FridaGuerrera
24/03/2018 - 12:00 am
#MujeresEstelares: Ana Sofía
“¿Por qué nosotras tenemos que ser tratadas como si fuéramos culpables?».
“Las mujeres han servido todos estos siglos de espejos que poseían el poder mágico y delicioso de reflejar la figura de un hombre el doble de su tamaño natural.”
Virginia Woolf.
Elizabeth Ortega es madre de Ana Sofía Carvajal Ortega. Es una mujer como muchas madres en este país: trabajadora, buscando bienestar para su familia. Mamá de tres hijas, a las cuales formó de tal manera que cada una de ellas es libre.
“Sofi”, como le decía cariñosamente era la menor, desde que nació llegó a sorprender a toda su familia. Una niña rubia de ojos azules que acaparaba la atención de cuantos la conocían.
Desde muy pequeña era renuente al estudio, a los siete años empezó a pintar. Su talento era nato. Le gustaba también el Karate.
Cuando entró a estudiar pintura el maestro se sorprendió. Sofi tenía técnicas de profesionales, por lo que el experto le comentó a su madre que debían explotar esa habilidad. A los doce años empezó a tocar el chelo, también fue nato, ya lo traía con ella. Era una artista.
El 30 de enero de 2017, Elizabeth, como todos los días -aproximadamente a las siete de la mañana-, entró a la recámara de su hija, durante la noche había tenido tos, estaba enferma de gripa. La madre le tocó la frente para decirle que no se preocupara que no tenía temperatura, que por favor no saliera de casa. Sofi le hizo saber que sólo iría a dejar una solicitud de trabajo, porque le urgía encontrarlo.
Ante la petición de su madre, le dijo que no saldría. “Má”, dijo ella, “te quiero”.
“Yo también te quiero”, le respondió Elizabeth y le besó la mano.
Durante la mañana se estuvo comunicando con ella. Cerca de la una de la tarde, la joven le mandó el último mensaje: “Ya voy a dejar mi solicitud”.
Sofi ya no contestó ni mensajes ni llamadas. De inmediato Elizabeth fue a su casa a ver si se encontraba ahí, no estaba. Sus padres llegaron a su casa y ella les hizo saber que no encontraba a Sofi.
Se trasladaron al lugar donde llevaría la solicitud de empleo, sólo le dijeron que la jovencita estaba citada a las 15:00 horas, pero no llegó.
Elizabeth pidió ver cámaras, los registros de visitas del lugar, y nada. Al salir de ahí, recibió la primera llamada: “tengo secuestrada a tu hija». La mujer preguntó a cuál. «A Sofía», le contestaron.
La segunda llamada: “si entendiste de lo qué se trata […] entonces quiero ochenta mil pesos para que te deje a tu hija”. La madre pidió hablar con su hija, pero no la comunicó. “¿Cómo sé que la tienes?”, preguntó- “Tengo su solicitud de trabajo”-.
Ana Sofía nació el 22 de septiembre de 1998, en Apan, Hidalgo. Una niña muy amada, la consentida de todos. Se convirtió en la compañera de Elizabeth. Cuando tenía miedo de los truenos corría a la recámara de su mamá y se refugiaba en su cama. Con dolor Elizabeth recuerda que le cortaba las uñas de los pies. Que era una niña rezongona, que peleaba mucho con su hermana mayor, Fernanda.
“Hasta eso extrañamos”, detalla Fer.
Ese 30 de enero la joven madre fue traslada a la unidad antisecuestro en Pachuca. Ahí recibió una llamada más: “¿Cuánto juntaste?”. La madre respondió que está reuniendo el dinero. El 31 de enero volvieron a llamarle preguntando nuevamente cuánto había juntado, le advirtieron que no le llamara a la policía.
Elizabeth suplicó.
“No le hagas daño, no la lastimes, te voy a dar el dinero que me pides”.
Molesto, el sujeto le responde: “pues cómo cree qué está”.
La suplica de la madre reiteradamente: no la lastimes.
Ya entrada la noche se volvieron a comunicar. La madre le hizo saber al “supuesto secuestrador” que ya casi tenía todo el dinero. “Yo le llamo para decirle dónde me deja el dinero”, le dijo el sujeto.
