Sueños de frontera unifica el intersticio entre dos territorios –México/Estados Unidos– para proyectar una imagen de los espacios limítrofes como uno mismo. El protagonista, un detective cuyo oficio lo ha mutilado en muchos sentidos, recorre la franja fronteriza de ambos lados por cuestiones de negocios.
Por Laura Sarahí Robledo Melgar
Ciudad Juárez, Chihuahua, 12 de septiembre (JuaritosLiterario).- En 1990, la editorial Promexa publicó, en el antiguo Distrito Federal, una novela escrita por Paco Ignacio Taibo II, misma que posteriormente sería traducida al inglés por Cinco Puntos Press (2002), en El Paso, y reeditada por Joaquín Mortiz en 2013.
Sueños de frontera unifica el intersticio entre dos territorios –México/Estados Unidos– para proyectar una imagen de los espacios limítrofes como uno mismo. El protagonista, un detective cuyo oficio lo ha mutilado en muchos sentidos, recorre la franja fronteriza de ambos lados por cuestiones de negocios.
El viaje le permite al defeño comprender “ese nombre extraño que usaban para designar una mezcla de territorios marcados por el dudoso privilegio de estarse sobando con los Estados Unidos”. A su vez, explica lo irracional en el efecto divisorio producido en estas zonas, declarando que el otro lado “es un paisaje televisivo al alcance de la mano.
Un enorme supermercado babélico, donde el sentido de la vida puede ser el poder comprar tres planchas de vapor de modelos diferentes el mismo día”. Al observar el territorio norteamericano, Héctor Belascoarán Shayne –el personaje principal que también lo es en otras diez novelas de Taibo II– reconoce que “allí sería extranjero. Qué absurdo, volverse más o menos extranjero por caminar unos metros”.
La ficción rebasa sus propios límites y, así como su protagonista, el escritor hispano-mexicano también juguetea, en una nota preliminar, acerca de su relación (el toma y daca) con estas tierras: “Este libro le debe mucho al Programa Cultural de las Fronteras, dirigido por Alejandro Ordorica, quien me envió de gira de conferencias al norte, donde pude pescar muchas de estas historias que luego fui cambiando de geografía original. El resultado es esta frontera medio rara, de la que soy tan responsable yo como la realidad, dejémoslo a medias”. La burocracia intelectual termina de bosquejarse con la aparición de personajes reales de aquel mundillo cultural, en plena convivencia con la figura protagónica: “Cortázar, poeta chihuahuense y amigo de los locos que subían del DF para ver la vida en crudo, dejó su estilo británico y se le quedó mirando a Héctor”.
Pese a que el texto enmarque el sentido de Ciudad Juárez como lugar de paso, el carácter evanescente de la urbe se sublima a través de su sola mención, ya que las acciones más relevantes de la historia no tienen lugar en la ciudad fronteriza. Sin embargo, el espacio-tiempo de la novela reúne características similares a las de Juárez, haciendo justicia al arquetipo de frontera sin necesidad de detallarla en sus lindes y extensiones. Los 16 capítulos de la novela, entonces, esclarecen ciertas características, como la hospitalidad de los habitantes, la funcionalidad de la economía en cada una de las áreas limítrofes y hasta la disonancia de la música que se produce a lo ancho de toda la franja norte del país. Me parece llamativo y simbólico que el único momento en el cual aparece el nombre de la ciudad desde donde escribo, de manera explícita y textual, sea para enlazarse directamente con nuestro civilizado vecino. “–¿Me das un aventón a Ciudad Juárez?”, le solicitó el detective al solícito poeta. “–¿Qué carajo hace una actriz de cine cuando uno viene a Chihuahua?” Cortázar responde: “–No sé, supongo que come un buen T-bone y luego se va a El Paso a comprar ropa. Yo qué sé”. Ya de camino, “Cortázar puso en el tocacintas de su carro el último casette de boleros de Tania Libertad. La carretera se había vuelto una recta aparentemente sin fin, con cerros majestuosos, rodeados de cielos azules poco creíbles, marcando el horizonte lejano al frente y a los costados. Tierra de matorrales y límites de verdad, verdaderamente lejanos”.
Así, el libro vislumbra a Ciudad Juárez como un lugar de tránsito (y trasiego) hacia los Estados Unidos, condenándola a ser el backyard del sur texano. Por otra parte, también funciona como un referente para ubicar zonas aledañas a la localidad, como el pueblo fantasma de San Jacinto. “A 17 kilómetros al norte de Villa Ahumada hay una desviación al este que sale de la carretera Panamericana en el tramo de Chihuahua a Ciudad Juárez”. Nadie se enfila hacia allá, “porque ese pueblo no existe, es una serie de ruinas fantasmales”.
Belascoarán Shayne se enfrasca en una tarea que implica un trayecto hacia el pasado: localizar a la actriz Natalia Smith Corona no solo resulta en un esfuerzo detectivesco, sino en uno de evocación. Él la persigue puesto que la hija de Nat –como Héctor se refiere a ella de cariño– desconoce su paradero, y en su viaje de negocios reconoce el estrecho vínculo que los recuerdos trazan con los lugares. El caso “era como tratar de recordar los nombres de todos los personajes de las novelas de Tolstoi que había leído. Era como nadar en la luz pegajosa de ese sol inclemente de Mexicali. Como acordarse de los ganadores de la Vuelta Ciclista a México en las ediciones de los años 60. Era, Héctor descubrió la verdad, no sólo una investigación imposible, también un esfuerzo de memoria”.
De manera progresiva, según las convenciones de la novela negra, el personaje va siguiendo las pistas a través de muchas fronteras que parecen una sola, con la consciencia de encontrarse en un terreno ajeno y preguntándose: “¿Era extranjero aquí? ¿Un poco más de lo que era en el Distrito Federal? Definición de extranjero: aquel que se siente extraño, aquel que cree que los tacos que se consumen en la esquina de su casa son necesariamente mejores que los que pueden comerse aquí, aquel que cuando se despierta a media noche siente un extraño vacío, una relación de no pertenencia con el paisaje visto desde la ventana. Bien, él era extranjero también aquí. No reconocía el paisaje, no se sentía en casa ante el retocado México fronterizo. ¿Y qué? Héctor no creía ser un buen juez en materia de nacionalismo y nacionalidades. Un tipo que no se reconocía frecuentemente cuando observaba su imagen al espejo, no era un buen juez de nada”. Apelo a que la novela no nos sea extraña en la frontera.