Jorge Alberto Gudiño Hernández
04/06/2022 - 12:05 am
Ver el futbol
«Me queda claro que esos anuncios sirven para inyectar dinero a las televisoras, a la liga, a los equipos y, en consecuencia, a los jugadores. Lo extraño es que pasaba menos en la final de la Champions, de la que todos sabemos que hay mucho más dinero en juego».
Nunca he sido muy aficionado al futbol y lo lamento. Me encantaría poder entrar en el tiempo sagrado de la pasión futbolera. No es así. Ni modo. Si acaso, participé en algunas bravatas adolescentes por irle a uno y no a otro equipo, veo los partidos importantes y algunos del Mundial. Hasta ahí llega mi afición.
Recientemente, los pequeños de la casa han comenzado a jugar en sendos equipos. Más allá de los entrenamientos y las madrugadas dominicales, disfrutamos en familia de la amalgama de emociones que implica estar en una liga. Nos entusiasmamos con las buenas jugadas y padecemos los errores. Vemos cómo mejoran y aplaudimos cuando se vuelven titulares. Me encanta la idea de que ellos consigan apasionarse por ese deporte más allá del partido en turno en tanto participantes.
Como el juego, la novedad y sus edades son propicias, la semana pasada decidieron ver las dos finales, la de la Champions y la de la Liga mexicana.
La primera la vimos el sábado. La observaron con atención y comentaban tanto las jugadas como los comentarios. Como sólo hubo un gol, no se puede decir que la hayan disfrutado en exceso. Sobre todo, porque no son analistas profesionales y, en consecuencia, no se dan cuenta de lo que implican los planteamientos defensivos (ese mismo fin de semana, el equipo del menor metió nueve goles). La segunda la vimos el domingo. Estuvo más emocionante y, para variar, escogieron a los equipos opuestos a la hora de apoyarlos. No hablaré, sin embargo, de futbol.
Me llamó la atención la cantidad de anuncios que hubo en la final mexicana. Estaba la consabida barda que cubre la parte trasera de las dos porterías y un flanco de la cancha (el que se ve, dadas las tomas). Tenía dos o tres niveles, que contrastaron con mis recuerdos de mis escasas visitas a un estadio, cuando sólo había uno. Los jugadores vestían camisetas que bien podrían ser un muestrario publicitario. Al lado del marcador, en la tele, estaba en logotipo de uno de los patrocinadores. Cada jugada que ameritaba repetición, entraba un minianuncio con sonido que se encimaba en la transmisión, de forma tal que ni escuchábamos ni veíamos las repeticiones. A cada gol, eso se repetía. También con las tarjetas amarillas y rojas. Cada tanto, además, se acortaba el tamaño de la pantalla gracias a una escuadra en que se ofrecían productos. La imagen del partido llegó a reducirse, en un momento dado, a un octavo de la pantalla: no se veía nada.
Conté varios productos: varillas, ferretería, casas de apuestas y casinos (varios, tres o cuatro diferentes), bancos, sistemas para cobro de tarjeta de crédito, mayoristas de construcción, muchos más que se me pasaron y un par de anunciantes de los que no tuve ni idea de lo que vendían.
Me queda claro que esos anuncios sirven para inyectar dinero a las televisoras, a la liga, a los equipos y, en consecuencia, a los jugadores. Lo extraño es que pasaba menos en la final de la Champions, de la que todos sabemos que hay mucho más dinero en juego.
Debo decir que la experiencia habría sido muy molesta si yo hubiera sido fanático del Atlas o del Pachuca. Uno lo que quiere es ver el partido, las repeticiones, escuchar los comentarios. Más, si la transmisión es por sistemas de televisión cerrada, que se pagan. No fue molesta porque me ganaba la curiosidad. Especulé sobre la posibilidad de invertir todo el dinero que me darían de regalo los casinos para hacer una apuesta temeraria que me llevaría a ganar el dinero suficiente para comprarme una tonelada de varilla, de la misma que anunciaban, ya que, al parecer, está a buen precio.
Supongo que, de nueva cuenta, lo que sucede en las transmisiones mexicanas en comparación con las europeas obedece a que somos malos consumidores y a que no tenemos más forma de defensa que la resignación. Ni hablar, pese a que me arrepiento de no ser un apasionado hincha o fanático, confieso que, justo en esta ocasión, terminé convencido de no querer ser un destinatario más de todos esos anuncios detrás de los cuales se oculta el futbol.
Por cierto, al acabar de escribir los párrafos anteriores, descubrí que la selección mexicana jugaba contra la uruguaya. Me reservo mis comentarios. Fue lamentable.
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