Alejandro Calvillo
31/12/2020 - 12:03 am
Ojalá no volvamos a la normalidad
No es que se desconociera el calentamiento global del planeta, han sido los poderes establecidos los que han bloqueado las posibilidades de cambiar el rumbo, de desarrollar otras fuentes energética.
La pandemia se presentó en medio de la manifestación clara de una profunda crisis civilizatoria expresada en el agudizamiento del cambio climático y en la reconocida sexta extinción de especies, ambos fenómenos globales provocados por un modelo de producción y consumo.
Esta crisis civilizatoria presenta varias expresiones, la más visible e irreversible es la alteración del clima con el calentamiento global del planeta, la destrucción de ecosistemas y la extinción acelerada de especies. Las crisis civilizatorias son un fenómeno que ha ocurrido a lo largo de la historia y que han llevado tanto a la caída de civilizaciones como a su desaparición.
Diversas crisis civilizatorias se explican por un mal manejo de los recursos naturales de los cuáles dependían, tal es el caso de civilizaciones como la maya o la griega. Jared Diamond en su libro Colapso se pregunta por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. Las sociedades desaparecen por varios motivos, pero uno central es la incapacidad de manejar el entorno natural: deforestación y destrucción de los ecosistemas, erosión de los suelos de cultivo, casa y pesca excesiva, crecimiento poblacional que representa una sobrecarga sobre el medio ambiente y una muy fuerte “huella ecológica”.
Las sociedades que perduran son las que toman consciencia del riesgo que están generando sobre el entorno del que dependen y actúan para modificar las prácticas que ponen en riesgo su futuro. Dos motivos pueden identificarse como los principales obstáculos para que una sociedad pueda modificar las prácticas que ponen en peligro su supervivencia:
-Su incapacidad para entender y prever el riesgo que se avecina.
-La existencia de un poder al interior de la sociedad que se niega a reconocer y/o actuar frente a la amenaza porque le significa un riesgo de perder ese poder que detenta
El primero no es el caso de nuestra sociedad/civilización. El calentamiento global del planeta se ha reconocido y advertido desde fines del siglo XIX. El científico sueco Svante Arrhenius (1859-1927) fue el primero en advertir, en 1896, que la extracción y quema masiva de combustibles fósiles, formados y almacenados durante milenios en el subsuelo, podría provocar el calentamiento global del planeta.
Desde hace más de 40 años un grupo de científicos reunidos como “Grupo Ad Hoc sobre Dióxido de Carbono y Clima” presentaron el Informe Chaney, dando cuenta de la evidencia sobre el calentamiento global del planeta. La evidencia siguió acumulándose, en 1988 la Organización de Naciones Unidas creó el Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC) que presentó su informe cuatro años después, en la Cumbre de la Tierra (1992) en Río de Janeiro. Este grupo, que reunió a miles de los más reconocidos expertos en clima del mundo, llamó a los representantes de los gobiernos reunidos en Río de Janeiro a reducir en 90 por ciento las emisiones de dióxido de carbono. En los hechos, llamaron a abandonar la quema de combustibles fósiles, a abandonar el petróleo, el carbón y el gas, a una civilización totalmente dependiente de éstos. El llamado fue dramático: le pidieron a esta civilización dejar su fuente energética dominante de manera urgente. No sólo no se atendió el llamado, las emisiones siguieron aumentando aceleradamente desde entonces.
Como es claro, no es que se desconociera el calentamiento global del planeta, han sido los poderes establecidos los que han bloqueado las posibilidades de cambiar el rumbo, de desarrollar otras fuentes energéticas. Ya en la Cumbre de la Tierra, las grandes petroleras contaron con una influencia importante y los Estados Unidos, en ese momento el principal emisor de gases de efecto invernadero, se negó a asistir a la Cumbre si se proponía llegar a acuerdos de reducción de emisiones. Es decir, desde antes de la Cumbre, el principal emisor dobló las manos al resto de naciones. El vocero de la Casa Blanca llegó a declarar que nadie iba a impedir que los estadounidenses usaran sus automóviles tanto como ellos quisieran.
Desde entonces hasta la fecha, los Estados Unidos se han negado a tomar compromisos de reducción de emisiones. Durante años, la industria del petróleo financió a un grupo de “científicos”, conocidos como los “escépticos”, abriéndoles importantes medios de comunicación para generar en la opinión pública estadounidense la idea de que el cambio climático no existe y que si existe no se debe a actividades humanas, se trata de un fenómeno natural. Las encuestas de opinión entre los estadounidenses, hasta hace unos pocos años, mostraban que esas campañas habían sido exitosas, la mayoría no creía en el cambio climático. La opinión entre los estadounidenses ha comenzado a cambiar, sin embargo, el modelo de consumo no es cuestionado y la influencia de las grandes corporaciones sigue siendo determinante en el Gobierno estadounidense.
Volver a la normalidad representa seguir en este proceso de destrucción ambiental cuyas consecuencias rebasan por mucho a la actual pandemia. Esta profunda crisis civilizatoria se expresa también en una concentración grotesca de la riqueza y de la toma del poder por parte de las grandes corporaciones. Puede verse ahora el poder de las farmacéuticas en la pandemia.
Para que la sociedad perdure se requiere que la sociedad recupere el poder para reconfigurar un Estado del Bienestar y se puedan enfrentar las amenazas a las condiciones mínimas de sobrevivencia: regenerar el suelo, reforestar, reformar los sistemas alimentarios para que sean sustentables, recuperar nuestra alimentación. El Estado de Bienestar debe garantizar el derecho a la salud, a la educación, al agua, a la alimentación de calidad.
No puede entenderse la magnitud del impacto de la pandemia sin el debilitamiento de los Estados, de los servicios de salud pública, sin la destrucción ambiental. Pero la pandemia no es nada frente a la llamada Sindemia Global, que no es más que la suma de una serie de fenómenos catalogados como pandemias que se retroalimentan: el cambio climático, la destrucción de ecosistemas y desaparición de especies, la epidemia de obesidad y diabetes.
No debemos volver a esa normalidad que no tiene futuro.
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