Rubén Martín
06/03/2022 - 12:04 am
Ucrania: solidaridad selectiva
«Por este acto reflejo de parte de la mayoría de la población de los países Occidentales, desde el norte rico hasta el sur subdesarrollado, a considerar a ciertos países, poblaciones y regiones como más merecedoras de solidaridad que otras, como ocurre ahora con Ucrania».
La invasión de Rusia a Ucrania ha provocado que millones de personas en el mundo manifiesten su rechazo a esta agresión, algunos en actos públicos, pero la mayoría en redes sociales donde se cuelgan de hashtags (etiquetas) y postean la bandera del país agredido. Una muestra simbólica de este tipo de solidaridad es la decisión de autoridades de varias partes del mundo de iluminar sus principales edificios o espacios públicos, con los colores de la bandera ucraniana. Episodios de gestos solidarios semejantes los hemos visto antes como ante los ataques el 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos o ante ataques terroristas en España, Gran Bretaña y Francia.
Y me parece bien. Creo que todas las invasiones de naciones con aspiraciones imperiales y ataques terroristas o que dañan a la población civil deben ser condenados. Pero por desgracia no es así. Suele ocurrir una especie de solidaridad selectiva que termina siendo utilitaria y enormemente discriminatoria.
Como punto de partida, debe condenarse la invasión rusa a Ucrania que ya ha dejado miles de civiles muertos o heridos y casi un millón de refugiados que buscan el albergue y cobijo de otras naciones. Por fortuna, la mayoría lo ha encontrado casi inmediatamente.
Pero al mismo tiempo que ocurre la invasión y la terrible violencia rusa contra Ucrania ocurren al menos tres agresiones semejantes que no provocan la misma reacción mundial: la colonización de Israel sobre territorios de Palestina, la invasión y guerra de Turquía contra el pueblo kurdo al sur de ese país y al norte de Siria y los bombardeos indiscriminados de Arabia Saudita en contra de la población de Yemen.
En cada caso, se justificarían la mismas acciones de solidaridad que ha merecido la población ucraniana: condena en redes sociales, demostraciones en las calles, postear sus banderas y colorear con sus banderas los edificios o monumentos públicos más importantes. Pero no ocurre. ¿Por qué?
Por este acto reflejo de parte de la mayoría de la población de los países Occidentales, desde el norte rico hasta el sur subdesarrollado, a considerar a ciertos países, poblaciones y regiones como más merecedoras de solidaridad que otras, como ocurre ahora con Ucrania.
¿Por qué los ataques contra niños palestinos por parte de las fuerzas militares de Israel no producen la misma solidaridad? ¿Por qué la invasión de territorios kurdos ordenada por el Presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, político muy semejante a Vladimir Putin, no produce el mismo rechazo? Ambos conflictos del orden mundial deberían general el mismo o mayor repudio que lo que ahora ocurre con la invasión rusa a Ucrania.
La condena casi unánime contra la invasión rusa a Ucrania ha detonado incluso una oleada de sanciones económicas que corren el riesgo de aislar económicamente a Rusia. ¿Por qué las potencias Occidentales no hacen lo mismo contra el Presidente turco Recep Tayyip Erdoğan que masacra a poblaciones kurdas al sur del país y propicia la invasión del norte de Siria? ¿Por qué no se decretan sanciones económicas contra Turquía como contra Rusia? La respuesta es simple: Turquía es miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y Erdogán sirve a los intereses de las potencias Occidentales.
Esta simple comparación permite desnudar el doble racero que impera en Occidente para condenar unas invasiones y solapar otras. No se trata de una solidaridad genuina en contra de cualquier agresión de un nación que pretende imponer su dominio sobre otras, sino propagar una solidaridad selectiva que condene las agresiones de los enemigos y solape las invasiones de los aliados. No hay invasiones buenas e invasiones malas, como sostiene el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en un comunicado en el que condena la invasión rusa a Ucrania y que tituló, “No habrá paisaje después de la batalla”.
Esta solidaridad utilitaria, selectiva y discriminatoria en el fondo, está afincada en un predominio del relato occidental producido por el predominio informativo de medios de los países del bloque que encabeza Estados Unidos. Y la construcción de este relato pro-Occidental viene de lejos, con el predominio del discurso eurocéntrico que, como la definía Immanuel Wallerstein, es la ideología justificadora del moderno sistema-mundo capitalista.
El eurocentrismo considera a algunas naciones y sociedades más desarrolladas y avanzadas y, en oposición, a otras atrasadas y subdesarrolladas. Lo peor es que no se piensa solo en los atrasos de los Estados nacionales sino en las poblaciones. Y aquí entra el racismo.
Ahora con el conflicto entre potencias por Ucrania, la mayoría de los países europeos e incluso de otras regiones, se muestran dispuestos a recibir flujos migratorios de población de ucrania desesperada por salir de la guerra en su país. Pero como lo dijo el diputado Gabriel Rufián, de Izquierda Republicana de Cataluña en el parlamento español: lo hacen porque son güeros y de ojos azules.
No hay la misma respuesta de solidaridad para población migrante siria, kurda, y de los distintos países de África del norte que desde hace años buscan llegar a países europeos para encontrar abrigo y protección, cruzando tierra o el Mediterráneo, que lamentablemente se ha convertido en un cementerio marítimo para miles de africanos que no tuvieron la misma empatía, la misma solidaridad de la población mundial. La misma que ahora muestran hacia los colores amarillos y azules de Ucrania. Olvidemos las banderas, todos los colores de piel y ojos merecen solidaridad. No solo los que protege el Occidente hegemónico y eurocéntrico.
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