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RESEÑA | “Caminantes. Flâneurs, paseantes, vagabundos, peregrinos”, de Edgardo Scott

sábado, mayo 13th, 2017

Ya no se vaga y, mucho menos, se peregrina. El flâneur del siglo XIX es un desleído mito literario. Una palabra bella y perdida en la confusión de la Historia. Menos desdibujado su sentido que cristalizado por un discurso nostálgico, académico o de divulgación y siempre un poco frívolo e inexacto. A causa de tantos recaudos, este libro también tuvo un ligero impulso y sabor arqueológico. Con la misma facilidad que un paisaje desconocido nos suscita nuevas reflexiones Scott nos invita a deambular por una lúcida historia sobre los modos de caminar.

Ciudad de México, 13 de mayo (SinEmbargo).- Caminar implica una movilización. Física, claro, evidentemente, pero además una movilización que tiene que ver con algo más subjetivo. Al caminar trastocamos necesariamente los puntos de vista: el nuestro, al mirar el mundo; el de aquellos que nos ven movernos de un punto a otro. Ese cambio de perspectiva puede tener muchas variantes, muchos matices, muchos sentidos. Puede ser algo más bien casual, banal, cotidiano, pero puede ser también algo que implique una reflexión sobre los pasos que uno da. Sobra la vida, sobre las cosas, la gente, los caminos. Sobre cuestiones existenciales que se van corriendo de lugar a medida que avanzamos y que nos transforman, siempre nos transforman. A veces de un modo imperceptible. A veces de un modo radical.

Todas estas cuestiones aparecen esbozadas en Caminantes. Flâneurs, paseantes, vagabundos, peregrinos, el primer libro de ensayos de Edgardo Scott, alguien que viene del mundo de la ficción (y del psicoanálisis, y de la música). El libro, que tiene un formato de bolsillo ideal para sacarlo a la calle sin demasiadas incomodidades, es de ensayo, sí, pero de una ensayística amigable que flirtea todo el tiempo con un lenguaje poético que no puede pasar inadvertido y que tampoco es ajeno a la obra de Scott.

Caminar también es eso: elegir por dónde uno prefiere andar. Foto: Especial

Probablemente si no conociera al autor mi lectura hubiera sido diferente. Pero algunos años de amistad filtran la manera de leer y me llevan a pensar que el libro hubiera sido muy distinto si, en este momento, él no hubiera decidido caminar un poco más que de costumbre. Un poco más, bastante más, hasta llegar a instalarse cerca de París, donde los recorridos claramente son otros, muy otros. Donde las caminatas cambian el sentido de lo caminado. De lo caminado ese día, en ese momento y de lo caminado durante todos esos años que pasaron y que de algún modo fueron construyendo una especie de sendero que lo fue llevando hasta este momento y ese lugar.

No como un destino, sino como una elección que el hombre hace de su devenir. Porque en definitiva caminar también es eso: elegir por dónde uno prefiere andar.

¿Quién es Edgardo Scott? Nació en Lanús, Provincia de Buenos Aires, en 1978. Fue fundador e integrante del Grupo Alejandría, grupo que en 2005 inició en Buenos Aires el movimiento de ciclos literarios en narrativa. Publicó la nouvelle No basta que mires, no basta que creas (2008); el libro de cuentos Los refugios (2010) y la novela El exceso (2012). Colabora con artículos de crítica literaria en La Nación, Eterna cadencia, Otra parte, Inrockuptibles. Ha traducido a Henry David Thoreau, Iain Sinclair, William Shakespeare y James Joyce. Es editor de Clubcinco editores.

Textos inéditos de Marcel Proust presenta Ediciones Godot

sábado, marzo 12th, 2016
Marcel antes de Proust, en busca de lecturas perdidas y ahora encontradas. Foto: Especial

Marcel antes de Proust, en busca de lecturas perdidas y ahora encontradas. Foto: Especial

Lee las primeras páginas de Marcel antes de Proust, una compilación de los artículos publicados por el célebre escritor francés en la revista y cuando apenas tenía 19 años y todavía ni soñaba con realizar su obra cumbre, En busca del tiempo perdido.

