Durante 12 años, el hijo de Manuela y Andrés Manuel, nacido hace 64 años en Tepetitlán, municipio de Macuspana, Tabasco, sobrevivió a su propia terquedad. Vencido en cuatro de las cinco elecciones en las que participó antes de 2018, aprendió a volar desde las cenizas, cada vez.
Este domingo, Andrés Manuel López Obrador, de 64 años cumplidos el 13 de noviembre pasado, arrasó en las elecciones. Es, a partir del 1 de diciembre de este año, el nuevo Presidente de México.
Ciudad de México, 2 de julio (SinEmbargo).- Este es el fin de un largo viaje. Con la necesidad y el hastío a cuestas, México le entregó al tres veces contendiente por la Presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), un bono de confianza generoso contra la descarnada violencia, el atroz autoritarismo y la enquistada mafia del poder en los municipios, los estados y el Poder Ejecutivo federal.
En esta alborada, tras casi un siglo de derrotas, la izquierda se impuso en la persona de AMLO, a la alianza de los partidos neoliberales, representada por un Partido Revolucionario Institucional (PRI) en decadencia y un Partido Acción Nacional (PAN) lleno de fracturas. De paso, además, ha hundido a su viejo partido, el de la Revolución Democrática (PRD), que se negó a seguirlo y prefirió una alianza con la derecha. Los datos no son concluyentes pero el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) se ha convertido en la primera fuerza en el Congreso y podría tener mayoría tanto en Diputados como en el Senado. También ha ganado la capital del país, con Claudia Sheinbaum y Morelos, Tabasco y Chiapas. Pelea cuerpo a cuerpo en Veracruz y Puebla, y algunas encuestas de salida dicen que ganará ambas entidades por pocos votos. Pierde Guanajuato, que se le queda al PAN, y Jalisco, en donde Movimiento Ciudadano se inaugura.
En una movilización imparable durante 12 años, el hijo de Manuela y Andrés Manuel, nacido hace 64 años en Tepetitlán, municipio de Macuspana, Tabasco, sobrevivió a su propia terquedad. Vencido en cuatro de las cinco elecciones en las que participó antes de 2018, aprendió a volar desde las cenizas, cada vez.
En 1976 ingresó a la política para apoyar la candidatura del poeta Carlos Pellicer para el Senado de Tabasco. Ese mismo año, se afilió al Partido Revolucionario Institucional (PRI) de donde salió en 1988 con las huestes de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano quien lideraba la corriente democrática que rompió con el tricolor. Al siguiente año, esa corriente fundó el Partido de la Revolución Democrática y AMLO ocupó la presidencia nacional. En 2000, se convirtió en Jefe de Gobierno del Distrito Federal y en 2012, generó el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el partido que en alianza con el Partido Encuentro Social (PES) y el Partido del Trabajo (PT), en la coalición «Juntos Haremos Historia», esta noche ha triunfado.
En 1988 quiso ser Gobernador de Tabasco por el Frente Democrático Nacional que aquel año postuló a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano a la Presidencia de la República. Los números lo dejaron muy atrás y por primera vez, acusó fraude electoral. López Obrador escribió el libro “Tabasco, víctima del fraude electoral». Seis años después, en 1994, lo volvió a intentar con la candidatura del Partido de la Revolución Democrática (PRD). AMLO obtuvo el 37.7 por ciento de la votación y también publicó un libro que se llamó “Entre la historia y la esperanza: corrupción y lucha democrática en Tabasco”. Luego llegó 2000, cuando ganó la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, hoy Ciudad de México. Después, vivió las derrotas por la Presidencia de la República de 2006 y 2012.
En la ruta recogió encono y repudio. En su ser cayó el estigma de ser “un peligro para México”, una frase que el mercadólogo político Antonio Solá creó en su contra en la contienda de 2006. Buena parte de la sociedad lo repudió por haber impugnado esa elección con un plantón en Reforma y la parodia del Gobierno de Felipe Calderón Hinojosa con la instalación de una «Presidencia legítima”. En 2012, tras perder la Presidencia, el PRD le retiró su apoyo. La contienda de 2018 la realizó mientras se divulgaba información sobre cómo, una vez Presidente, podría emular los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela.
Esta noche, su cosecha es de amor. Sus “amlovers”, la figura coloquial que surgió en la campaña para definir a quienes de manera masiva, empezaron a agregarse a su causa, han hecho valer su posición. Nada importó que el candidato de Morena fuera señalado de ofrecer imposibles, ni que se haya unido a grupos y personas que antes lo atacaron.
