SALA DE LECTURA | “Hacer cosas en solitario”, de Luis Felipe Pérez Sánchez

Luis Felipe Pérez Sánchez. Foto: Cortesía Viviana Da Mota

Luis Felipe Pérez Sánchez. Foto: Cortesía Viviana Da Mota

¿Quién no ha soñado con el desastre y con el encuentro de una isla desierta, territorio virgen, que nos alejaría de las ataduras de un mundo como el nuestro conocido y significara acercarse a la libertad, una liberación trasunto, también, del abandono y de lo asceta? ¿Quién no ha deseado un corte de caja, un renovado inicio?

Ciudad de México, 14 de mayo (SinEmbargo).- Yo hacía cosas prohibidas o que no parecían normales para alguien de mi sexo y de mi edad, dijo Liliana. Me contó que había ido al cine, sola, alguna vez. Fue una de las primeras cosas a las que se atrevió porque se le antojaba, pero siempre en secreto, cuando nadie la vio ni se enteró ni se imaginó que ella se arriesgaba a ensayar salidas sin compañía.

En lugar de comprarse ropa o cumplir algún otro capricho, de guardar dinero, darlo a la casa o ponerlo en el canasto de los diezmos en la parroquia como era la costumbre, decidió gastar su primer sueldo en cachondearse con la sensual Brook Shields, que en esa película lucía traje de Eva.

Debajo de los cabellos acrisolados y resecos por el sol, se escondían unos pechos pequeños, nacientes; el taparrabos nos recordaba la vergüenza de venir de un mundo occidental, pero no escondía unas largas piernas.

La laguna azul fue, quizá, la fantasía de unos tantos. Un par de muchachos aprende a elegir qué comer y a pescar, a construir una ramada en una isla. Edificaban su propio mundo, sobrevivientes de una tormenta donde el navío en que viajaban había sido devorado por las garras de Poseidón.

Una constancia de que, alguna vez, se disfrutó de lo clandestino, de ser cómplice de sí mismo, de hacer cosas solo.  Foto: Shutterstock

Una constancia de que, alguna vez, se disfrutó de lo clandestino, de ser cómplice de sí mismo, de hacer cosas solo. Foto: Shutterstock

Experimentaban el naufragio, un leitmotiv de la literatura, de la vida. El abandono o la aventura, el riesgo o la soledad, desde Robinson Crusoe hasta El buen salvaje, de Simbad o el Ulises de Homero hasta Marco Polo, cuestionan lo conocido y valoran lo ignoto, lo natural. Vislumbran ese paraíso que, siglos antes, algunos franciscanos soñaran ante el descubrimiento de Cristóbal Colón, donde vieron la oportunidad de fundar un Edén, la Utopía de Tomás Moro.

¿Quién no ha soñado con el desastre y con el encuentro de una isla desierta, territorio virgen, que nos alejaría de las ataduras de un mundo como el nuestro conocido y significara acercarse a la libertad, una liberación trasunto, también, del abandono y de lo asceta? ¿Quién no ha deseado un corte de caja, un renovado inicio?

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Liliana asistía como mirona, pero también como protagonista de la soledad. El cine, la película, eran el inolvidable momento de experimentar los huecos de la historia personal, donde se llena el paisaje íntimo. Menos que saber el día y la hora exacta de la función a la que habría asistido, ese momento debió de haberse tatuado en Liliana por inaugural.

Lo atesoró para contarlo alguna vez, quizá, como son depositadas en la memoria o en el recuerdo o en los sentidos, despiertos, esas experiencias que delatan el regusto de las primeras veces, inevitable y más excitante, porque se mira a lo lejos, porque se distingue uno como protagonista de un momento estelar de la propia existencia, porque se sabe que ha sucedido y existe la oportunidad de revelarlo en algún futuro hoy distante.

Uno se aventura y vive cosas para contarlas luego, para relatarlas siempre, como las historias del propio éxodo o el génesis de la historia personal que no tiene días o fechas precisas, que poco importan.

Son emociones contundentes, que suscitan algún gesto confidente, que hagan agua la boca o den cosquillitas en el estómago y le roben a uno la pícara sonrisa que no esconde nada del placer experimentado al creer lo hecho como una victoria en el campo de batalla contra los “hubiera” de la vida, una constancia de que, alguna vez, se disfrutó de lo clandestino, de ser cómplice de sí mismo, de hacer cosas solo.

¿Quién es Luis Felipe Pérez Sánchez? (Irapuato, 1982). Beneficiario del Programa de Estímulos a la Creación Artística del estado de Guanajuato en la categoría de Creadores con trayectoria con un proyecto de novela en 2015. Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández 2012. Becario de la Fundación para las letras mexicanas generación 2011-2012 y 2012-2013 en el área de ensayo. Es autor de Eufemismos para la despedida (La Rana, 2013). Ensayos suyos aparecen en El vicio de vivir, ensayos sobre José Revueltas (Tierra Adentro, 2014), La escritura poliédrica, ensayos sobre Daniel Sada (Tierra Adentro, 2012), Cámara nocturna, ensayos sobre Salvador Elizondo (Tierra Adentro, 2011), La voz de la memoria (La Rana/UIA, 2011). Ha colaborado en antologías de relatos como La voz de la memoria (UIA/La rana, 2011). Textos suyos han sido publicados en Revista de la Universidad de México, Revista Tierra Adentro, Metapolítica, ValencianaLaberinto, y en Confabulario

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