Ciudad de México, 12 de marzo (SinEmbargo).- “En Proust siempre hay sol, hay luz, hay matices, hay sentido estético, hay alegría de vivir”, dijo Jorge Luis Borges. Más de 20 años antes de empezar a publicar En busca del tiempo perdido, Marcel Proust daba sus primeros pasos como escritor.

Su colaboración con la revista Le Mensuel, entre noviembre de 1890 y septiembre de 1891, constituía hasta 2012 un aspecto inexplorado de su trayectoria literaria. En ese año se publicaron en Francia, por primera vez, los 11 textos firmados allí por Proust, recobrados por el bibliófilo francés Jérôme Prieur, autor de un extenso estudio introductorio.

“Cada nuevo lector, es cierto, inventa a Proust, pero hace falta decir que a través de los años, las épocas, las generaciones, las circunstancias e incluso los países, las culturas, los años luz, es él el que nos inventa a nosotros, el que nos observa. Después de un siglo, nos hemos ubicado bajo su mirada. ¿Acaso lo había comprendido todo este diablo de hombre recostado en su telaraña? ¿Lo había visto todo, registrado todo, descifrado todo? ¿Supo antes que yo eso que ni sé formular sobre el tiempo, el amor, los celos, el sufrimiento, el deseo, la tragedia de cada vida, la comedia humana y su ronda de máscaras? Proust lo había experimentado todo y hemos tardado tanto en entenderlo nosotros, en creerle” (Jérôme Prieur)

La argentina Ediciones Godot (www.edicionesgodot.com.ar) da a conocer la primera traducción de estos textos al español, realizada por Matías Battistón, para su colección “Exhumaciones”.

Se trata de textos coyunturales sobre moda, poesía y arte en general, a menudo echando mano de seudónimos pintorescos como “De Brabant” o “Pierre de Touche”.

“Pierre de Touche” figura como el autor de esta ficción sobriamente titulada “Recuerdo”. Firma muy maliciosa y título muy modesto para un texto capital. Aquí encontramos un argumento con mucho futuro por delante, el argumento emblemático de una historia de amor imposible, como se representaría más tarde a lo largo de En busca del tiempo perdido. Amor prohibido, amor culpable: aquí ya va gestándose un esquema que desarrollará en 1893 con Antes de la noche (La Revue blanche) y en 1896 con El indiferente (Los placeres y los días).

El narrador de “Recuerdo” visita a una joven enferma, que vive en la casa de su familia al borde del mar. Ahora bien, la joven se llama Odette. Vaya, vaya… En esta casa, donde había vivido “horas profundamente dulces”, “las horas más felices de mi vida”, como él aclara, el narrador es recibido con frialdad por “un muchacho, un joven bastante apuesto […]”, que “siguió leyendo su periódico, sin dejar ni por un momento de fumar su pipa”. Es el hermano de la chica. Más tarde uno descubrirá que vive sin prestar atención a los demás, porque nada puede consolarlo o distraerlo del drama que ha destrozado su espíritu. En cuanto al padre, “su mirada vacilante teñía su expresión de una gran indiferencia”.

El narrador (anónimo) se presenta varias veces, en vano. No lo reconoce. “Mi nombre no evocaba en él recuerdo alguno […]. Nos miramos a los ojos, sin saber muy bien qué decir. Me esforcé en darle pistas, pero fue en vano: me había olvidado por completo. Yo era un extraño para él”. La incomodidad del momento no podría ser mayor. Lo que Freud va a teorizar dentro de poco bajo el término Umheimlich, mal traducido por el concepto de “inquietante extrañeza”, encuentra aquí su versión intimista. El amigo de la familia es un intruso, un cuerpo extraño. Las mismas personas que antes le eran tan cercanas ya no logran descifrar quién es. Salvado gracias a la intervención de la hermana menor de la heroína, al narrador se lo deja ingresar, in extremis, al jardín encantado. Uno diría que es un lienzo de Vuillard: verano, la casa con torres, como un castillito, la muchacha que descansa en una chaise longue, cubierta por un manto escocés… Pero en ese momento se produce otro giro brusco, otra desilusión no menos cruel. Odette -sí, se llama Odette- no sabe cómo agradecerle a su visitante por no haberla olvidado durante todos esos años. “Está bien que lo diga, ¿no? Ya que fuimos tan buenos amigos”.

