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Peniley Ramírez Fernández

23/04/2017 - 12:05 am

Robar poquito, matar poquito

Hemos visto ejercicios en los medios mexicanos sobre los funcionarios que han sido enjuiciados por lavado de dinero, desvío de recursos y vínculos con el narcotráfico. Han tenido un común denominador: parten del ejemplo de Duarte.

Hemos Visto Ejercicios En Los Medios Mexicanos Sobre Los Funcionarios Que Han Sido Enjuiciados Por Lavado De Dinero Desvío De Recursos Y Vínculos Con El Narcotráfico Han Tenido Un Común Denominador Parten Del Ejemplo De Duarte Foto Cuartoscuro

Junio de 2014. Rafael Martínez fue detenido en la Ciudad de México, acusado de ser parte de una banda de secuestradores. Fue torturado, apresado sin pruebas y condenado a 55 años de prisión. Sus supuestos cómplices no lo conocían, tampoco las supuestas víctimas. Le detuvieron en la calle, mientras esperaba encontrarse con alguien a quien le vendería su coche.

En los días cuando fue detenido, los medios en México se ocupaban de las declaraciones del ex Alcalde de San Blas, Nayarit, Hilario Ramírez Villanueva, acusado de un desfalco de 20 millones de pesos en su municipio. Ramírez admitió en un video de campaña: “sí robé, pero poquito”.

Junio de 2013. Fue secuestrado en Veracruz Luis Guillermo Lagunes, hijo de Lucía de los Ángeles Díaz. No hubo noticias del joven DJ, entonces de 29 años, a pesar de que existían registros de antecedentes claros: había sido amenazado por Los Zetas. En aquel momento, los planes inmediatos de Lucía eran amueblar su nueva casa. No figuraba, ni por asomo, convertirse en activista por la defensa de los derechos humanos.

Marzo de 2012. Regina Martínez escribía en Proceso que Javier Duarte había nombrado a Antonio Tarek Abdala como tesorero de la Secretaría de Finanzas, para “revisar la situación financiera” de la institución. Abdala llegaba al puesto luego de que las autoridades federales descubrieran, en Toluca, un avión con 25 millones de pesos en efectivo, cuyo dueño era, supuestamente, el gobierno estatal.

Abril de 2017. Regina cumple un nuevo aniversario luctuoso, luego de haber sido brutal y cobardemente asfixiada en su casa de Xalapa. Mientras su caso permanece impune, Abdalá libra su propia batalla para no ser desaforado y no enfrentarse a la cárcel, como cómplice del desfalco multimillonario que Javier Duarte protagonizó en Veracruz.

En los últimos días, hemos visto ejercicios en los medios mexicanos sobre los funcionarios que han sido enjuiciados por lavado de dinero, desvío de recursos y vínculos con el narcotráfico. Han tenido un común denominador: parten del ejemplo de Duarte, escandaloso más por su monto que por su modo.

Mientras atendíamos a las crónicas de la detención, presentación de Duarte y liberación de su esposa, testigo privilegiado y activo de sus ilegalidades, otros sucesos más “pequeños” con menos atención de la prensa, acumulaban la gravedad del México que vivimos.

Enumero algunos ejemplos: un chico de 22 años fue asesinado en Monterrey enfrente de su padre. Horas antes, habían disparado a quemarropa al dueño de un taller mecánico, su ayudante y un cliente del lugar en Poza Rica, Veracruz, y una joven de 18 años fue asesinada en la pequeña comunidad de Chonta, en Tlaxcala.

En los meses que vienen, seguiremos atendiendo paso a paso el caso Duarte, como una versión mexicana de un reality show policiaco, en el que se combinan morbo, indignación y escarnio colectivo. Al mismo tiempo, la Auditoría Superior de la Federación seguirá sumando números a su abultada cartera de las cuentas del daño patrimonial.

Las cifras recopiladas por esta autoridad, que solo en 2015 sumaron 165 mil millones de pesos de daño al erario, se componen, como las notas rojas de la prensa, de las pequeñas noticias de quien “roba poquito”.

Estas noticias, que día a día son valoradas como “de interiores” en las redacciones o en los timelines de los opinadores de Twitter, conforman el rostro más real de nuestra desgracia.

En los pueblos más remotos de este país, los alcaldes seguirán “robando poquito”, continuarán bajo las órdenes del crimen organizado, seguirán mirando pasar la muerte y consignándola, a veces, en hojas con pocas letras disfrazadas de carpetas de investigación.

¿Por qué atendemos con fervorosa atención el caso Duarte, como el ejemplo extremo de lo que suma todos los días? ¿Por qué nos indignó y nos dolió la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y solo así atendimos las fosas en Guerrero? ¿Por qué la muerte del hijo de Lucía de los Ángeles Díaz comenzó a ser noticia internacional solo con el titular de “la fosa más grande de América”, encontrada por el colectivo Solecito, que ella fundó?

La diferencia entre estos “pequeños” casos y los grandes, como el de Duarte, es básicamente una: a mayor presión de la sociedad y de la prensa, sí actúa la autoridad.

Pero son los pequeños, de los que no se ocupa la prensa, los que no son trending topic, el rostro más verdadero de México, un país de gente bondadosa y patriota, donde la muerte cuesta tan poco y se consigue fácil, donde robar es tan sencillo y al final nunca se devuelve todo, sino una mínima parte.

Considero que esta indignación selectiva caricaturiza el fenómeno de la descomposición profunda de un gran país, lejos de explicarlo. Más tendríamos que mirar hacia la muerte de quien fue encontrado solo, con un inexplicable fusil en la mano.

En esas historias que no estamos siguiendo, en los robos que no están en primera plana, quizá radique la explicación que no encontramos sobre a dónde va México.

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@penileyramirez

Peniley Ramírez Fernández
Peniley Ramírez Fernández es periodista. Trabaja como corresponsal en México de Univisión Investiga.
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