Tomás Calvillo Unna
09/02/2022 - 12:05 am
Los estertores de la infamia
«Es la basura del subconsciente colectivo,/ la plaga que precipita/ la pauperización del ser y la palabra/ en una nación que se descubre/ atemorizada e iracunda,/ en la dualidad de su cultura/ que enaltece el abuso/ a como dé lugar/ y en todas las formas posibles».
La política es el arte de reducir el sufrimiento colectivo para quien comprende la condición humana en su sentido más profundo.
La pobreza es carencia, la humildad sabiduría.
Pájaros muertos
se incrustan en el quehacer de los rencores,
cuyos argumentos de desdichas
envenenan las palabras que asaltan los oídos
para cegar los corazones.
La maledicencia es la miseria
de la activa frustración;
se contagia con el empoderamiento
de una enmascarada ignorancia
solapada bajo las buenas intenciones
de anónimos y públicos prefectos;
insultos, amenazas, chantajes,
todo se vale
en la disputa por el pretendido poder;
esa ideología de la que nadie escapa.
El país se envenena de más
al saturarse con sus miserias humanas
antes ocultas a medias,
hoy a flor de piel.
El ruido de las redes,
su aturdimiento y vértigo
del día a día que precipita
a una inevitable caída;
en esa sed de venganza contra quien sea
y por lo que sea
unos y otros, unas y otras, unes y otres
ante el diluvio robótico que se aproxima
y presagia el naufragio de las mentes
y la alienación de la lengua;
la miopía de su escritura en los cuerpos,
la soga al cuello
de embriagados vocablos, sujetos, géneros.
Es la basura del subconsciente colectivo,
la plaga que precipita
la pauperización del ser y la palabra
en una nación que se descubre
atemorizada e iracunda,
en la dualidad de su cultura
que enaltece el abuso
a como dé lugar
y en todas las formas posibles.
El odio, el hostigamiento, la humillación
se regocijan en difundirlos
¿quién suma más seguidores,
que bando logra más apoyos?
La atmósfera del desprecio que nos caracteriza.
El sentimiento de ser infalibles;
el suicidio agazapado
esperando su turno a la vuelta de la esquina.
Los argumentos del linchamiento
no requieren justificación alguna.
Expresan la asfixia intelectual y el deterioro emocional
de una colectividad derrotada cuyo juicio es la condena.
Hay algo fracturado
en las entrañas de este país,
atrapados en la infancia
adherida al paso de los años
que hace del berrinche un carácter
y de la adolescencia la ideología del juicio;
pareciera que la intención
es ahondar en esa ruptura
y evitar la potencial sanación
que exige a cada generación
asumir el destino y las riendas de su tiempo.
La pérdida de un lenguaje que entone
con el mundo que nos toca vivir,
es uno de los mayores desafíos;
sin esa estructura básica
de comprensión y entendimiento
va a ser más que difícil
encontrar los caminos que converjan
y evitar el infierno fratricida.
La plusvalía de los cuerpos y el intelecto
en el mercado electrónico de las baratijas;
el sermón de la montaña convertido
en la mercancía de los deseos.
Los magnates atrapados en el dilatado ego
disfrazados semidioses de las finanzas,
pertrechados en las fortalezas de sus capitales
carcomidos por la irremediable muerte
que estruja el imperio fugaz de los bienes y apellidos;
diestros sobrevivientes de la asimetría
jugando con las acciones de la angustia
de los sin nombre, esa multitud que no deja
de tocar cada día a sus puertas,
de una u otra manera;
patriotas tratando de esclarecer el término
antes de que sea demasiado tarde.
La erosión de la lengua
por la pulsión del delito
por su lógica convertida en rutas a seguir
socaban la política y la encierran
en el sótano de las cañerías
donde operan los actores
revestidos de basalto y represión.
Aprendieron el discurso democrático
para ejercer a cabalidad
el autoritarismo más siniestro,
sometido a la dinámica propia del crimen:
el invitado predilecto de la clase política
desde hace años,
que poco a poco, y más pronto que tarde,
asentó sus reales en el aparato del estado,
incluso lo comienza a representar,
con la bendición de los congresos y las iglesias.
La meritocracia de la crueldad,
maquillada por una pérfida simulación de cultura,
que incinera el dolor en guiones y canciones,
en historias y rituales de miles
de hombres y mujeres desaparecidos
que claman desde la hoguera de la ausencia,
esa infamia que las madres exorcizan
en la soledad de sus dolores,
en la hondura de sus corazones,
(ese helado viento que no apaga la flama)
al pie de innumerable fosas:
las huellas del abandono del ser
del extraviado mapa de un país
llamado México.
No obstante, más allá de esta rugosa sombra,
un eco se aproxima y los resortes inmemoriales de la sangre
advierten en sigilo que no tarda en emerger un nuevo camino …
Aunque se vislumbre únicamente en un Posdata
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