Alejandro De la Garza
13/11/2021 - 12:04 am
Yáñez al filo de la Revolución
«Agustín Yáñez (1904-1980) fue autor de cerca de un centenar de volúmenes, escritor e intelectual precoz, católico militante, maestro y promotor cultural y literario».
El sino del escorpión conmemora este aniversario de la Revolución Mexicana con la relectura de la novela de Agustín Yáñez Al filo del agua, próxima a cumplir 75 años (se editó en 1947) y considerada un clásico de nuestras letras. El alacrán retoma la discusión sobre la centralidad de esta novela para el desarrollo de la literatura mexicana y se cuestiona de nuevo si en efecto Al filo del agua cierra la primera mitad del siglo XX y se desvanece, o, por el contrario, cobra mayor presencia y abre la segunda mitad de ese siglo a nuevas posibilidades narrativas.
Si bien es claro su papel de exponente última de lo que dio en llamarse “Novela de la Revolución”, poco antes de la vuelta de tuerca final dada al género por Rulfo con su irrefutable Pedro Páramo en 1955, una relectura actual debe ampliar las interpretaciones de esta obra considerada por muchos “la primera novela moderna” de nuestra narrativa.
Agustín Yáñez (1904-1980) fue autor de cerca de un centenar de volúmenes, escritor e intelectual precoz, católico militante, maestro y promotor cultural y literario. La lista de sus puestos públicos es interminable: académico, encumbrado político en muy diversas áreas burocráticas y gobernador de Jalisco. No obstante, su carrera política fue marcada por su papel como secretario de Educación Pública en el conflictivo periodo de Díaz Ordaz. Y por su pasividad u omisión ante el movimiento estudiantil de 1968.
Yáñez fue muy criticado por su compromiso con el régimen y su carrera burocrática, la cual, insisten, lo hizo desperdiciar su pasión literaria. “Un mal escritor con un buen libro”, opinó Carlos Monsiváis. “Burócrata de la inteligencia y croupier de la literatura”, lo definió José Revueltas. A cambio, Rulfo lo consideró fundador de la novela mexicana moderna y en ello coincidió José Emilio Pacheco, al describir la novela como el puente entre Los de abajo, de Mariano Azuela, y La región más transparente, de Carlos Fuentes.
Al filo del agua es la historia de un pueblo cerrado y ultracatólico, de cofradías religiosas, culpas y expiaciones, pueblo controlado por los curas y la represión, la penitencia y el calendario litúrgico y agrícola. Un pueblo de los Altos de Jalisco amenazado por lo exterior: la vida social, las costumbres ajenas, la modernidad del telégrafo y la luz eléctrica, el baile y la moda urbana, los periódicos y los libros (expurgados por los curas antes de permitir su lectura). Un pueblo cerrado y pecador, cohesionado y ordenado por los sacerdotes, de costumbres aún anteriores a las Leyes de Reforma y con Juárez, Madero y los revolucionarios como enemigos demoniacos. Pero el pueblo está a punto de perder su orden interno, sus elementos cohesionadores, al hallarse al filo del agua, al filo de la tormenta de la revolución y el trastocamiento del estado de cosas.
La narración de Yáñez es un alegato anticlerical para demostrar el dominio de un puñado de curas católicos radicales sobre la vida y los actos, la conciencia y los pensamientos de los habitantes del poblado. Pero a la vez, la narración misma prueba la inutilidad de estos mecanismos de control y represión frente a “la novedad de la patria” emblematizada por las transformaciones científicas, industriales y sociales y por la inminente revolución maderista.
Yánez utiliza técnicas narrativas modernas, como el monólogo interior, la descripción onírica de miedos y angustias interiores, la injerencia arbitraria de un narrador omnipresente para regañar o reconvenir a sus personajes, la promiscuidad indistinta de voces, coros o solistas; el delirio de letanía de su capítulo inicial “Acto Propiciatorio” o de su capítulo intermedio “Canicas”, donde el tiempo parece detenerse y titubear.
Sin embargo, el lector tiene una sensación contradictoria a lo largo de la narración. La contundencia de su tono anticlerical moderno se topa con frecuencia con una añoranza o casi alabanza de las costumbres de la “gente de bien”, regida por la Iglesia, por la vida aislada y pueblerina distante de la modernidad. Cierto aire de “todo tiempo pasado fue mejor…” y más católico y controlado, agregaría el alacrán.
Otro dato definitorio: cuando fatalmente llegan los revolucionarios y saquean el pueblo, la narración, como los decentes habitantes del poblado, está encerrada a piedra y lodo. Las descripciones del acontecer exterior: el griterío, la violencia, la persecución, la balacera, los avatares del saqueo y la borrachera de “la bola”, se narran sólo de oídas, mientras el lector permanece encerrado con las familias decentes, temerosas y amenazadas ante el caos llegado hasta su misma puerta; el rumor de los hechos sólo lo escuchamos en la lejanía. Al final, cuando los revolucionarios huyen, todo vuelve a la aparente normalidad, aunque la cohesión esté rota y el antiguo régimen socavado.
Hay un contradictorio sentido interno en la narración, sobre el cual la estudiosa de la literatura hispanoamericana Jean Franco arriesga un juicio agudo y a contracorriente: “La novela sería no la primera novela moderna de México, sino el canto del cisne y la última resistencia de las viejas fórmulas”.
Al filo del agua es lectura primordial de nuestra literatura del siglo XX, aunque el autor nos deje la impresión de que cuando estuvo al filo del agua, al borde de la tormenta representada por el movimiento del 68, prefirió, como los personajes de su novela, encerrarse en la habitación de pueblo en que convirtió su oficina burocrática, a esperar que las cosas no cambiaran. Con ello, Yáñez fue omiso ante un régimen más autoritario y represor que los curas de su novela.
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