es «cobardía», otro «complicidad», otro más «fastidio»; uno equivale a «sí», otro a «no»: hay innumerables silencios. De hecho, usándolos en el momento oportuno tal vez uno podría decir cualquier cosa en silencio.
El silencio siempre dice algo, y en muchas ocasiones dice más que las palabras: dice de quien calla y de lo que está ocurriendo. Hay dos contextos en los que para mí el silencio es particularmente elocuente: en la comunión del amor, en el arco más alto de la cópula, y en la solidaridad ante la muerte. Todas las frases hechas con las que se busca consolar a un deudo son soeces: esos manoseados pésames en que con cara compungida uno dice «lo siento» suenan huecos, falsos; son un ruidoso acto de presencia con el que torpemente uno quiere dejar constancia de haber estado ahí; pero ese ahí, que es la falta que experimenta el deudo, no hay modo de llenarlo y menos con convencionalismos verbales. Un abrazo, un apretón de manos en silencio son un acompañar más íntimo y más reconfortante.
Y de igual modo, hay momentos en el amor, en la comunión con el cuerpo del otro, en los que hablar rompe el encanto, interpone una distancia, distrae. El habla siempre supone que hay dos: dos aislados que se vinculan gracias a las palabras; en el silencio amoroso, en cambio, hay uno solamente, un amasijo en el que el otro deja de ser otro y forma parte de uno, y en el que uno, formado por el otro, ya no se sabe solo. En el amor y ante la muerte, qué enorme cantidad de cosas no equívocas dice el silencio.
Existen quizá tantos silencios como palabras: hay un silencio cuya acepción evidente es «cobardía», otro «complicidad», otro más «fastidio»; uno equivale a «sí», otro a «no»: hay innumerables silencios. De hecho, usándolos en el momento oportuno tal vez uno podría decir cualquier cosa en silencio.
Y hay ocasiones en las que simplemente ya no hay más qué decir, en las que todos los ángulos de un conflicto han sido dichos y redichos, e insistir con palabras sólo hace más lastimosa la comunicación. Es esos casos, el silencio también alcanza, como en el amor y ante la muerte, un poder significativo extraordinario. Es una forma de decir calladamente «ya no hay más», «ya no puedo más». Esos silencios hablan de la derrota, de la completa imposibilidad, del doloroso fracaso del habla y, a veces, cuando hay suerte, esos silencios consiguen entramar las orillas, machimbrarlas y misteriosamente logran lo que no pudieron todos los discursos, lo que las palabras habrían seguido separando.
Es probable que esta eficacia del silencio se deba no sólo a que desertamos de lo altanero que tienen las palabras, sino a que intuimos, con la conciencia abierta a toda vela, el único hecho contundente: que pasaremos callados el resto de la eternidad.
Twitter:@oscardelaborbol
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