Tomás Calvillo Unna
28/10/2020 - 12:05 am
La pausa y la advertencia
Volver a respirar humanidad desde la parcela de cada quien en el planeta que nos sostiene a flote dignificando nuestra pequeñez ante el infinito.
Los eventos se precipitan e incluso se atropellan
y la política se convierte así en una bomba de tiempo.
La inercia comienza a perder su poder de resistencia
que suele facilitar los reajustes y reacomodos.
La amenaza del desplome ya no es un mal agüero
o una hipótesis exagerada, incluso catastrófica.
Demasiados hilos están rotos, sueltos.
Diversas capas del entramado cotidiano se friccionan
y comienzan a tensarse:
lo económico se debate entre la incertidumbre
y sus contradicciones a flor de piel:
la pesada losa de la desigualdad,
el resquebrajamiento de sus modelos de consumo,
la complejidad astillada de su binomio con la política
y sus grilletes adquiridos con el crimen;
busca cuidar al menos la apariencia de que el mal tiempo no tarda en pasar;
lo social por su parte, se congestiona
cada vez más de malos augurios;
un ánimo agrio nos sumerge en confrontaciones estériles,
que aumentan la irritación creciente
donde se apunta más a las rupturas múltiples
que a una cohesión necesaria;
el temor es una pandemia paralizante
que se suma a la erosión de la salud colectiva.
La política se encuentra atrapada
en la resonancia de sus fantasmas
que impiden un mínimo de renovación vital;
los cadáveres se apilan en sus veredas
y no encuentra un camino cierto.
La propaganda tarde o temprano
se incendia a sí misma
y el tiempo consumado
sin retorno,
será la pérdida
de otro capítulo de la historia.
Arden los ojos al contemplar
el denso amanecer de la República
cuando despierta cada día
cargando más peso en su hinchado vientre.
Hay un tufo que se propaga
y pareciera advertir de los sin sabores que nos rodean;
ciertamente el espectáculo comienza a ser frustrante,
la abyección se apropia del discurso público,
tanto como el odio,
los balances mínimos desaparecen.
Las armas, se sabe, son muchas
y están ocultas en los jardines públicos y privados.
Se pretende seguir caminando por un laberinto
que se estrecha y no tiene salidas de emergencia.
Se ignoran los signos de toda naturaleza que coinciden en tiempo
para expresar una interrogante mayor,
la advertencia de una alerta inédita para la nación misma y su destino.
No se escuchan las voces sensatas,
ni se comprenden los sucesos de toda índole
que nos redactan una frase: ¡aguas!
fíjate bien por donde caminas México.
Los anhelos se acotan a la sobrevivencia misma.
La ciencia ficción,
aquella cuyos guiones exaltan las pesadillas de la humanidad,
adquiere carta de naturalización en nuestro país.
Las señales de la naturaleza, sus ritmos golpeados,
sólo se agregan a esta cadena de infortunios
que nos obligan a despertar.
Es imprescindible evitar que esa siniestra dinámica
ataje las opciones posibles y necesarias
para que la nación se reencuentre
en su palpitar creativo y en su tradición generosa
al asumir con sabiduría
los desafíos de nuestras diferencias y pluralidad.
Atravesamos un siglo XXI,
urgido de ejercitar una pausa civilizatoria
donde la pandemia de la COVID
puede ser el preámbulo de la misma,
si se saben leer los tiempos
más allá de ideologías
y sus madejas de enredos petrificados.
Encontrar el ritmo requerido no va a ser tarea fácil
pero no hay de otra, es lo que está roto,
y mientras no lo repongamos
el desastre será mayor en todos los ámbitos.
Volver a respirar humanidad
desde la parcela de cada quien
en el planeta que nos sostiene a flote
dignificando nuestra pequeñez
ante el infinito.
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