Morelia se encuentra a tan sólo 4 horas de la Ciudad de México, lo que lo convierte en un destino ideal para pasar un fin de semana familiar o en pareja. Además, está ciudad está rodeada de historias y leyendas que forman parte de sus construcciones como las de «El Sacristán de la Catedral de Morelia» y «La Mano en la reja», a continuación te compartimos las leyendas.
Ciudad de México, 7 de junio (SinEmbargo).- Nuestro país cuenta con lugares hermosos pasar desde un fin de semana hasta unas vacaciones largas. Morelia, Michoacán, es uno de estos que con una gran oferta cultural, gastronómica y de tradiciones hace de cada viaje uno inolvidable.
Entre las actividades que se pueden realizar en Morelia que celebra 478 de su fundación, están un paseo en tranvía, caminar por sus calles y degustar el tradicional y refrescante gazpacho. La capital michoacana está rodeada de historias y leyendas que forman parte de sus construcciones como las leyendas de “El Sacristán de la Catedral de Morelia” y “La Mano en la reja”, a continuación te compartimos las historias.
EL SACRISTÁN DE LA CATEDRAL DE MORELIA
Cuenta la leyenda que durante la época colonial, llegó a la ciudad de Valladolid (hoy Morelia) la condesita de linares, Doña Martha Jimena de Monserrat, sobrina del Virrey Don Joaquín de Monserrat, Marqués de Cruillas, por prescripción médica, ya que se encontraba convaleciente debido a una larga enfermedad, y según los médicos sólo en Morelia podía recuperarse debido al clima.
La condesa con apenas 25 años, tenía fama de ser muy bella y bondadosa, y el virrey la quería como a su propia hija, ya que era huérfana, por lo que su sencillez cautivo a los lugareños.
La Catedral de Morelia se encontraba engalanada para recibirla, en cuanto el sacristán Pedro González y Domínguez la vio quedó perdidamente enamorado de ella. Así que decidió escribirle una carta de amor. En una ocasión Doña Martha cuando asistió a misa, tropezó con el sacristán y ella soltó su devocionario, Pedro le ayudó a levantarlo y aprovechó la oportunidad para introducir en él la carta que le había escrito.
La condesa se mostró indiferente ante la carta que el sacristán le había escrito. Un día cuando la dama recibía la comunión notó que el sacristán lloraba de amor por ella, conmovida por dicha situación se dio cuenta que ella también le quería y para demostrarle su amor depositó en el cesto de las limosnas un anillo de esmeraldas.
Pedro se encontraba feliz. La condesa decidió corresponderle con otra carta de amor, en donde le pedía prudencia con su relación. Los enamorados se encontraban en la Capilla de las ánimas, siempre cuidados por la dueña de Martha. Por largo tiempo mantuvieron su amor en secreto, nadie podía enterarse que la condesa era novia de un sacristán. Ella para remediar esta situación viajó a España, para pedirle al rey que le otorgara un título al sacristán para poder contraer matrimonio con él.
Pasaron cinco meses y la condesa no regresaba. Un día el sacristán fue llamado por un mandatario del Rey al Puerto de Veracruz. Pedro imaginaba que su amada había vuelto, sin embargo, no fue así. Le informaron a Pedro que Doña Martha había muerto víctima de su enfermedad, pero que él había sido nombrado intendente de Nueva Galicia. El sacristán renunció al cargo y regresó a Valladolid, donde se pasaba los días llorando en la Capilla de las Ánimas.
Pedro enfermó y envejeció rápidamente, las personas decían que era debido a una enfermedad que había contraído en Veracruz. Pero la verdad es que el sacristán murió de amor.
Desde entonces, en la víspera de Noche de Muertos si te acercas a la Capilla de las Ánimas, podrás observar a Pedro y Doña Martha abrazándose y jurando amor eterno.
LA MANO EN LA REJA
En una casa ubicada sobre la Calzada Fray Antonio de San Miguel, en centro histórico de Morelia, habitó hace muchos años Don Juan Núñez de Castro, acompañado de su única hija, Leonor, producto de su primer matrimonio, y de su nueva esposa doña Margarita de Estrada. Esta mujer tenía odio y envidia hacia Leonor, por ser bella y de un corazón de oro. Por dicha razón, la madrastra no permitía que la chica hiciera cosas propias de su edad, la mantenía encerrada y haciendo labores del hogar.
A escondidas, Leonor curaba las heridas de los fieles que iban al Santuario Guadalupano, así fue como la nombraron “el ángel de San Diego”. En la realización de estos trabajos, se enamoró de ella don Manrique de la Serna. De inmediato, él quiso presentarse con el padre de la joven, para mostrarle sus intenciones. Don Juan aseguró que solo cedería a su hija en matrimonio si el pretendiente conseguía que el virrey pidiera su mano a través de una carta. Marique quiso asegurarse del amor de Leonor y le envió una nota, la cuál ella respondió otorgándole una cita por la noche, en la reja del sótano, donde doña Margarita la tenía encerrada.
Para ahuyentar a los curiosos, Manrique vistió a su paje de fraile y le pintó el rostro con una calavera. Lo hizo pasearse por la calzada como alma en pena, la gente que se atrevía a verle la cara corría despavorida. Mientras tanto Manrique se acercaba para platicar con Leonor. Cada noche, salía aquel espanto que tenía asustados a todos, por lo que en punto de las 7:30pm, la gente se encerraba en sus casas.
Doña Margarita, estuvo espiando y descubrió el engaño, motivo por el cuál hizo prisionera a Leonor en aquel sótano. Cuando la muchacha quiso salir al siguiente día, no pudo hacerlo, pasó todo aquel día llorando y sin comer. No hubo quien notara su ausencia; su padre estaba de viaje y su amado había partido de México para cumplir con el encargo de Don Juan.
En espera del retorno de su amado y luchando por no morir de hambre, Leonor sacaba su mano pálida por la reja, con el fin de pedir limosna a los transeúntes, los cuales ponían en ella un pedazo de pan. Como ya no se veía al fraile por la calzada, el temor de los lugareños cambió por la pálida extremidad que pedía caridad. Debido a ello, doña Margarita inventó que Leonor padecía locura.
El día de Corpus Christi, volvió Manrique con la carta del virrey. Don Juan, envió por su hija, sin la presencia de doña Margarita, los criados, le descubrieron el escondite. Abrieron la puerta y quedaron petrificados, al ver que la joven Leonor estaba muerta.
El padre, la madrastra y los criados, fueron aprehendidos. Manrique vistió el cadáver con el traje blanco de boda que llevaba para ella, dándole sepultura en la iglesia de San Diego.
Hasta el día de hoy, se dice que, en la casa de color rojo, se escucha una adolorida voz pidiendo alimento.