Jorge Alberto Gudiño Hernández
27/08/2022 - 12:05 am
Reordenamiento urbano
«Estoy cierto que la mía es la visión del que pasea y no me he centrado en la inmensa problemática que también existe en la zona. De nuevo, de momento, me reconforta un poco la idea de que la actividad económica, social y cultural se ha reactivado. Eso, en sí mismo, es una buena noticia».
“Coyoacán” es una de esas palabras que significa varias cosas. Era una Delegación en el Distrito Federal, ahora es una Alcaldía de la Ciudad de México, es una zona que abarca varias colonias y es el centro de la delimitación territorial. Así que, cuando alguien nos dice que vive en Coyoacán es diferente a cuando nos cuenta que el sábado por la tarde fue a Coyoacán o que su trabajo queda por Coyoacán.
Soy sureño y, como todos, desde niño muchos de mis paseos de fin de semana terminaron ahí, en la doble plaza del centro de Coyoacán, en medio de tiendas y puestos variados. De adolescente también iba encontrarme con amigos y a tomar los primeros cafés que, sabría más tarde, eran bastante malos. Fui asiduo asistente a un taller de narrativa en la casa de la cultura siendo un poco mayor. Las sesiones terminaban en un restaurancito a escasa cuadra y media de la fuente de los Coyotes. Fui testigo de cómo crearon un par de recintos para la venta de artesanías que dejaron más transitable la plaza y del cierre del Parnaso, una librería que fascinaba por su ubicación aunque, al parecer, no bastaba para ser rentable. He comido en varios de los restaurantes con vistas a la plaza, he tomado cafés y caminado por los suelos adoquinados. Incluso he entrado varias casas de la zona pues pertenecen a amigos o conocidos. Y, para qué negarlo, hace menos tiempo, he entrado corriendo al Sanborns, de la mano de alguno de mis hijos debido a la urgencia por ir al baño.
Pero dejé de ser un visitante frecuente de Coyoacán, de ese centro de Coyoacán que se delimita, de forma imprecisa, a partir de unas cuantas manzanas. Y lo fui menos durante la pandemia. Si acaso, me enteré que muchos restaurantes habían puesto mesas en las banquetas e, incluso, en el primer carril de la calle para evitar, en alguna medida, algún posible contagio entre sus comensales.
Esta semana fui de nuevo. Las circunstancias se dieron para una comida y luego un largo paseo por esas calles tan conocidas. En parte.
Lo primero que notamos es que ya no hay tantos negocios cerrados sino, por el contrario, han abierto muchos nuevos. Quizá en ningún otro periodo el paisaje urbano del centro de Coyoacán haya cambiado tanto como ahora. Los restaurantes y comercios se acumulan por doquier con remodelaciones en las estructuras de los edificios que los albergan. Lo segundo era algo que ya sabíamos: hay mesas por todas partes. En las banquetas, en las calles, dentro de locales abiertos que no existían. Mesas que, además, están ocupadas.
He escuchado la queja de automovilistas que reniegan del nuevo uso del espacio antes destinado al tránsito vehicular. Me parece que si los espacios urbanos son ocupados más por peatones que por coches es una buena noticia. Siempre y cuando, claro está, esté bien regulado y no haya fallas ni corrupción en las reglas que lo permitan. En este sentido, no sé si, como en algunas otras grandes urbes, llegará el día en que Coyoacán, ese centro, zona o grupo de colonias, terminará convirtiéndose en un área de acceso restringido para los automovilistas (salvo para quienes ahí vivan).
Ése sería otro de los cambios radicales. De momento, me conformo con el que he visto hasta ahora. Supongo que, como en todos lados, hubo quienes sufrieron más con la pandemia que otros, que existen historias tristes en torno a cada uno de los negocios de la zona. Sin embargo, es una buena noticia ver cómo Coyoacán se renueva y ofrece más experiencias. Entre otras, la que me fue más significativa: caminar para encontrarme en medio de toda la novedad.
Estoy cierto que la mía es la visión del que pasea y no me he centrado en la inmensa problemática que también existe en la zona. De nuevo, de momento, me reconforta un poco la idea de que la actividad económica, social y cultural se ha reactivado. Eso, en sí mismo, es una buena noticia.
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