Mientras los países del Norte Global regresan a la normalidad, impulsados por las campañas de vacunación masiva, los hospitales se desbordan en la región y las vacunas escasean.
Reino Unido, 21 de junio (Open Democracy).- Desde la llegada de la pandemia en marzo del 2020, los países de América Latina, lastrados por una enorme desigualdad endémica, se han enfrentado a una trágica dicotomía: aquí, o se muere por la COVID-19, o se muere de hambre. Las cuarentenas, los aislamientos y los cierres económicos, aunque efectivos para frenar la propagación del virus, desataron otras problemáticas que pusieron en evidencia la profunda estructura desigual de la región.
En Latinoamérica y el Caribe, hoy el 22.4 por ciento de la población vive en pobreza; es decir, el 22.4 por ciento de la población gana menos de 5.5 dólares al día. Esta cifra es mucho más alta en varios países de la región, como Colombia, donde, a 2020, el 42 por ciento de la población vivía en pobreza monetaria, es decir, con alrededor de 90 dólares al mes.
La fuerte informalidad económica característica de Latinoamérica no muestra un escenario más esperanzador. El sector informal equivale al 35 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) de la región. Treinta y seis por ciento de la población trabaja en el sector informal, un porcentaje que se estima haya aumentado significativamente durante la pandemia.
Pedirle a la ciudadanía que se quede en casa es casi una sentencia de muerte para esa gran proporción de la población que sobrevive de sus ingresos diarios. Por eso, no ha sido del todo sorpresivo ver cómo miles de casas en todo Colombia colgaron trapos rojos de sus ventanas y puertas durante los confinamientos, como una señal de hambre, como un llamado de ayuda.
Sin embargo, los gobiernos de la región no tenían – ni tienen – la capacidad de subsidiar ni entregar ayudas a su ciudadanía si no es con base en un difícil endeudamiento en un mercado saturado y desconfiado. Sólo el 58 por ciento de la población regional recibió ayudas de emergencia durante la pandemia, quedando fuera un trágico 42 por ciento, obligado a subsistir de cualquier manera. En muchos países, la discusión sobre la renta básica universal sigue lejos de concretarse.
Es bajo este escenario que la dicotomía entre COVID y hambre subyace. Pero después de un año y medio de medidas de confinamiento, el hambre comienza a ganar la partida. Los ciudadanos no pueden quedarse más en casa, y los gobiernos ceden. Bogotá, por ejemplo, en su peor pico de la pandemia, abrió en un 100 por ciento la ciudad, levantando cualquier tipo de restricciones. La Alcaldesa Claudia López argumentó que entiende que la gente le tiene más miedo a morir de hambre que a morir de COVID y decidió asumir el riesgo de abrir Bogotá sin restricciones.
Y aunque la pobreza, la informalidad y la desigualdad definitivamente crecerán a causa de la pandemia, el virus sigue estando fuera de control en la región y la capacidad hospitalaria está a su límite.
Casos confirmados por millón de personas:
Muertes confirmadas por millón de personas:
Bajo este escenario, le llega a la región otro desafío: la distribución desigual de las vacunas. Mientras países del Norte Global se coordinaron para la producción y acapararon vacunas para hasta dos o tres veces el tamaño de su población, en América Latina cada quien busca vacunas donde puede.
Proporción de la población vacunada:
Controlar el virus ha demostrado ser una tarea difícil en todo el mundo, pero la pobreza, la desigualdad, la informalidad, el hambre y la poca capacidad hospitalaria y gubernamental, sumada a una distribución de vacunas fundamentalmente desigual, ha hecho que América Latina se enfrente a una situación más crítica que en otros lugares. El enorme malestar social, que ya se manifestó con fuerza en la región en la segunda mitad del 2019, puede volver a surgir con virulencia, como hemos visto en Colombia este último mes. Las condiciones de la población ya eran duras antes de la pandemia y los gobiernos se mostraron insensibles a las demandas ciudadanas. ¿Qué harán ahora?
Falta por ver si, una vez que la región alcance una mayor tasa de vacunación y que programas internacionales como Covax, o el anuncio de Biden de donar 500 millones de vacunas de Pfizer a través de ese programa, entreguen los suministros anunciados, los países lograrán atajar el virus y comenzar a corregir el costoso camino que el aumento en la desigualdad a causa de la pandemia ha convertido en una pronunciada cuesta arriba.
En Europa y Estados Unidos, parece haber un claro consenso en que la salida a la crisis de la pandemia pasa por unas políticas monetarias expansivas con fuertes inyecciones de liquidez en el sistema, junto al refuerzo de las políticas sociales y de ayudas a los sectores más vulnerables. Los gobiernos de América Latina deberían tomar nota y actuar en consecuencia si no quieren que los estallidos sociales, que inevitablemente se van a producir, vengan a desestabilizar aún más sus ya frágiles democracias.