Tag: Voces desde el encierro
Todos hemos estado de acuerdo que esta pandemia ha hecho que los meses, las semanas y los días del calendario sean idénticos. Sin embargo, el domingo sigue siendo el día más aburrido. No sé a qué se debe: quizá porque todavía hay menos actividades que en el resto de la semana; o los domingos, nadie, nadie, trabaja; o el cerebro de cada persona registra que es domingo, un día sin motivo para quitarse la piyama.
Colección de La Hoja Poesía viva
Hay días en los que leo más, escribo más y hago el amor. Y respiro, respiro tranquilo. Otros días el virus acecha, nos amenaza a mi esposa y a mí: llega por un flanco, luego por el otro, mientras tratamos de cerrarle el paso rociándole alcohol rebajado en agua. Este apocalipsis de baja intensidad que vivimos, con sus tragedias a cuestas, ha sido como una pesadilla sin climax.
Los verdaderos encierros son otros. Algunos sistemáticamente inducidos, otros flagrantemente auto-inducidos, otros sencillamente hábitos afectivos o mentales. Uno de estos hábitos-encierro es el dogmatismo, el encierro de la información, el de las fake news. El encierro autoinducido de quienes se empeñan en escuchar solo lo que quieren oír.
Seis semanas pasan y hay que volver a viajar. En el aeropuerto de transbordo es como si el tiempo se hubiera detenido. Justo como en las películas de zombies en las que el protagonista se despierta de un coma y todo ha cambiado. Pero en ésta película todo sigue igual, solo que vacío. Las luces y pantallas están encendidas, las escaleras y las bandas funcionan, pero no hay nadie que las use, solo yo. Es como si viajara de madrugada porque las tiendas están cerradas, excepto los kioscos de café; los trabajadores de limpieza y vigilancia están todos ahí, pero no hay nada que vigilar ni limpiar; es de día, pero parece de noche.
Llegué a Buenos Aires el 10 de diciembre del 2019, es decir, ayer. Un ayer de hace seis meses, lo cual resulta pavoroso. El tiempo se me escurrió más rápido que nunca en toda la vida, y en lo que escribo esto, se acabó otro día más, sensación favorecida por la inminente llegada del invierno austral, que ya pinta los colores del ocaso en la masa urbana y céntrica del barrio de San Nicolás.
Trabajo esta propuesta desde hace 40 años. Me parece irónico que coincida con esta época, de tanto dolor, mundo desmoronándose, una moneda caníbal, estados quebrados, donde el timón de la paz, la libertad y la cercanía en lo humano, avienta a la incertidumbre, confrontaciones y deseo de renovar la mirada política, de economía. Ojalá, esto último, sea devolver al humano su faltante…
Cuando se abrazan dos abismos saltan cerrojos. Los ecos de Uno se hunden en los oídos del Otro. En el agujero en el que estamos nadie es otro.
Has regresado al barrio donde creciste, después de sesenta años vuelves a la casa de la niñez, la única que sigue como era, intacta frente a la alameda. Más de tres meses duró el acondicionamiento y llevas dos habitándola y escribiendo. Y, ahora, debes guarecerte por la pandemia en esta sala de paredes salitrosas, en el comedor de techo artesonado, en las tres recámaras con rosetones, en el pasillo que lleva al patio donde crecen las aralias.
Cuando todo termine, nada cambiará. Absolutamente nada. Tal vez algunos de nuestros hábitos, ciertas costumbres, pero nada más. La entraña será la misma. Por eso es entraña, que es la extensión oscura y rebelde del corazón que jamás cambia de tonalidad ni de profundidad, y esa profundidad no tiene piso ni límite. Es infinita. Esa no cambia. Los hombres nobles seguirán siendo nobles. Los hijos de puta seguirán siendo unos hijos de puta. Y ya está.
El aire se siente más ligero, casi no escucho motores de autos y he mirado a más gente a los ojos que nunca en mi vida. Los seres humanos somos descuadrados. El hombre, al fin, siempre desequilibrado, con una balanza imperfecta.
Hoy me encuentro aquí, entre estas cuatro paredes de un pequeño hotel, confinado en una habitación de piso de madera, acompañado por una cama, una mesa con silla y un ropero. Aquí me agarró la contingencia y como no me permiten viajar, aquí pasaré lo que dure mi encierro.
Nació en Guadalajara, México, en 1942. En septiembre de 2004 ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua, de la que fue director adjunto de 2011 a 2019, y en la actualidad es tesorero. Es también presidente de la Sociedad Alfonsina Internacional.
En plena encerrona vuelvo a ser la vil maniaca-depresiva-compulsiva de siempre. No importa lo limpio que esté donde camino, donde como, donde duermo, donde me baño… relimpiar será mejor. Todo a mi paso ha quedado como el más pulcro quirófano.
Ante el actual escenario de crisis, un grupo de escritores, fotógrafos, artistas plásticos decidieron unir sus talentos y compartir su visión desde el texto o la imagen.
José Lazcarro Toquero (Puebla, 1941). Artista plástico visual, académico e investigador. Participa activamente con el proceso de formación de nuevos artistas de diferentes escuelas y talleres en México desde 1970.