La COVID-19 llegó a México hace un año y desde entonces no se ha ido. La enfermedad causada por el virus SARS-CoV-2 ha afectado a todos sin excepción. Ya sea en el plano económico, social, de salud o emocional. En este lapso mucho ha cambiado. Lo que persisten son las historias de quienes han tenido que lidiar con las secuelas o la partida de sus seres queridos. SinEmbargo habló con cinco personas cuyos casos de contagio son una muestra de las cicatrices de esta enfermedad: una familia que se infectó, otra más que perdió a un ser querido; una embarazada que se contagió, una persona con comorbilidad que dio positivo y alguien que prefirió atenderse en el sector privado, evidenciando lo costosa que es esta enfermedad. Estos son sus relatos.
–Con información de Romina Gándara, Dulce Olvera y Obed Rosas
Ciudad de México, 2 de marzo (SinEmbargo).– «Me quedé en shock», «me dio tristeza y miedo», «no la voy a librar». Estas son algunas de las primeras sensaciones que vienen a la mente de una persona al enterarse que tiene COVID-19. Así lo confiaron a SinEmbargo mexicanos que han contraído el virus en el último año desde que la pandemia llegó al país. De otros más, quienes no pudieron resistir el embate de esta enfermedad, su experiencia fue compartida por sus familias, quienes aún lidian con su partida. «No dio tiempo de despedirlo como es debido, lo cremaron, sin velorio ni nada», recordaron.
La enfermedad COVID-19, causada por una cepa de coronavirus conocida como SARS-CoV-2, ha llegado a todas las personas sin importar nivel socioeconómico, edad o sexo. De los 126 millones 14 mil 24 habitantes que hay en México (Censo de Población 2020, Inegi), un total de 185 mil 715 mil mexicanos han fallecido (0.15 por ciento) por esta causa y más de dos millones (menos del 2 por ciento) se han contagiado, de acuerdo con cifras de la Secretaría de Salud federal al corte del 28 de febrero.
SinEmbargo habló con cinco personas, quienes compartieron su experiencia frente a la COVID-19. Todos se cuidaron, siguieron las recomendaciones sanitarias como el uso de cubrebocas, careta y lavado de manos, pero aún así la enfermedad irrumpió en sus hogares. En la mayoría de los casos contagió a toda la familia, como Francisca Reyes, una costurera de 45 años, quien contó que los primeros médicos que consultaron les dijeron que «no era nada», solo una gripe, un diagnóstico que compartieron otros de los entrevistados.
Entre los testimonios también figura el de Hugo Salazar, un fotógrafo de 46 años con hipertensión, una de las principales comorbilidades de quienes han contraído esta enfermedad. A él la COVID le duró 15 días, varios de ellos con la opresión que le causaba la falta de aire. Pese a ello, él logró salir adelante.
Otro de los casos emblemáticos de COVID-19 son las embarazadas. Hasta el corte de febrero se tenía el reporte de más de siete mil mujeres contagiadas en México, de las cuales, 177 fallecieron. Una de las sobrevivientes compartió su historia. La dentista Atziri Arriaga, de 28 años, narró a este medio cómo venció a esta enfermedad mientras esperaba a su segundo bebé.
La realidad es que la COVID-19 continúa causando daños mortales en el mundo y, a pesar de que en algunos países ya comenzaron a vacunarse, no se sabe el momento en que llegue a su fin. Incluso en los últimos meses han aparecido nuevas cepas en Gran Bretaña, Brasil y Sudáfrica que son entre 30 y 50 por ciento más contagiosas.
En México la ansiada luz al final del túnel llegó en diciembre, cuando comenzaron a arribar las primeras dosis de vacunas que fueron aplicadas al personal de salud de primera línea. En febrero se dio banderazo a la vacunación de adultos mayores. El resto de la población esperará su turno este 2021. En tanto esto ocurre, historias como las que se exponen a continuación se replican en todos los rincones del país.