Es ella la que está casi irreconocible, condenada a no moverse desde su “terrible enfermedad”. “No la habría   reconocido, por así decirlo, de lo cambiada que estaba. Sus rasgos se habían alargado, y sus ojos, rodeados de círculos oscuros, parecían perforar su lívido rostro. De su belleza, que tan deslumbrante había sido, ya no quedaban ni rastros”. ¿Lo que Proust describe es una enferma o un espectro? Mientras habla, “el color cadavérico de su tez” se esfuma. Empieza a embellecer, al punto que el narrador siente ganas de estrecharla entre sus brazos y decirle que la había amado. Pero no sucede nada. No hay gestos ni palabras. Los dos “buenos amigos” se convierten en dos extraños, a pesar de lo que saben uno del otro, a pesar de lo que han atravesado, a pesar de los sentimientos y de la pena. “Vivo de sentimientos y de dolores”, murmura Odette. No es una declaración menor. Luego el narrador debe retirarse. “Las lágrimas me sofocaban”, dice. “Recorrí ese largo vestíbulo, ese jardín delicioso, con alamedas cuya grava, lamentablemente, nunca volvería a crujir bajo mis pies”: estas son casi las últimas palabras del relato. Suenan a despedida. Abandonamos la casa de los fantasmas, para nunca regresar. ¿Pero cuál es ese “recuerdo”, ese dulce recuerdo, ese recuerdo encantador que vincula a los dos protagonistas y a pesar del cual nunca volverán a verse? ¿Será una pista que Odette le haya recordado al narrador sus partidos de tenis? ¿Quiénes juegan en este extraño partido?”, escribe Prieur en un hermoso texto introductorio.

A 92 años de su muerte, Proust es todavía un autor fundamental y por tanto inevitable. Las nuevas generaciones se aproximan con cautela aunque también con decisión a las 3 mil páginas de En busca del tiempo perdido. En 2012, apareció en cómic y en español el II volumen de “A la sombra de las muchachas en flor”,  una novela gráfica ilustrada por el francés Stéphane Heuet que pertenece a un proyecto que comenzó a publicar la editorial Sexto Piso en 2006 y 2008, cuando lanzó “Por el camino de Swann” y la primera entrega  de “A la sombra de las muchachas en flor”.

Se trata de un clásico que el Premio Nobel peruano destacó como un motivo de “enriquecimiento” en su vida y al que pide que se vuelva porque con él Proust trabajó por la libertad, ya que su lectura proporciona una mayor sensibilidad al ser humano y llena el vacío espiritual.

El compendio de sabiduría sobre la condición humana que supone En busca del tiempo perdido, hecho viñetas, consta de 17 tomos y en Francia, donde ya han salido cinco de ellos, ha sido galardonado con el premio Marcel Proust, otorgado por el Cercle Littéraire proustien de Cabourg-Balbec destinado a recompensar una creación literaria o cinematográfica que incite a la lectura de la obra de Marcel Proust.

Quién es Marcel Proust: Valentin Louis Georges Eugène Marcel Proust nació el 10 de julio de 1871 en Auteuil, Francia y murió el 18 de noviembre de 1922 en París. Después de la muerte de su madre, en 1905 padeció una profunda depresión, a raíz de la cual se mantuvo aislado del mundo exterior. En ese año comenzó a escribir la que es considerada su obra maestra, En busca del tiempo perdido, publicada entre 1913 y 1927 en siete partes. Sus textos escritos para la revista Le Mensuel, firmados casi todos con seudónimo, eran hasta hoy desconocidos en lengua hispana.