El género del suspense tan adictivo en las series, se traduce en una novela cuyo frenesí tiene la energía de la mejor literatura, aquella que crea personajes que no se pueden abandonar a su suerte, ni dejarles un minutos solos.
Por Horacio Otheguy Riveira
Ciudad de México, 23 de marzo (Culturamas/SinEmbargo).– Al borde de un terror muy íntimo, una aventura de seres apasionados que ansían nuevos caminos, otras compañías.
Con la intensidad a tumba abierta propia de la edad de sus protagonistas —en torno a los 17—, En las redes del miedo se introduce en tiempos emocionales y literarios en una especie de road movie con mucho de cine, de series de televisión y noble literatura porque en ningún caso abusa de la actualidad ni de los golpes bajos característicos del género. ¿Qué género? Varios en uno inclasificable, pues con mucho de novela negra y terror psicológico nocturno, lo que de verdad importa es la carga profunda de una historia de búsqueda, encuentros y desencuentros que emociona porque literariamente ha conseguido una agitación física que el lector siente como propia.
Los personajes vibran con la endemoniada confusión en pleno desarrollo entre conflictos de adultos que deben asumir como lastre, al tiempo que se buscan a sí mismos: los impulsos llegan a quien lee, y las edades, los contextos, las concepciones prejuiciosas caen porque lo que abunda es la imperiosa necesidad de vencer los miedos que paralizan. Lanzados a un vencer o morir, atraviesan la oscuridad en busca de luz mientras se atajan los golpes procurando confiar en alguien a quien entregarse en cuerpo y alma.
Una novela para jóvenes que atrapa a los adultos. El género del suspense tan adictivo en las series, se traduce en una novela cuyo frenesí tiene la energía de la mejor literatura para todas las edades, aquella que crea personajes que no se pueden abandonar a su suerte, ni dejarles un minutos solos. Les seguimos de cerca, nos involucramos a gusto con sus altos y bajos, preguntas sin respuestas, y respuestas que llegan como si pendieran de un acantilado.
Laia y Joel se buscan, cada uno a su manera y en capítulos independientes, paralelos, en un hallazgo literario que asombra y atrapa hasta arribar a un final de alto diseño, donde aun caben sorpresas. Sin duda es una obra fronteriza, de las que protagonistas adolescentes recorren muy peligrosamente una cornisa con miedo a que no dé a ninguna parte.
La espiral angustiosa en la que se mueven Laia y Joel tiene una complejidad que apunta directamente a lectores en la frontera más dolorosa de la adolescencia, la que más vértigo genera. Ese lugar donde se mal acomodan los prejuicios de su propio ámbito frente al mal rollo de los adultos, pero con una carga cultural muy ambiciosa. Una novela bien cargada de referencias literarias y artísticas (sobre todo el clásico de Salinger, pero también las peculiares pinturas de Egon Schiele), pero yuxtapuestas con el mismo ánimo febril con que sus protagonistas se buscan a sí mismos y al otro, al más cercano, al que se quiere más cerca del lugar donde habitan los temores más ocultos.
“… Estoy harta de que mis supuestos mejores amigos me oculten cosas como las que hoy hemos descubierto… Muy harta de sentirme parte de esa misma mentira y de ese mismo silencio desde que decidí no hablarles de mis propios monstruos cuando, quizá, así habría sido más fácil vencerlos. Harta de tomar decisiones equivocadas, de perseguir a un chico el que ya no sé lo que siento, de no tener claro si la persona que se ha colado en mi vida es quien me mandaba canciones o quien deja tumbado y sangrando a un hombre en mitad de la calle. Harta de no saber, de no creer, de no poder sentir. Harta de que me pregunten, de no poder responder a nada ni a nadie, de saberme perdida, de no querer encontrarme, de las voces que en noches como esta vuelven a mi cabeza…”
Nando López: “Con esta novela rindo homenaje a los adolescentes que se sentaban junto a mí en las aulas, y de quienes guardo un emocionado y hermoso recuerdo…”
“Es una novela muy especial para mí. En primer lugar porque nace de la suma de muchas de las emociones, sensaciones y hasta relatos que han compartido conmigo mis lectores adolescentes en estos años. He escrito pensando en ellos, en ellas, con el corazón en la mano y tratando de captar todo lo que he logrado atisbar en sus mensajes de Instagram, en sus breves charlas conmigo cuando les firmo un libro, en los regalos que me hacen —dibujos, cartas, cuadernos llenos de dedicatorias— cuando voy a sus centros.
Es una novela escrita desde el corazón tanto en lo que respecta a ellos como en lo que se refiere a mí mismo. En ella conviven los adolescentes que me rodean con el adolescente que fui y, de alguna manera, siento que es mi visión adolescente de un tema tan clásico como la bajada a los infiernos. Un tema que ya he tratado en otras novelas anteriores, como El sonido de los cuerpos (publicada por Dos Bigotes), y que esta vez necesitaba abordar desde lo febril y lo angustioso, pero también desde la esperanza.
Es especial porque su escritura resultó fluida, necesaria. Dediqué mucho tiempo a construir los personajes y sus universos, pero una vez que los tuve dibujados y comencé a darles voz, los dos se adueñaron del relato. Sentía que Laia y Joel se turnaban de manera natural, como si yo no interviniera, como si fueran ellos quienes, en verdad, necesitaban contar cuanto relatan. De algún modo, tuve de nuevo la misma sensación que cuando escribía La edad de la ira y siento que, en cierto modo, hay una conexión que aún no termino de descubrir —necesito tiempo y distancia para eso— entre ambos libros (es más, para lectores avezados: hay un guiño en En las redes del miedo a la historia de La edad de la ira que hay quien ya ha descubierto…).
Además, en este libro he llenado a los personajes con mis propias referencias de adolescente y he podido hacer un homenaje a un libro que me marcó en dos ocasiones muy importantes en mi vida: El guardián entre el centeno. La primera vez que apareció en mi vida fue en mi adolescencia y Holden se convirtió en un personaje que me acompañaría ya siempre. La segunda vez fue cuando comencé a dar clase: en mi primer año como profesor fue el primer libro que propuse a mis alumnos de 4º ESO y la experiencia no pudo ser más alentadora.
Y, por último, esta novela es especial para mí porque ahora hace ya cuatro años que salí de las aulas como profesor (aunque siga visitándolas como escritor) y en estas páginas siento que he volcado mi amor por todos esos alumnos que he conocido en estos años. Por eso todos los personajes son complejos. Por eso tienen tantas caras. Por eso he buceado en sus almas con toda la verdad literaria de la que he sido capaz. Y por eso las voces de Laia y Joel son tan diferentes y, a la vez, tan rotundas. Porque son mi homenaje a esos adolescentes que se sentaban junto a mí en las aulas y de quienes guardo un emocionado y hermoso recuerdo…