Desde que arrancó el proceso electoral, AMLO jamás dejó de ser el favorito en las encuestas. No era cualquier diferencia. Más de veinte puntos respecto al segundo sitio que siempre ocupó Ricardo Anaya Cortés de “Por México al Frente”, la coalición del PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano, y muy lejos de José Antonio Meade Kuribreña, postulado por la coalición «Todos por México» de los partidos Revolucionario Institucional (PRI), Verde Ecologista de México (PVEM) y Nueva Alianza (Panal).
En junio, los números de AMLO se fueron al cielo. El diario Reforma publicó que tenía 52 por ciento de respaldo. Demasiado para «El Peje», el mote acomodado en la época de los gobiernos panistas que hace alusión al pejelagarto, animal con hábitat en Tabasco. Primero despectivo, se transformó pronto en una identidad popular.
Detrás de los maravillosos números, se revelaba una gama plural de perfiles de electores. En el universo pro AMLO empezaron a cohabitar jóvenes que votaron por primera vez, adultos mayores, profesionistas, universitarios, campesinos, pequeños empresarios, actores, cantantes, matrimonios, madres solteras, amas de casa y hasta empresarios.
El viraje hacia este fenómeno político parecía una terapia en la que se intentaba romper con todos los traumas sociales del pasado y el presente. México llegó a las elecciones de 2018 sin Procurador General de la República, sin titular en la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (Fepade), sin Fiscal anticorrupción (el principal mal del país, con un costo de 10 por ciento del PIB nacional) y con el Instituto Nacional Electoral en crisis de credibilidad. En la jornada, los votantes se mostraron determinados a cerrar el ciclo de los cuidados paliativos y la eterna ofensa de la corrupción.
Porque en doce años de guerra en contra del crimen organizado, durante los cuales gobernaron el panista Felipe Calderón Hinojosa y el priista Enrique Peña Nieto, los muertos se amontonaron. En abril, el pico del registro de homicidios fue el más alto en dos décadas con dos mil 729 personas asesinadas, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
Durante el peñanietismo, la deuda pública se incrementó en casi 13 puntos, mientras que la economía lo hizo en un promedio anual de 2 por ciento, una disparidad que para nada le trajo holganza a los ciudadanos. La situación fue más crítica en 2015. Los precios del petróleo del mundo disminuyeron y la Secretaría de Hacienda, entonces a cargo de Luis Videgaray Caso, realizó un recorte al gasto por 124 mil 300 millones de pesos. Para colmo, en Estados Unidos triunfó Donald Trump quien cada que puede, dice que detesta a los inmigrantes mexicanos y construirá un muro entre los dos países.
La caída de la aceptación del Presidente Enrique Peña Nieto ante los mexicanos se inició en 2014 cuando 43 estudiantes normalistas rurales desaparecieron en un camino de Iguala, Guerrero. Ni siquiera se había comprometido a buscar justicia para el fatídico evento cuando el equipo de Aristegui Noticias reveló que poseía una mansión en la colonia Lomas de Chapultepec, con un crédito otorgado por Juan Armando Hinojosa Cantú, contratista multimillonario de su Gobierno. A partir de entonces, Peña Nieto gobernó con un nivel de reprobación histórico que cayó hasta 10 por ciento en los peores momentos.
En el Índice Global de Corrupción de Transparencia Internacional, México se hundió. En 2017, quedó en la posición 135 de 180. De cien puntos posibles, donde 100 es el país mejor evaluado y 0 el peor, México apenas obtuvo 29 puntos.
A la par, dos millones de mexicanos cruzaron el umbral hacia la pobreza, según las cifras oficiales y no oficiales. Los cálculos indican que hay en México unos 60 millones de personas en esa condición. El panorama es una demostración que la Cruzada Nacional contra el Hambre y el programa Prospera no cumplieron su cometido de aliviar un poco este mal.
El hecho de que la historia se vive hacia adelante y se comprende hacia atrás pone al virtual ganador de las elecciones de 2018 como un caminante que no dio tregua al cansancio. Cinco elecciones, un intento de desafuero cuando gobernó la Ciudad de México en 2006, miles de páginas escritas en documentos y libros en las que ha reclamado fraude y pedido justicia, el recorrido del país (dice él) dos veces, la protesta más larga en la capital del país, la única y última esperanza para unos, la gran pesadilla para otros. Eso es Andrés Manuel López Obrador quien se ha erigido el triunfador de las elecciones presidenciales de México.
