Óscar de la Borbolla
16/03/2020 - 12:04 am
Ya pasamos el punto de inflexión
Estamos ante uno de los cambios más hondos de la historia humana, aquel en el que una mitad de la humanidad, tradicionalmente subordinada, quiere, necesita que la construcción de la idea de mundo cambie.
Todos los procesos presentan un punto de inflexión a partir del cual no hay marcha atrás: metafóricamente es la gota que derrama el vaso o el grosor de la grieta o un número definido de fibras que todavía sostienen y cuando una más se rompe, la cuerda ya no aguanta y termina por reventar indefectiblemente. ¿Cómo saber en los procesos o conflictos sociales que ya se llegó al límite? Supongo que depende de un enorme complejo de variables. Sin embargo, hay un indicio que me parece de enorme importancia: cuando en un conflicto resulta imposible la comunicación. Y no me refiero al hecho obvio de que, literalmente, se suspenda el diálogo, porque para cuando esto ocurre es que ya antes se ha rebasado el punto de inflexión.
Porque, en efecto, hay un momento en el que la comunicación está rota aunque las partes sigan hablando y, es más, seguir hablando, precisamente, es el catalizador que como gasolina aviva el incendio. ¿Por qué las palabras, que son supuestamente el puente para comunicarnos, en vez de acercarnos nos divorcian? ¿Por qué fracasa el lenguaje? Debido a que sólo pueden comunicarse quienes hablan de lo mismo. Pero entiéndaseme: no me refiero a aquellos cofrades que frente a un problema tienen la misma idea, sino a quienes a pesar de emplear las mismas palabras tienen distintos referentes; a aquellos que no hablan de lo mismo, pues aunque en el conflicto los bandos encontrados usen la palabra “calle» unos se refieren a un lugar donde matan y otros a un paseo lleno de árboles donde los niños juegan. Sí, no se tomé a broma, los seres humanos no se entienden porque no hablan de lo mismo. Hablar de lo mismo no significa que estén de acuerdo, significa tan sólo que tienen algo en común, que discuten acerca de lo mismo.
En el presente, en nuestro país ha estallado un conflicto que me da la impresión de que está llegando al peligroso punto de inflexión. El Movimiento Feminista cuyas demandas a mí también me parecen inobjetables y, por lo tanto, me hacen suponer que deberían ser respaldadas de manera unánime, tropieza con un grupo que, en lugar de detenerse a considerar la gravedad de los feminicidios, de las violaciones, del acoso constante en el que viven las mujeres, centra su atención en las pintas a los monumentos o en los destrozos provocados por grupos minoritarios de provocadoras y provocadores y, en muchos casos, todavía, hacen escarnio de las mujeres (no dudo que también entre las opiniones que circulan muchas sean producidas por provocadores en lo medios, pero, me consta, que muchas son emitidas por personas que así piensan, que así ven).
Y aquí es donde conviene detenerse a pensar a fondo el problema de la comunicación. Porque he dicho que para que ésta exista es necesario que quienes se enfrentan tengan algo en común y parecería que el mundo objetivo sería ese algo en común; pero “el mundo» es una construcción donde interviene de manera decisiva la cosmovisión en la que uno está inserto. Uno ve no el mundo en común que existe para todos, sino que uno ve un mundo construido por una determinada manera de pensar, de sentir, de valorar, de juzgar. Y ese mundo que ve, obviamente, le parece obvio. La comunicación se rompe cuando los bandos en conflicto viven en diferentes mundos, cuando sus maneras de ver y de defender lo que les parece obvio no es obvio para el otro bando. He aquí el encontronazo de dos visiones: la machista que ha permeado de un lado al otro nuestra historia y la feminista que quiere -y qué bueno- darle un giro a esa historia.
Estamos ante uno de los cambios más hondos de la historia humana, aquel en el que una mitad de la humanidad, tradicionalmente subordinada, quiere, necesita que la construcción de la idea de mundo cambie. Hace falta, por supuesto, que ningún delito quede impune y que las leyes sean más severas, pero lo que falta es la larga tarea que la educación y la cultura tienen que dar para que cambie el mundo, nuestra manera de construirlo.
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