Gustavo de Hoyos Walther
02/08/2022 - 12:03 am
México no sufrirá un Alcibíades
«No cuestiono aquí el desempeño de Ebrard en sus tareas presentes y de antaño. Tampoco me ocupo de sus atributos y defectos personales. Solo me refiero en este artículo a su condición de pieza nuclear del obradorismo y su inviabilidad como líder opositor, derivado de esa situación».
Alcibíades se hizo famoso por haber traicionado la causa ateniense en la Guerra del Peloponeso. El pupilo de Sócrates aceptó comandar, primero al ejército de Esparta y luego al de Persia en contra de su propia ciudad. Lo que le importaba no era el beneficio de los ciudadanos que decía defender, sino su gloria particular.
Asimismo, durante el Renacimiento existían ejércitos de mercenarios, conocidos como los Condottiere, contratados por reyes, emperadores y señores feudales para defender sus ciudades y territorios de los asaltos enemigos. Maquiavelo escribió páginas penetrantes contra ellos, pues consideraba que, con su acción, dañaban la ética republicana, que hoy llamaríamos la moral ciudadana.
México ha padecido a políticos que en lugar de intentar resolver problemas de los ciudadanos, solo les impulsa el interés y gloria personal, como ocurrió con Alcibíades, y que hoy, en casos extremos, se venden al mejor postor, como los Condottiere.
Sus biografías pueden leerse como historias de oportunistas que pasan de partido en partido, buscando sólo el beneficio propio. La sabiduría popular los ha bautizado como “chapulines”.
Desde hace tiempo se hacen conjeturas por los analistas y no pocos de sus partidarios más cercanos, acerca de políticos prominentes del obradorismo, que según sus conclusiones, podrían pasarse a la causa opositora, si el gran elector obradorista no les considera y, en paralelo, se les ofrece en la oposición la carnada idónea.
Uno de ellos es Marcelo Ebrard Casaubón.
Como político ha militado y sido dirigente en varios partidos políticos (PRI y el extinto Partido del Centro Democrático) y postulado a cargos de elección por otros (PRD y PVEM) adecuando su ideología a la coyuntura. Su última reencarnación fue como obradorista, al apoyar la candidatura de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República, a cuyo Gobierno hoy sirve como Secretario de Relaciones Exteriores. Es un hecho público y notorio sus ambiciones presidenciales. Hasta hace unos días, acaso por no coincidir en el fondo con aspectos ideológicos, se había mantenido a distancia de las estructuras partidistas del obradorismo. Sin embargo, y al parecer en su propósito de ganar ventaja con las bases duras del régimen, decidió contender para convertirse en Consejero Estatal de Morena, por lo que finalmente optó por afiliarse como militante de ese partido.
Esa decisión es un paso cuántico en su definición política. Al ser parte formal de Morena ha perdido la imagen ecuménica que pretendió construir desde su entorno, con el propósito aparente de darle viabilidad emergente como candidato en agrupamientos políticos de la oposición.
No cuestiono aquí el desempeño de Ebrard en sus tareas presentes y de antaño. Tampoco me ocupo de sus atributos y defectos personales. Solo me refiero en este artículo a su condición de pieza nuclear del obradorismo y su inviabilidad como líder opositor, derivado de esa situación.
Cabe decir que como antítesis de la propuesta obradorista, desde 2020 se está construyendo una gran coalición conformada por la sociedad civil organizada y los partidos no alineados con el obradorismo. Dentro de este bloque opositor se ha llegado a un consenso fundamental: el actual Gobierno está llevando al país al desastre y es necesario reemplazarlo por uno distinto, que recupere la ruta de la concordia, el desarrollo y la paz.
Siendo este el caso, es inequívoco que la candidatura presidencial de unidad en el movimiento opositor, deberá corresponder a una persona que tenga una definición contundente y sin ambigüedades, sobre las múltiples razones por las que hay que oponerse con todo al Gobierno obradorista.
Sería extremadamente paradójico y desde luego muy remoto, que el bloque opositor considerase con seriedad la posible candidatura presidencial de alguien que a estas alturas se está afiliando al partido político que sustenta y se ha mimetizado con el peor Gobierno de nuestra historia contemporánea: Morena.
Sí hay límites para el pragmatismo político, como lo muestra el ejemplo de Alcibíades. La política también es una práctica pedagógica. Hoy, millones de ciudadanos están perfectamente enterados de quién es quién en el Gobierno y en la oposición.
La inmensa mayoría de las personas que están apostadas por una nueva alternancia, no verían con buenos ojos que el bloque opositor se decante, en las principales posiciones electivas, por políticos que en sus acciones y en sus palabras han servido a las causas del obradorismo y obedecido sumisamente al líder de ese movimiento destructivo.
Por lo pronto, el bloque opositor se encuentra reflexionando sobre las diferentes vías para elegir a un candidato presidencial de unidad, que al lograr el triunfo electoral en 2024, se convierta en el artífice no sólo de una nueva y necesaria alternancia, sino que sea el vehículo para dar paso a la integración del primer Gobierno federal de coalición en la historia de México.
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