El propio candidato puso hincapié en ello en su cierre de campaña en el Estadio Azteca: “Lo que son las cosas, soy el candidato de más edad, pero los jóvenes, con su rebeldía, saben que representamos lo nuevo, la modernidad”. El mitin le sirvió para indicar que reconocía haber llegado. Un largo tramo de su discurso fue dedicado a quienes en el pasado también lucharon por este triunfo. Mencionó a Valentín Campa (Q.E.P.D), Demetrio Vallejo (Q.E.P.D), Rubén Jaramillo (Q.E.P.D), Othón Salazar (Q.E.P.D), Alejandro Gascón Mercado (Q.E.P.D), Heberto Castillo (Q.E.P.D), Manuel Clouthier (Q.E.P.D), Cuauhtémoc Cárdenas, Salvador Nava, , Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y Rosario Ibarra de Piedra.
El primer candidato de izquierda en una elección presidencial en México contendió en 1952. Fue Vicente Lombardo Toledano, un intelectual postulado por el Partido Popular. En los comicios de aquel año, fue apabullado a votos por Adolfo Ruiz Cortines, del PRI.
Sesenta y seis años después, Lorenzo Córdova, presidente consejero del Instituto Nacional Electoral ha dicho en un mensaje a la Nación que el resultado computado hasta estas horas le da una ventaja al aspirante izquierdista, Andrés Manuel López Obrador. Ha dicho que tal tendencia no tiene revés. Es como el fin de un largo viaje.
MÉXICO SUELTA LA MANO DE AL
Cuando en 2000, en México, las elecciones presidenciales las ganó el PAN, un partido de derecha, en América Latina, la izquierda empezaba un ciclo de oro en el poder. Tal gloria, la década siguiente, iba a ser protagonizada por Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, Lula da Silva y Dilma Russef en Brasil, Néstor Kirchner y Cristina Fernández en Argentina, Michelle Bachelet en Chile, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, así como Tabaré Vázquez y José Mujica en Uruguay.
En la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile, en noviembre de 2007, los Presidentes latinoamericanos criticaron en conjunto a las empresas multinacionales. Fue ahí cuando Hugo Chávez chocó con el rey Juan Carlos I de España quien le espetó el famoso: “Por qué no te callas?”
En México, Acción Nacional, fundado en 1939 por sectores sociales y políticos con clara orientación católica y hasta con remanentes del sinarquismo y el movimiento cristero, había conseguido el cambio histórico con la postulación de Vicente Fox Quesada en 2000 y Felipe Calderón en 2006. Fueron 12 años de gobiernos panistas, un periodo conocido como «alternancia».
Hoy, el desfase ha vuelto a ocurrir. El Gobierno mexicano no irá de la mano con el pensamiento político latinoamericano. Tanto, que en un artículo publicado en The Economist en noviembre, se lee: «Cuando México hace zig, Latinoamérica hace zag». La osadía y el creciente poder de la izquierda en el continente, que no paraba de ganar elecciones, parece agotado en todos los países, mientras que en México ha ganado.
Dos años después de la muerte de Hugo Chávez en Venezuela (2013), la etapa de los Kirchner llegó a su fin en Argentina con el triunfo de Mauricio Macri, de la derecha. Bolivia se resistió al intento de Evo Morales de otra reelección que le permitiría estar en el poder hasta 2025. El chavismo vive sus horas más controvertidas en Venezuela con el gobierno de Nicolás Maduro. El triunfo del multimillonario Sebastián Piñera en un segundo periodo en Chile fue otra señal. Brasil observó conmocionado cómo se derrumbaba el proyecto político de Luiz Inácio Lula da Silva cuando Dilma Roussef fue destituida de la presidencia por señalamientos de corrupción. Él mismo tuvo que enfrentar a la justicia por acusaciones de mal uso de dinero público.
LOS DESPOJOS DE LA CONTIENDA
En noviembre de 2017, José Antonio Meade Kuribreña se convirtió en el pre candidato del PRI ante miles de personas convocadas en un salón de la Ciudad de México que coreaban su nombre. Algo antinatural se observaba en ese arropamiento que le dieron las cúpulas tricolores a quien fuera Canciller al iniciar el sexenio.
Conforme transcurrió la campaña, los análisis apuntaron que se trataba del mejor competidor que pudo elegir el PRI para quitarse el lastre de los escándalos de corrupción y la proclividad de su ADN al fraude electoral. Meade era el aceite que podía mantener en marcha la maquinaria. Pero a partir de ese momento, con nada a favor, la candidatura de Meade Kuribreña se hundió. Y como el Titanic, se quedó solo en altamar de noche y con los vientos en contra.