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Francisca Reyes, de 45 años, y su familia siempre se cuidaron para evitar ser contagiados de COVID-19. Usaban cubrebocas, cargaban su gel antibacterial y tenían el cuidado de lavarse las manos, sin embargo, estos cuidados no evitaron que el virus entrara a su casa. En diciembre pasado su hermano comenzó con síntomas, acudió dos veces a un consultorio adyacente a una farmacia, pero le dijeron que sólo era gripe. Después su mamá, quien tiene 70 años y padece de hipertensión y diabetes, también reportó los primeros síntomas. Ella fue al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) a revisarse, pero también le dijeron que «no era nada y que sólo estaba resfriada».
El 1 de enero su hermano empeoró al grado de no poder ni comer, y también su mamá empezó a tener más síntomas, que días después sabría que eran del coronavirus. Ese día el esposo de su prima fue a visitarlos y les recomendó ir con una doctora quien lo había atendido cuando a él le dio COVID. Acudieron a la consulta y el diagnóstico era el esperado: los nueve integrantes de la familia, entre ellos cuatro con hipertensión y diabetes, y un adulto mayor, se habían contagiado.
«Mi hermano estaba llorando al enterarse de la noticia porque él fue el que nos infectó a todos. Dijo que si los médicos le hubieran dicho desde el principio que tenía COVID se habría ido a vivir a otro lado para que no nos contagiara. Todos lloramos, entramos en pánico, pero a la vez nos dábamos ánimos. Me dio miedo por mi mamá porque ella ya está grande, tiene diabetes e hipertensión», contó Francisca, quien a casi dos meses del contagio presenta secuelas como agotamiento y fuertes dolores de espalda y huesos al igual que otros de sus familiares. Aún no se han atendido esas secuelas, en el lapso que tardaron en recuperarse se llenaron de deudas y ahora trabajan para pagarlas. «Ya después iremos al doctor».
La dentista Atziri Arriaga, de 28 años, decidió dejar la clínica dental en diciembre, cuando supo que esperaba a su segundo bebé. Al trabajar directamente con la saliva de los pacientes, el riesgo de contagiarse de COVID-19 era muy alto. Pese a la prevención, en enero el virus llegó a su casa.
Su esposo Raúl, quien ya había tenido un cuadro de neumonía antes de la pandemia, se contagió. Sospechan que fue en vísperas del Día de Reyes cuando fue al Centro Histórico por insumos para su fábrica de veladoras y, de paso, por un juguete para Atenea, su hija de 3 años. Luego Atziri perdió el olfato y el gusto. Ambos se asesoraron con un neumólogo y una ginecóloga, quien les informó que el bebé no estaba en riesgo. Pero al no poder abrazar a su primera hija, ella les preguntaba si ya no la querían.
“Como coincidió con las primeras semanas del embarazo, me sentía muy cansada. Me costaba mucho trabajo despertarme o me cansaba muy rápido”, dijo. “Fue un golpe. Me quedé en shock, me dio tristeza y miedo. Pero más allá de angustiarme, me moví con él para ver qué teníamos que hacer”. A un mes del contagio, ya negativa, aún no recupera del todo el olfato.
Isaí Flores, de 35 años, se enteró que tenía COVID el 18 de enero, luego de haberse realizado una prueba. Cree que su cuñado lo contagió a él y a todos los integrantes de su familia, entre ellos un menor de cinco años y dos mujeres con diabetes. El abogado, al ver en las noticias que la atención que se brinda en los servicios de salud públicos no es muy buena, prefirió acudir con dos médicos particulares, a pesar de estar afiliado en el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE).
Cuando le dijeron que tenía COVID no tuvo síntomas, esos se presentaron los siguientes días y de manera constante: empezó con tos, después gripe, dolor de cabeza y estómago, nauseas, diarrea y por último perdió el olfato. Los médicos que consultó le prescribieron un tratamiento que tenía que durar 10 días, de los cuales sólo cumplió ocho debido a que uno de los medicamentos le estaba provocando afectaciones en sus riñones. El costo de los seis medicamentos –entre ellos azitromicina, ivermectina, paracetamol, anaferon y levofloxacino– que tomaba diario ascendió a mil 600 pesos para cada integrante de la familia, sin incluir el gasto de las consultas.
