Los ahuaques son seres que residen dentro del agua en una comunidad paralela a la humana. Son seres que más allá, en las profundidades, tiene una vida similar a la nuestra, con ciudades, calles, casas, etcétera. Leo esto en El cuerpo, el alma, la palabra. Medicina nahua en la Sierra de Texcoco. David Lorente, el autor, reúne las voces de los curanderos que conocen a esta comunidad equidistante de la humana y que habitan los manantiales, arroyos y riachuelos que circundan la Sierra.
Por Melinna Guerrero
Ciudad de México, 8 de marzo (SinEmbargo).- Presentamos a continuación un texto literario que tiene como referencia el nuevo libro de la editorial Artes de México: El cuerpo, el alma, la palabra. Medicina nahua en la Sierra de Texcoco del antropólogo David Lorente Fernández.
Tal vez en lo profundo del conocimiento propio, Guillermo del Toro pudo retraer, de alguna vieja lectura o de alguna voz dispersa en algún lugar por allí, la existencia de los ahuaques, dueños del agua, que la comunidad nahua en Texcoco reconoce como seres semejantes a nosotros, pero que viven en las profundidades.
Ningún hombre a fin de cuentas puede afirmar que sus fuentes se agotan en sí mismo: sus lecturas, sus paseos, sus nociones del tiempo y el espacio, su privilegio, su vida citadina, etcétera; incluso todo aquello que creemos poseer ya le ha pertenecido con anterioridad a otro. Un hombre como un texto. Ya Roland Barthes nos ha dicho que cualquier texto “es un tejido realizado a partir de citas anteriores. El intertexto es un campo general de fórmulas anónimas de origen raramente localizable, de citas inconscientes o automáticas que van entre comillas”.
Los ahuaques son seres que residen dentro del agua en una comunidad paralela a la humana. Son seres que más allá, en las profundidades, tiene una vida similar a la nuestra, con ciudades, calles, casas, etcétera. Leo esto en El cuerpo, el alma, la palabra. Medicina nahua en la Sierra de Texcoco. David Lorente, el autor, reúne las voces de los curanderos que conocen a esta comunidad equidistante de la humana y que habitan los manantiales, arroyos y riachuelos que circundan la Sierra.
Lo que más llama la atención es que un lugar tan cercano a la megalópolis nos dé una lección fundacional a nosotros, habitantes de esta enorme Ciudad, tan lejanos de la vida acuática que hace algunos siglos atrás enmarcó la capital. Aunque de vez en cuando la reminiscencia se escucha por allí, casi siempre después de un temblor: el antiguo lago se tragará a la ciudad; el agua tiene memoria; la catedral se hunde. Pero tal vez aquello a lo que llamamos memoria del agua también pueda estar en nosotros, como un componente o una sustancia. Y la vida de la poeta que se adentra en el mar, Storni, nos sabe así más a un retorno a la memoria que a un final.
Anhelo creer que en La forma del agua, Del Toro le da vida a un ahuaque y, como sucede a menudo en la Sierra, éste robó el alma de un humano. Dice Lorente: “Los ahuaques son descritos como pequeños seres que residen dentro del agua en una comunidad paralela a la humana, pero invisible a los ojos de los profanos. A estos se les atribuye la capacidad de producir enfermedades a los serranos cuando invaden su hábitat o cuando resultan atractivos debido a sus cualidades u oficios particulares. Se considera que los ahuaques se apoderan del espíritu de la víctima para incorporarla a sus dominios” (David Lorente, p. 150).
Una respiración branquial permite a Elisa Esposito abandonar la vida en la tierra y, una vez sumergida, consumar el amor con aquel dios o anfibio recién liberado. La fuerza del agua en la profundidad. Y quizá Storni también fue recibida por un ahuaque, en lo hondo, y su alma entregada pudo abrirse a esa otra realidad sumergida, y nunca revelada a los ojos profanos.
Son pocos los elegidos para curar aquella enfermedad que producen los ahuaques: los graniceros que, mediante la descarga de al menos cuatro rayos, desarrollan una relación con estos seres. Y son los sueños el medio por el cual el granicero o tesiftero se desprende de su cuerpo físico y se interna en la realidad onírica para “devenir” en ahuaque: “ y en la que se lleva a cabo el proceso de instrucción en los saberes y técnicas necesarias para ejercer como granicero. Los tesifteros son considerados como verdaderos especialistas de los sueños. Su proceso de iniciación se vincula con la capacidad de desprenderse del cuerpo en forma de espíritu y trasladarse a las corrientes de agua donde habitan los ahuaques. Los espíritus del agua nutren al granicero con las sustancias de las que se alimentan, consideradas aromas y no productos sólidos”.
¿Qué habrá en el sueño que de tan reparador, después de él, todo nos parece nuevo, al menos por un instante? La oscuridad. Odiseo, dormido, llega a Ítaca. Y quien no ha vuelto a casa por avión o carretera después de haber sido vencido por el sueño. El viaje nos parece más corto en la oscuridad; el eterno fenómeno de la semilla y su germinación. Los graniceros, desprendidos del cuerpo físico visitan y llegan a la morada de los ahuaques. Pero todo se “materializará” más tarde, cuando el tesiftero esté calificado para ir en busca del alma perdida de un humano, de un alma que los ahuaques decidieron raptar.
¿Será tarde para ir en busca de tu alma, Alfonsina? Quizá. ¿O podemos consultar aún a un granicero? No importaría, porque tú o Elisa han dejado la vida en la Tierra para reposar eternamente en el sueño, no como una muerte si no como un movimiento más del agua. Y en cambio, Ofelia, que cantabas suspendida en el agua, acaso habrás descubierto, sin quererlo, el mundo reparador del agua, en donde los ahuaques interrumpieron tus dulcísimos cantos.