Poco pudo hacer el candidato para contender con la imagen del dinosaurio a cuestas. Desde abril, quien también fuera Secretario de Desarrollo Social se atoró en las encuestas en un tercer sitio y nunca salió de ahí. Meade, que no milita en el tricolor, fue una pieza que nunca encajó.
Ni el gasto de millones de pesos en un cambio de colores a media campaña ni la salida de su dirigente, Enrique Ochoa Reza, en mayo, levantaron al viejo partido fundado por Plutarco Elías Calles y perpetuado en el poder durante siete décadas.
La carga era demasiado pesada. En el Gobierno de Enrique Peña Nieto, 22 Gobernadores priistas fueron investigados por desvío de fondos federales. El año pasado, siete ex Mandatarios fueron a parar a la cárcel por desvíos, enriquecimiento ilícito, lavado de dinero y hasta vínculos con el narcotráfico. La mayoría son del partido tricolor. Además, Ayotzinapa, el ascenso de Trump y la incertidumbre del TLCAN lo golpearon.
Esta noche, el PRI va perdiendo además de la Presidencia de la República, en Jalisco, Yucatán y Chiapas, lo que lo lleva a la peor derrota electoral de sus historia.
En el PAN, el caso es parecido. Después de varias pugnas internas, Ricardo Anaya Cortés consiguió la candidatura. En un intento de fortalecerse se alió con el PRD, un partido contrario a su naturaleza y esencia. Pero tantos bríos no lograron derribar a Andrés Manuel López Obrador.
Las diferencias se iniciaron en 2016, cuando Margarita Zavala, Rafael Moreno Valle y otros panistas, le pidieron a Ricardo Anaya que convocara para participar en la contienda por la candidatura presidencial al blanquiazul. En lugar de hacerles caso, dio a conocer, junto a Alejandra Barrales, en ese momento presidenta nacional del PRD que ambas fuerzas preparaban un frente para sacar al PRI de la Presidencia de la República.
Que se quede quien quiera, fue el mensaje. En este punto, Margarita Zavala -esposa de Felipe Calderón- se retiró del partido al que perteneció desde adolescente. Participó en la contienda como independiente, pero cuando faltaba un mes para la votación, decidió irse.
Durante la contienda, Anaya estuvo envuelto en acusaciones de corrupción. El periódico El Universal publicó sobre el crecimiento meteórico de su patrimonio. Luego, en las redes sociales fue revelada la supuesta venta de una nave industrial bajo la mascarada del lavado de dinero. El candidato siempre acusó el uso faccioso de la PGR en su contra por haber ofrecido encarcelar a Enrique Peña Nieto en su campaña.
El hecho es que PRI y PAN, los partidos más antiguos de México y que han conducido al país en las últimas ocho décadas, quedaron enfrentados a la crisis que ellos mismos provocaron.
LOS DEBATES INÚTILES
Nada de lo que ocurrió en los tres debates presidenciales organizados por el INE en esta contienda hizo girar las preferencias electorales muy claras desde el arranque de la precampaña en marzo. El formato cambió respecto a 2012. Ahora hubo pantallas coloridas y periodistas como moderadores. Además, un gasto de 20 millones de pesos. Pero el escenario real fue el de siempre: el hartazgo por la corrupción, la violencia, los desaparecidos, los muertos, la desigualdad …
Las estrategias de los contendientes se concentraron en atacar a López Obrador. Le señalaron inconsistencias y poca claridad en su propuesta de brindar amnistía con tal de lograr la pacificación del país. En el segundo debate, AMLO y Anaya se confrontaron. El panista llegó al debate golpeado por acusaciones del supuesto lavado de dinero que al final, no fue comprobado. Ahí surgió la ocurrencia del primero: «Ricky Riquín … Canallín» – le dijo.
Meade recurrió a mensajes que más bien reflejaron desesperación. Acusó a AMLO de tener en sus filas a Nestora Salgado, según él «una secuestradora», cuando un juez la exoneró de ese delito. También aprovechó para indicar que la declaración patrimonial del morenista era poco clara y que había escondido propiedades inmobiliarias, cuando el año pasado, después de una publicación de The Wall Street Journal, quedó claro que no fue así. Nada de ello hizo eco en los votantes. Al final, fueron palabras al viento, un espectáculo que alimentó los memes, una batalla hasta cierto punto ficticia. Los «amlovers» se sumaban. Los números a favor crecían como la espuma. La foto de hoy es la impensable años atrás: Andrés Manuel López Obrador, de 64 años de edad, con la mano en alto.