«Ni siquiera queríamos salir para no estar en los hospitales, por eso nos atendimos con médicos particulares. La doctora que nosotros conocemos, a su familia ya le había dado COVID y el tratamiento que a ellos les funcionó nosotros lo seguimos», dijo Isaí, quien a poco más de un mes de haberse contagiado no deja de gastar de su bolsillo para recuperarse completamente de la enfermedad debido a las secuelas. «Como a las tres semanas de que me había recuperado seguía mareado y de vez en cuando me dolía la cabeza, pero el fuerte dolor de la espalda no se va, por eso compré unas pastillas de factor de transferencia para reforzar el sistema inmune».
Hugo Salazar tiene 46 años y su profesión, fotógrafo, lo conminó a salir todos los días de su casa y a dirigirse hacia la Cámara de Diputados. A pesar de seguir las medidas de salud recomendadas por las autoridades, como el uso de cubrebocas, gel antibacterial y careta, se contagió de COVID el 30 de noviembre del año pasado.
Al enterarse que se había contagiado lo primero que pensó fue que la enfermedad llegaría fuerte sobre él porque es hipertenso y así fue. Tuvo temperatura, bajó su oxigenación y le dio taquicardia.»Llegaba un momento en que me sentía mareado, me faltaba el aire», contó el fotógrafo, quien estuvo 15 días aislado.
«A la fecha me fatigo mucho porque sí quedaron un poco dañados los pulmones», mencionó Hugo. «Yo creo que me contagié por mi trabajo, por la cobertura que damos día a día. El mensaje que yo les daría es que esta enfermedad sí existe y que no bajen la guardia, que se sigan este protegiendo, tomando todas las medidas necesarias de sanidad».
Eduardo Sánchez era taxista de 58 años con una personalidad despreocupada. En junio pasado comenzó a presentar síntomas que relacionó con una simple gripe que fue tratada como tal, recordó su hermano Ernesto. El tratamiento médico que le recetaron sirvió para aminorar sus molestias, lo cual lo llevó a continuar con su vida, con visitas a sus demás hermanos, y su trabajo hasta que pasadas tres semanas su estado cambió y malestares más graves se hicieron presentes. En un lapso de entre tres y cuatro días su saturación de oxígeno se encontraba en 81 y con ello las alarmas llegaron. No obstante, fue hasta un par de días después que su cuerpo entró en crisis y tuvo que ser hospitalizado en el IMSS.
“Él tenía diabetes y obesidad. Fue en el mes de junio cuando todo esto pasó. Era taxista. En aquel entonces le decíamos que tenía que tener las precauciones necesarias, pero al parecer no fueron las suficientes y en aquellos días se contagió de COVID”, recordó Ernesto, quien en los momentos en que su hermano presentó el cuadro grave, él inició con síntomas leves, que sumados al VIH que le fue detectado hace ya 25 años, lo llevaron ser hospitalizado también con la zozobra de poder superar esta nueva enfermedad. Su alta la logró ocho días después de su ingreso, sin embargo, las secuelas han estado presente en su estado de salud, llevándolo a valorar la importancia de su vida, con todos los pendientes que aún tiene por hacer.
No obstante, Eduardo no logró imponerse a su condición. A su ingreso hospitalario, estuvo varios días con tratamientos hasta que tuvo que ser intubado en sus últimos días. Ernesto comparte que para entonces su hermano ya no aguantó la intubación y falleció. “Fue difícil, fue difícil para todos aquí en la casa porque para empezar era el hermano mayor. Fue difícil porque hubo que ir a reconocer el cadáver y nada más porque por cuestiones de sanidad ahí mismo lo cremaron. Se lo dieron a una de mis hermanas que fue para reconocerlo, sin velorio ni nada, sin decir siquiera un adiós. Hubo que traer las cenizas acá a la casa. Ni siquiera hubo tiempo de despedirlo como es debido”, lamentó Ernesto.