Ernesto Hernández Norzagaray
08/01/2022 - 12:05 am
Viena y el futuro de la humanidad
«(…) no puedo dejar de mencionar que en el concierto de este año hay un incremento en el número de mujeres que, recordemos, durante mucho tiempo fueron excluidas de la filarmónica y, hoy, son parte sustantiva de ella, cómo lo son los jóvenes, que le dan un toque instintivamente moderno y gratificante en una atmósfera de excelsitud (…)».
A Leticia Barraza.
Sentarse en familia frente al televisor la mañana del 1 de enero de cada año y escuchar el concierto de la filarmónica de Viena es una práctica que hermana a la humanidad. Donde unos cuantos cientos de personas logran salir sorteados para estar presentes en la Sala Dorada de la Musikverien de Viena, mientras, millones, de todo el mundo, lo tienen en su agenda para de esa forma ser parte del mayor evento musical que nace, paradójicamente, el 31 de diciembre de 1939 en la Alemania que gobernaba el führer Adolfo Hitler.
Y, paradójico, porque, en aquel año, enunciatario, de lo vendría en los siguientes cinco años, correspondió al filósofo Joseph Goebbels, ministro de Ilustración Pública y Propaganda de aquella Alemania de terror crear está celebración primero para el entorno inmediato y hoy para todo el mundo.
Goebbels, recordemos, ha pasado a la historia como el gran propagandista de ideas como la de “Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá” o, esta que parece ser una letanía en México: “cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan.” y, en estos tiempos borrascosos, son utilizadas por muchos políticos técnicamente detractores de este tipo de pensamiento totalitario. Finalmente, se impone aquella idea ubicua del florentino Maquiavelo: El fin justifica los medios.
Bien, pues a este personaje, le tocó promover la filarmónica y dijo que había sido un homenaje a las provincias de oriente luego de la anexión en 1938 de Austria a Alemania (el Anschluss) y utilizar a esos fines la tradición musical de los Strauss que data de la primera mitad del siglo XIX.
En el ideario del nacionalsocialismo la música culta estaba pensada en clave de identidad y cohesión de los pueblos germano-austriacos. Recuperar la música de los Strauss (Johan I, Johann, Josef y en menor medida Eduard) o, en alguna forma de Mozart de quien Goebbels diría en una ocasión: “No necesitaba un programa para su música. Tocó y cantó con la ligereza celestial de un niño”, representaba parte del proyecto político de Hitler.
Muy a pesar de que este personaje de aspecto siniestro, o como refrendo de su antisemitismo, mandó detener seis músicos de la filarmónica de origen judío que luego murieron en campos de concentración nazi y, los conciertos de cada 1 de enero se siguieron celebrando en medio del estruendo de la guerra cómo un impasse sublime que de alguna forma está presente en la vida de Wladyslaw Szpilman en la película contra el olvido del holocausto: El Pianista, del polaco Román Polanski.
Así, nos dicen los historiadores de la filarmónica, que en 1941 “se interpretaron por primera vez, tres obras de Josef, la polka rápida «Eingesendet«, el vals «Frauenwürde» y la polka francesa «Moulinet«. En 1943 se interpretaría por vez primera una polka-mazurca, «Die Libelle«, de Josef Strauss. La primera interpretación de El Danubio Azul tendría lugar en 1944, en 1946 llegaría el turno de la «Marcha Radetzky».
Aunque las obras musicales de la familia Strauss son el pilar del concierto desde los años cuarenta del siglo pasado se han incorporado piezas de otros compositores como Joseph Lanner, Carl Michael Ziehrer y Franz Schubert.
Además, donde ha sido más laxo es con los directores de la filarmónica, entre ellos el celebrado Herbert von Karajan y en esta edición, por primera vez la dirige un latinoamericano, el argentino judío Daniel Barenboim, quien con sus ochenta años a cuestas dirigió estupendamente el programa.
Pero, volviendo la vista, hacia lo que representa este espectáculo sublime en el presente y futuro de la humanidad, habría que decir de entrada que el concierto de cada 1 de enero ha sido capaz de sostenerse en medio de las peores tragedias del siglo XX y XXI –y, si, lo vemos, con perspicacia histórica alcanza el siglo XIX, cuando fue fundada la filarmónica a principios de los años cuarenta–. ¿Habrá otro espectáculo que haya durado tanto y que seguramente seguirá estando presente si la humanidad logra sobrevivir al cambio climático?
Entonces, su existencia es un símbolo de resistencia, la pervivencia de una de las mejores obras de la creación humana por encima de credos religiosos y políticos, la filarmónica va libre, como el viento, recordándonos, cada inició de año, que otro mundo es posible si recuperamos la esencia del arte en todas sus expresiones.
Un ideal superior que, por supuesto, frecuentemente no está en la agenda de los gobiernos. Y, en el mejor de los casos, buscan evitar una mayor desigualdad social, aminorar los efectos de las catástrofes naturales, evitar las guerras entre países o contener las migraciones masivas o los daños que ha traído consigo la globalización mundial -pero, también, felizmente, que, gracias a ello, podemos disfrutar en tiempo real, conciertos como al que hacemos referencia y muchas posibilidades que abren puertas para ir al encuentro de las grandes creaciones humanas.
Finalmente, la persistencia del arte en medio de la uniformidad en los gustos y consumos sociales, la mercantilización y espectacularización de la política como objeto, las noticias falsas inspiradas en el ideario de Goebbels y utilizadas por autoritarios y demócratas, en un afán desmedido por alcanzar el poder y conservarlo, quizá, por eso, en el pasado concierto el narrador del programa de la filarmónica insistía, hasta la molestia de algunos, en la reivindicación de la libertad de prensa.
¡Dejemos la política para otro momento!, reclamaba en los comentarios una mujer argentina que solo quería escuchar el concierto y evitarse los comentarios de un narrador de la RTVE al que no le hacía mella este tipo de opiniones. El continuaba en su letanía ante el público mundial de habla hispana.
Y es que no hay un arte puro, ajeno a la circunstancia humana, todo arte, es político, que no necesariamente partidario, no es casual que cambie vidas de quienes han sido tocados por alguna de sus expresiones y, probablemente, es el caso de muchos, de quienes son convocados cada 1 de enero que se sientan cómodamente frente al televisor para presenciar este espectáculo incubado en la Alemania nazi y, que hoy, es patrimonio de la humanidad despojado de tutelajes militaristas e ideológicos.
Finalmente, no puedo dejar de mencionar que en el concierto de este año hay un incremento en el número de mujeres que, recordemos, durante mucho tiempo fueron excluidas de la filarmónica y, hoy, son parte sustantiva de ella, cómo lo son los jóvenes, que le dan un toque instintivamente moderno y gratificante en una atmósfera de excelsitud, pero también de concordia; de amor y paz, entre quienes en algún momento no sentamos frente al televisor o la pantalla de una computadora.
¡Enhorabuena!
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