Tomás Calvillo Unna
16/03/2022 - 12:05 am
Nuestro nido: el planeta azul
Como ignoradas marionetas quedamos arrinconados en nuestro extravío.
Cuando nos detenemos
y observamos
que nos hemos vuelto personajes
de una trama ajena
que la creímos propia;
comienzan a derrumbarse los muros
de una certidumbre
que exhibe sus carencias de origen.
Como ignoradas marionetas
quedamos arrinconados
en nuestro extravío.
La guerra impone los extremos;
los actos más crueles
y las acciones más generosas.
En medio sólo queda la paz allanada
y la impotencia de su ausencia que estremece.
La furia de las bombas
que rasgan el silencio
con su mortal silbido
antes de estallar,
hieren el cuerpo de todos.
Esas quemaduras son ya una herencia
y una y otra vez,
emergerán sus reclamos.
El planeta comienza a resquebrajarse;
lo que se aniquila,
es la certeza del nido;
su cálido abrazo,
el sueño del ser que se pierde;
su instinto de sobrevivencia
al umbral de la larga noche
donde desaparecen las profecías.
La pesadilla impregna
los poros de las culturas
y se apropia de la imaginación misma.
El discurso es una proclama;
se multiplican los epitafios;
la política de la historia
argumenta su cruel presencia:
la inefable victoria
de un cercenado orgullo.
La muerte banalizada
en todos los ámbitos,
deja de ser la lámpara interior
que alumbra la ruta
de nuestra propia conciencia.
Ya ni en los lienzos
ilumina la oscuridad
de la habitación de los años;
los cráneos se alinean
bajo la mesa de la memoria.
La condición humana
despojada de su misterio
queda en la orfandad,
todo rastro de lo sagrado desaparece…
Dormimos bajo tierra, los estruendos no cesan.
Salir a la superficie y saber de los estragos:
la madrugada extingue sus aromas.
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