La policía se mantuvo cerca de la joven madre para monitorear las llamadas. El sujeto no se volvió a comunicar. La consternación, la impotencia, se apoderaron de la familia de Sofi. Durante meses estuvieron investigando, en Morelos, Cuautla, Chihuahua…en todos lados donde les daban pistas, acudían.
El 27 de mayo de ese año, la unidad antisecuestro se comunicó con Elizabeth. Le hicieron saber que había noticias. Se localizó al agresor, le dijeron. Estaba en Cuautla y se trasladó a Pachuca; entonces lo detuvieron.
Las manos de la Elizabeth no dejan de abrazarse. Antonio era un sujeto que Sofi conoció en una reunión de amigos en su casa, iba con su esposa. Sin embargo, desde ese momento se empeñó en que Sofi tuviera algo más que una amistad. A Sopfi, sin embargo, no le agradaba. El sujeto tenía una casa en el Arenal, rumbo a Actopan, Hidalgo.
Durante la investigación se cateó ese domicilio, no encontraron nada. Cuando Antonio fue detenido se llevó a cabo un segundo cateo. Ahí estaba el cuerpo de Sofía, debajo de una losa de cemento. El sujeto había sacado la tierra y la había enterrado en el patio de su casa. El cuerpo de Sofi no tenía ningún grado de descomposición, a pesar de estar enterrada en el lugar desde hace cuatro meses. Tal como la vio la última vez Elizabeth, así la encontró.
“¿La reconoce?», cuestionó la policía.
“Claro. ¿Cómo no iba a reconocerla si yo le di la vida?”. “¿Por qué la reconoce?», le cuestionaron. La madre, llena de lágrimas, recuerda el momento y puntualiza: “Sus manos, sus dientes chuecos, sus pies gordos, ¿cómo no iba a reconocerla?”.
La investigación arrojó que Antonio hizo un desfalco en la empresa donde laboraba. “No sé por qué se fijó en nosotras, yo soy una madre que trabaja, no tengo dinero, no soy rica, de hecho, Sofi, quería trabajar para comprarme una lavadora para que no trabajara tanto”. La madre piensa que el sujeto quería sacar el dinero para cubrir el desfalco y eligió a Sofi.
Antonio está detenido desde ese 27 de mayo de 2017. Y se encuentra en proceso de investigación.
La madre envía mensaje a las autoridades:
“¿Por qué nosotras tenemos que ser tratadas como si fuéramos culpables? Mi hija no está, la prueba más clara de que es culpable es que la encontramos en su casa y el argumenta que sus derechos están siendo violentados. ¿Por qué hacen leyes como estas? Son injustas, tienen más privilegios ellos, mi hija no está, no puede ser que las autoridades sean tan frías, tan de números. Él está vivo. Es agotador para mí ir a las audiencias y verle su cara de burla. Como si hubiera matado a un perro. Le da risa. Solo quiero justicia.”
Sofi era una mujer estelar, de aquellas que inspiran. De quienes debería estarle contando su historia en vida. Dejó una larga lista de planes, de conciertos, de sueños. Tocaba el chelo en la Orquesta Fundación Azteca de Hidalgo. Era una niña sana. Su abuelo la extraña. Su tía, hermana de su mamá, murió de cáncer antes de encontrarla. Sus pinturas están intactas. Ese día, el que desapareció, había lavado su ropa, regó su plantita y se fue…tal como ella dejó el lugar así se encuentra. Una vez más el tiempo se quedó detenido.
Fer y Natalia, durante la entrevista con Elizabeth, no dejaron de llorar. El verdugo una vez más las asesinó a todas.
No sé qué le pasa al resto de la gente, lo que sí sé es que a mí me cuesta cada vez más trabajo expresarme. Me siento atrapada por el dolor, no sé ya cómo plasmar tanta rabia, tantas muertes, tanta impunidad.
Tengo claro que no soy la única que siente y piensa esto, sin embargo, cada vez es más difícil encontrarnos. Y en esa búsqueda, nos estamos alejando, nos están asesinando. El grito pareciera ahogarse, y ante esto la reflexión: ¿Cómo escribir la rabia?
¿Quieres contar una historia de feminicidio, desaparición o intento de feminicidio? Búscame, ayúdame a visualizarlas.
@FridaGuerrera
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