Mateo Crossa Niell
27/02/2022 - 12:02 am
Riqueza y miseria en México
«El notorio crecimiento de las familias trabajadoras que reciben menos de un salario mínimo indica que los aumentos al salario mínimo nominal no han impactado en el ingreso real».
…en homenaje a Alonso Aguilar Monteverde
La agresión prolongada del capital contra el trabajo en México ha sido tan desgarradora, que a pesar de que el salario mínimo se ha duplicado desde 2018, sigue siendo el más bajo del continente, tan sólo después de Haití (ver Global Wage Report, pg.103). A esto se agrega que la brecha de ingresos en el país sigue aumentando y la población trabajadora que recibe menos de un salario mínimo crece inusitadamente, al haber pasado de 8.4 millones de personas, en 2018, a 13.7 millones, en 2021. Esto significa que, para diciembre de 2021, un cuarto de toda la población ocupada de México recibía un ingreso que no rebasaba 4,230 pesos mensuales.
Población ocupada | Hasta un salario mínimo | Más de 1 hasta 2 salarios mínimos | Más de 2 hasta 3 salarios mínimos | Más de 3 hasta 5 salarios mínimos | Más de 5 salarios mínimos | |
2018 | 53,161,791 | 8,487,202 | 14,974,125 | 9,776,061 | 6,835,320 | 2,385,536 |
2021 | 55,165,865 | 13,775,060 | 19,552,943 | 7,341,277 | 3,466,166 | 1,241,315 |
Las cifras no son nada alentadoras. El notorio crecimiento de las familias trabajadoras que reciben menos de un salario mínimo indica que los aumentos al salario mínimo nominal no han impactado en el ingreso real. La precariedad salarial sigue siendo un elemento que predomina en la vida económica y social de México, como lo ha sido durante las últimas cuatro décadas.
El poder de compra que tiene el salario mínimo en la actualidad sigue profundamente deteriorado —aún con los incrementos— al representar únicamente el 35 por ciento del que tenía en 1980. El poder adquisitivo que tiene el salario mínimo el día de hoy es similar al que tenía en 1991, año en el que los salarios reales ya se encontraban gravemente lastimados luego de la década perdida de los años ochenta. A esta larga historia de declive salarial, se suma el impacto reciente que están teniendo las presiones inflacionarias sobre el precio de la canasta básica de bienes y servicios, lo cual implica un deterioro mayor del poder adquisitivo y una mayor transferencia de valor a favor del capital.
La historia se recrudece aún más cuando se observa que en el mar de pobreza salarial que se extiende por el país, las fortunas de los multimillonarios aumentan vertiginosamente, a pesar de los agresivos estragos que ha causado la pandemia en la economía nacional. Carlos Slim, Sara Mota de Larrea, Ricardo Salinas, Juan Beckmann Vidal y Germán Larrea aparecen entre los nombres de las familias multimillonarias que han visto acrecentar su riqueza en el último año. De igual manera, el sector de la banca dominado por un puñado de grandes consorcios trasnacionales incrementó sus utilidades en 67 por ciento durante el año 2021, lo cual indica la plena hegemonía que tiene el capital financiero en el rumbo de la economía nacional.
Los cúmulos de ganancias acumuladas por estos grandes capitales que hoy siguen teniendo el control sobre el timón de la política económica en México no provienen de otro lado más que de la riqueza robada a la población trabajadora. Como habría expuesto Marx, se trata de que “una parte del fondo para el consumo necesario del obrero se transforme así en fondo para la acumulación del capital”. Por ello no resulta sorprendente que México —y América Latina— se siga colocando como una de las economías más desiguales del mundo, donde el 10 por ciento de la población más acaudalada concentra el 80 por ciento de la riqueza nacional. Es decir, no sorprende que la contracara de una acumulación acelerada de fortuna en pocos apellidos vaya acompañada de una sistemática corrosión de la vida salarial.
Las profundas y dilatadas asimetrías que caracterizan la reproducción de la economía de nuestro país nos recuerdan a la brillante caracterización que hizo el maestro Alonso Aguilar Monteverde, quien nos enseñó que en México —y Latinoamérica— el “capitalismo del subdesarrollo” se expresa “en formas extremas de concentración y en una serie casi interminable de disparidades y desequilibrios profundas entre una minoría escandalosamente rica y una mayoría deplorablemente pobre”.
A 100 años del nacimiento de este pensador militante, estas palabras recobran plena vigencia. La precariedad salarial y la desorbitante desigualdad son quizás los mayores agravios institucionalizados, mismos que no parecen cesar. Mientras el aumento de salario oficializado no se vea reflejado en el aumento de ingreso sustancial, y mientras la política económica no cuestione la insaciable acumulación de los grandes capitales, difícilmente se podrá hablar de un cambio de correlación social que favorezca a las familias trabajadoras.
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