María Rivera
15/06/2022 - 12:03 am
La quinta ola
«Sí, es espantoso vivir así. De ola en ola, a ver si ésta nos arrastra o nos deja indemnes o nomás nos revuelca. Claro, uno puede decidir no tocar esta incómoda consciencia en la esperanza de que la fantasía de que vivimos en una post pandemia es real (…)».
Pues sí, el virus ya no se puede detener. Por eso le dicen “post pandemia”, aunque en realidad el término siga siendo, en estricto sentido, pandemia. Todos los supuestos han caído derribados, en el piso, estos años: que sería leve, que se volvería endémico, que sería estacional, que se generaría inmunidad de rebaño por infección natural o vacunación, que no afectaba a los niños, que éstos no contagiaban, que sería benigna la infección, etc.
Lo que ya se sabía a comienzo del 2020 vuelve, pero como si fuera un descubrimiento reciente o mejor dicho, con nueva evidencia científica. No, no ha acabado, como decía en una columna hace algunas semanas, querido lector.
La quinta ola ya golpea nuevamente y con ella seguirán muriendo personas o quedando discapacitadas, en mayor o menor medida, sumidos en una estela de síntomas inexplicables en los meses y años venideros. Y aunque hay programas de rehabilitación en los países, la ciencia avanza lentamente en la comprensión del síndrome post covid que ha resultado ser muy complejo e involucra el desarrollo de micro coágulos, el daño a células nerviosas, células cardiacas y células del sistema inmune, entre otros.
Los médicos, en todo el mundo, aún se encuentran dilucidando cómo tratar a estos pacientes, buscando entender las consecuencias de la infección viral en el organismo, meses y años después, como ha sido el caso de las hepatitis fulminantes en niños. Es natural, pues el SARS-CoV 2 es un virus nuevo que se dejó correr por el mundo e infectar a millones de seres humanos y mutar, causando variaciones en la presentación de la enfermedad. No había manera de descubrir sus efectos, más que padeciéndolos. Lo más parecido a él fue el primer SARS, no un virus de resfriado común. Por eso, era una gran amenaza para la salud humana y debía de haber sido contenido.
Pero ya hay vacunas, me dirá, y tendrá razón. En efecto, las vacunas fueron el más grande éxito que la humanidad conquistó, en muy poco tiempo. Sin embargo, querido lector, las vacunas que se desarrollaron no lograrán contener el problema, porque no las diseñaron para evitar el contagio y reducir la transmisión, y tampoco evitan el desarrollo de secuelas por la enfermedad. Conforme el virus va mutando, las vacunas, además, pierden eficacia porque fueron desarrolladas para combatir la cepa original, la de Wuhan. Eso sí, aún sirven y mucho, para evitar la muerte de la mayoría, salvar la vida de las personas en la etapa aguda de la enfermedad, lo que es una gran conquista.
Esto, sin embargo, no es suficiente, como estamos viendo, para terminar con la pandemia. Las personas en el mundo se están contagiando tres o cuatro veces por año, dañando su salud, una y otra vez y según algunas teorías científicas, dañando seriamente su sistema inmunológico, en lugar de fortalecerlo ¿cuántas infecciones le tomará al virus para dañar irremediablemente la salud humana? En realidad, no lo sabemos. Todo lo vamos descubriendo sobre la marcha, como si fuéramos conejillos de Indias de un patógeno que la mayoría de los gobiernos occidentales decidieron una y otra vez subestimar. Lo siguen haciendo, cuando retiran una de las medidas vitales para contener el contagio, que es el cubrebocas, como sucede en Estados Unidos.
Naturalmente, ya nadie piensa en cierres de la economía, pero tampoco en la disminución de aforo, ventilación adecuada, etc. Las personas se están contagiando creyendo que si sobreviven a la fase aguda, que será leve (para lo cual las vacunas sirven) se recuperarán como si fuera un resfriado. Muchas lo harán, sin duda, pero muchos no. Se calcula que del 20 al 30 por ciento de los infectados desarrollarán secuelas persistentes o silenciosas capaces de presentarse meses después. Es un volado, una ruleta rusa. Y es que ya sabemos que niños y adolescentes, como adultos sanos, e incluso atletas de alto rendimiento, pueden desarrollar este síndrome, que abarca el desarrollo de un gran abanico de enfermedades.
Por ello, querido lector, y en tanto no existan vacunas capaces de evitar el contagio, cuídese, vacúnese o mantenga sus refuerzos al día y use un cubrebocas N95 o similar, para hacer su vida, cuando esté en espacios cerrados, cuando conviva con gente, ahora que la quinta ola ya está en México. Es mejor no contagiarse, que participar en el experimento de selección natural al que estamos siendo sometidos.
Sí, es espantoso vivir así. De ola en ola, a ver si ésta nos arrastra o nos deja indemnes o nomás nos revuelca. Claro, uno puede decidir no tocar esta incómoda consciencia en la esperanza de que la fantasía de que vivimos en una post pandemia es real, y olvidar por completo cualquier precaución, haciendo nuestra vida social como si el virus no existiera, contagiándonos una y otra vez. O podemos, también, aceptar que nuestra normalidad cambió, hasta nuevo aviso, y adaptar nuestra vida a una pandemia activa, cuidándonos en cuanto el oleaje se aproxima, aprendiendo a protegernos y proteger a los demás, para que todos lleguemos sanos y salvos a la orilla.
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